LA LEY DE MURPHY

Mercedes Martín Alfaya

 

 

 Yo no comprendo a mi mujer. De pronto, me dice que quiere trabajar, que se aburre, que no se siente realizada... En fin, que yo soy un hombre moderno y si tengo que plancharme las camisas o hacer la compra en el supermercado, no me importa. Que trabaje. Pero es que también le ha dado por estudiar, y eso lo llevo peor.

Que, por qué, muy sencillo:

Algunos días, a la hora de la cena, te planta una tortilla de patatas en la mesa y te dice: Juan ¿tú cuántos grados quieres? Y, claro, a uno le toca la fibra (por no decir otra cosa) y como hace tanto tiempo que aparqué la geometría, voy y le suelto: ponme un trozo de grado superior. Y ella se ríe como diciendo, anda boniato, que ahora  yo llevo la sartén por el mango. Me da igual, yo todavía recuerdo que phi vale 3´1416 pero no me atrevo a ponerme chulito por si me quedo sin cenar.

   Ayer mismo, me viene con un acertijo del profesor de Filosofía. Nada, que estoy tan tranquilo viendo los deportes y se me planta en jarra delante de la tele: Juan ¿si tú te comes un donut, te comes el hueco? Y, como te lo suelta así, ya me pongo a dudar, (porque en eso de las indirectas las mujeres tienen una malaleche…) A ver, pienso, ¿se me habrá olvidado algo en el supermercado?: Pan, arroz, leche, huevos… ¡Huevos, que no! Menos mal que uno tiene la mente ágil y no se deja pillar. Entonces voy y como quien se quita una mosca de la nariz,  le pregunto:

 — ¿Y eso quién quiere saberlo?

—Verás, dice ella, son ejercicios para pensar. Dice don Gustavo, el profesor de Filosofía, que hay que hacerse este tipo de preguntas para comprender a los clásicos.

  Y digo yo, si en esa época no existían los donut...  Nada, que encima va y se me enfada, porque dice que “sus cosas” no me parecen importantes. Vamos a ver ¿le pregunto yo qué es una trócola; o una bujía de incandescencia, o contra quién juega el Madrid este domingo? No. ¿Verdad? Pues entonces por qué se mosquea conmigo por un agujerito de mierda. Que compre los donut sin agujeros, no te jode.

   Ahora que, el día que me vino con lo de La ley de Murphy ya fue el remate de los remates. Y eso que, uno procura llevar a los niños al parque mientras ella estudia, que mira y remira bien las bandejas de filetes en el super para que sean tiernos, que procura restregar bien el suelo con los calzoncillos después de la ducha... pero nada, siempre encuentra algo con que fastidiar.

   Sin ir más lejos, el domingo, para desayunar, voy y me preparo una tostada con mantequilla y cuando voy a darle un bocado se me cae al suelo. Vaya, me digo, mira que caer boca abajo. Vamos, dije eso como quien dice: será mala suerte, tocar el 21.215 en los ciegos y llevar yo el 40.308. Pues, nada que va ella y me suelta:

 —Eso es la Ley de Murphy.

   Y ¿qué quería, que le preguntara quién era el tipo ese? Pues, no. Me callé. Pero es que, al rato, oigo llover y digo: joder, mira que llover el día que lavo el coche. Y va ella y contesta: Eso es la ley de Murphy.  Entonces ya no pude contenerme y le grité: ¡¿Pero, qué pasa, que el Murphy ese la tiene tomada conmigo, o qué?!

 Y, ahí es donde ella se crece:

  — No Juan, que eres un inculto. Murphy formuló una Ley que viene a decir, más o menos, que si algo tiene que salir mal, saldrá. La filosofía de Murphy es: Sonría. Mañana puede ser peor.

   Eso sí que me convenció. Porque tengo un amigo al que su mujer le ha dado por apuntarse a pintura. El pobre, sí que lo pasa mal. Dice que ahora, por narices, los domingos, su mujer le prepara un itinerario de Museos a los que tiene que llevarla.

 

    —Mira, Juan –me dice mi amigo— que tú no sabes lo que es plantarte delante de unos chorreones de amarillo y que tu mujer te suelte: El Impresionismo es el movimiento más importante en la pintura de las últimas décadas del siglo XIX. La fragmentación de la luz en sus componentes cromáticos... Y tú mirando el móvil a ver si te salta un mensaje, aunque sea ese de le recordamos que su saldo es inferior a tres euros, y te escapas diciendo: perdona, tengo un mensaje y aquí no hay cobertura. Pero nada, que los de la atención al cliente parece que están compinchados con tu mujer.  Eso sí que no lo aguantaría yo, pensé. ¿Un domingo de museos? ¿Y que la parienta se pavonee contigo de lo mucho que está aprendiendo en clase de pintura? Ni muerto, vamos.

    Pero, lo que más me molesta de mi mujer es que me corrija en público. Estoy un día hablando con mi cuñado y un amigo, y se me ocurre decir: pues nada, que íbamos yo y este. Y va mi mujer y me da un codazo: Juan, será, este y yo. Mira, no me pude callar y le dije: ¿Y qué, que yo no iba?

  

  Volviendo a la Ley de Murphy, llegó un momento en el que me tuve que plantear una solución. Vamos, que tanto me nombraba mi mujer al tipo ese que llegué a pensar que era su amante. Hasta me ocurrió que pregunté en un bar por una cabeza de ciervo que había colgada en el comedor y me dijo el dueño que allí lo que había hasta que se rompió era un espejo.

   Bueno, pues, que ya tengo mi propia Ley: La Ley de Juan. Y, a ver, si comprende bien los axiomas porque soy capaz de suspenderla aunque sea mi mujer. ¡Vamos, ya!

 

   El caso es que, esta mañana, antes de salir le he dejado una hoja escrita en la cocina:

“ Maruchi, como sé que te gusta aprender, aquí te dejo una Ley que acaba de aprobar el Parlamento Europeo. Se llama La ley de Juan, como yo. Memorízala bien.

Y le he puesto:

   Primer postulado: De la tortilla de patatas me gusta el ángulo que forma el coseno del cateto adyacente y la hipotenusa.

   Segundo postulado: Cuando compres una caja de donut procura rellenar los huecos para que no se pierdan, que está la vida muy cara.

  Tercer postulado: De aquí en adelante, cuando salgas de las clases no me llames para que te recoja con el coche, te buscas un taxi o te vienes con Sócrates, peripateando.

   Y si alguna vez se te ocurre apuntarte también a pintura que sepas que yo no entro en lugares donde no haya cobertura en el móvil, que me recuerda al Tenebrismo.

 

   Un momento, que tengo un mensaje en el móvil...

¡Es de mi mujer! Dice que no tenía papel albal y que le ha liado el bocadillo al niño en un folio que había en la mesa. Que si era algo importante.

   Vaya, para una vez que me atrevo a soltar los cataplines en la mesa....

 ¡Ya está! Eso va a ser la Ley de Murphy.

 

 
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