LA HERENCIA DEL DESTINO |
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por Germán Gorraiz López |
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La hora suena mi nombre...
¡Todo lo presentido, el anhelo brotado de años de vigilia
va a consumarse en su plenitud! (¿Cómo pude vivir tanto tiempo sin otras manos a
las que entregar mis sueños?)
Nada importa ya; atrás quedaron las estrellas que le robé a
la noche y es el momento de hacer el recuento de mi espera.
Confieso que nunca conseguí saberme centro del mundo que me
rodeaba y me recuerdo días enteros de niñez sin agitar las manos hasta el
atardecer.
Mis primeros titubeos coinciden con el declive de mi
adolescencia, (nunca quiso el alma estar enjaulada en mi cuerpo destartalado).
Mi juventud significó la aparición de mujeres nunca antes
anheladas por mi corazón, antes bien ignoradas u odiadas en mi impotencia.
Imperceptiblemente, amigos y estaciones me fueron
abandonando y sólo yo vacilaba al intentar escribir mi vida. (¿De dónde nacía
aquel vértigo ante el futuro?)
Cada amanecer se convierte pues en un misterio insondable
para mis ojos y todo camino emprendido se tornó insufrible sin más compañía que
mis huellas en el barro.
Mi cuerpo sufrirá entonces los primeros síntomas de
desequilibrio emocional y acabé amarrado a las raíces de mi pasado. (Ni las más
violentas agonías de mil noches en soledad podrán borrarme su estigma)
Me veo destapando recuerdos y viviéndome en cada piedra,
rama o nube que saludaba mi paso.
Esta etapa de anacronismo acabó con la aparición de un alma
de niña que hará posible mi encuentro con la poesía. (Hoy no recuerdo ya su
rostro y sólo conservo las breves poesías que me regaló su mano y donde más
tarde se mirará tantas veces mi alma para recordar su voz).
Tras este ilapso de idealismo, intuí que la maquinaria
humana debía engrasarse con mi sudor, por lo que descorché botellas enteras de
ilusiones evaporaras entre jirones de amaneceres de insomnio.
(La obsesión de enfocar mi aliento creativo junto con el
alcohol aniquilaron parte de mi cerebro).
La suerte me deparó entonces oposiciones a perdedor humano
a los que debo sin embargo el reavivarse el fuego interior que quemará durante
cierto tiempo los restos de mi orgullo.
Superado el trámite de la incorporación al engranaje
productivo, resuelvo unir de por vida mi esfuerzo intelectual a la búsqueda del
amor anunciado para mí en el tiempo.
Se suceden a continuación largos peregrinajes de soledad e
inacabables naufragios de años hasta desembocar en un corazón totalmente
desnudo.
-Por primera vez, descubro en el guiño de unos ojos el
brillo primigenio que sólo mucho después nacería como herencia del destino-
A raíz de este desenlace, quedé desprovisto de todo
sentimiento afectivo y en consecuencia decidí agazaparme en un recodo del
invierno, pendido tan sólo de los latidos de mi corazón enterrado en poesía.
-Llegué a estar tan lejos de este mundo que no creí
necesario suicidarme-
(El alma se me dormiría después en una estrella, a la
espera de amanecer con su luz)
¡Cuántas hojas caerían de mis ramas mientras la nieve iba
poblando mis sienes!
Mis días más próximos han sido un continuo desfilar ante mi
vista de veranos agostados y primaveras marchitas sin poder siquiera atrapar la
niebla con mis dedos.
Cuando acabo de hacer el recuento, oigo que suena mi nombre
y sé que todo lo anhelado, el deseo acumulado en años de espera, va a realizarse
en su plenitud.
(Oigo en sus latidos las promesas que siempre brillaron en
mis pupilas y leo en sus ojos el destello que alumbró mis días). Estas hojas son las últimas que anota mi tembloroso pulso, pues pronto iré a su encuentro a ser en ella lo que siempre fue en mí.
Germán Gorraiz López
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