El impacto perturbó la calma y el silencio
de la estancia. Lo que antes era orden absoluto, propio de su
mente gélida se desvaneció en cuestión de segundos dejando al
descubierto el brillante resplandor de las llamas que se
observaban tras sus pupilas. Con sus manos desnudas y aceleradas
por la ira golpeó el espejo justo en su centro. Incluso esta
enérgica explosión de frustración pareció ser economizada hasta
el extremo. Los pedazos cayeron tal y como hubiera predicho un
experimento controlado de física, como un mosaico casi perfecto
producido por un certero golpe de arte marcial, arrancando cada
filo de los demás dibujando sobre su borde estrías perfectas
casi como un fractal. La luz de sus ojos no era más que el
reflejo de la luna sobre estos bordes, que ella observaba
fijamente como queriendo estallarlos de nuevo con la poderosa
fuerza de su mente. Solo una ilusión, ni siquiera entonces
parecía posible destruir toda la maquinaria de su autocontrol.
Todo apariencia, eso es, solo apariencia, nada más lejos de la
realidad, su cabeza funcionaba a un ritmo predeterminado por lo
que la genética y el ambiente habían querido para ella. Era
imposible alterar esto, su cuerpo respondía tal y como se
concebía en su cerebro, con una precisión digna del mejor
relojero suizo.
Se presumía que había perdido una entrega y
también a su destinatario. En efecto, así era. La más
importante, o al menos eso quería hacer creer si no era cierto.
Había tentado hasta el extremo los límites del trato. Consiguió
cortar la pura heroína de manera que aumentara considerablemente
su cantidad una vez ya adulterada. La calidad no le preocupaba,
solo buscaba obtener el máximo beneficio con los mínimos costes.
Ella se quedaría también con una cantidad antes de pasarla,
ínfima, pero suficiente para mantener despierta la transacción.
Siempre cumplía su propio cupo con la misma masa de la sustancia
que tenía entre manos, pero al ver el cliente que ella también
estaba enganchada, continuaba en el negocio e inconscientemente
los pedidos eran cada vez mayores.
Esperaba que fuera como al principio, como
siempre había sido. Aguardaba paciente a que el pobre yonqui
hiciera gala de su peculiar personalidad, siempre discreto pero
a la vez realzando los que creía sus puntos fuertes. Siempre
asegurando poder resistir sin su dosis, aunque finalmente se
acabara viendo que no era así. Este era el momento en que
siempre acechaba, le veía tocar fondo y entonces le tentaba de
nuevo. No había más vuelta de hoja, no podía ser si no así, era
antinatural cualquier otra resolución, siempre volvía. Pero esta
vez no lo hizo, su novio no volvió.