II

 

Carlos Vélez Prieto

 

El impacto perturbó la calma y el silencio de la estancia. Lo que antes era orden absoluto, propio de su mente gélida se desvaneció en cuestión de segundos dejando al descubierto el brillante resplandor de las llamas que se observaban tras sus pupilas. Con sus manos desnudas y aceleradas por la ira golpeó el espejo justo en su centro. Incluso esta enérgica explosión de frustración pareció ser economizada hasta el extremo. Los pedazos cayeron tal y como hubiera predicho un experimento controlado de física, como un mosaico casi perfecto producido por un certero golpe de arte marcial, arrancando cada filo de los demás dibujando sobre su borde estrías perfectas casi como un fractal. La luz de sus ojos no era más que el reflejo de la luna sobre estos bordes, que ella observaba fijamente como queriendo estallarlos de nuevo con la poderosa fuerza de su mente. Solo una ilusión, ni siquiera entonces parecía posible destruir toda la maquinaria de su autocontrol. Todo apariencia, eso es, solo apariencia, nada más lejos de la realidad, su cabeza funcionaba a un ritmo predeterminado por lo que la genética y el ambiente habían querido para ella. Era imposible alterar esto, su cuerpo respondía tal y como se concebía en su cerebro, con una precisión digna del mejor relojero suizo.

 

Se presumía que había perdido una entrega y también a su destinatario. En efecto, así era. La más importante, o al menos eso quería hacer creer si no era cierto. Había tentado hasta el extremo los límites del trato. Consiguió cortar la pura heroína de manera que aumentara considerablemente su cantidad una vez ya adulterada. La calidad no le preocupaba, solo buscaba obtener el máximo beneficio con los mínimos costes. Ella se quedaría también con una cantidad antes de pasarla, ínfima, pero suficiente para mantener despierta la transacción. Siempre cumplía su propio cupo con la misma masa de la sustancia que tenía entre manos, pero al ver el cliente que ella también estaba enganchada, continuaba en el negocio e inconscientemente los pedidos eran cada vez mayores.

 

Esperaba que fuera como al principio, como siempre había sido. Aguardaba paciente a que el pobre yonqui hiciera gala de su peculiar personalidad, siempre discreto pero a la vez realzando los que creía sus puntos fuertes. Siempre asegurando poder resistir sin su dosis, aunque finalmente se acabara viendo que no era así. Este era el momento en que siempre acechaba, le veía tocar fondo y entonces le tentaba de nuevo. No había más vuelta de hoja, no podía ser si no así, era antinatural cualquier otra resolución, siempre volvía. Pero esta vez no lo hizo, su novio no volvió.

 

 

 

 
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