El sol ya acaba su segundo
recorrido hundiéndose en la lejanía de los olivares, y la
carretera que separa esos mismos campos de acebuches, va
absorbiendo todo el calor del día dejado inconscientemente por
el casi abatido astro.
Dicha vía no es más que un desvío comarcal impregnado de boñigas
de animales y barro; solitario sendero de conejos al atardecer y
dos o tres vehículos al día.
A esa hora de la tarde, con el calor y la fatiga bien ganada de
todo un duro jornal, Mateo vuelve a casa, con la inestimable
compañía de una hebra de trigo en la boca, una vieja burra y un
paso corto, pero constante; además de sudor. De mucho sudor.
Mateo trae en los serones de la burra un perro, su perro, que ha
caído en una de las trampas de Macario, ‘’el zopenco ése’’,
murmura Mateo, mientras hace entrada en un pequeño pueblo, su
pueblo. Ese mismo que no linda a mucha distancia del célebre
Bailén, el de la batalla, aunque en realidad el pueblo de Mateo,
de Macario y de los demás habitantes no es un pueblo, sino una
pequeña pedanía del nombrado Bailén.
La entrada de Mateo es como de costumbre, calmada, pero esta vez
no toma la calle de la izquierda, cambiando el recorrido hacia
su casa por el de la calle de la derecha, la de la cuesta más
pronunciada. Al llegar a lo alto, su vozarrón lo anuncia con
estrépito, cosa que jamás había sucedido.
- ¡Macarioooo!
- ¿Qué pasa hombre, con tanta voz? – Es la de Macario que se
asoma a una de las ventanas de la planta superior de la
vivienda.
- Pues mira. Que a ver si pones los cepos más escondidos. Que
uno ha lastimado a mi perra y es la mejor perra que tengo,
hombre. – Le dice Mateo con semblante serio pero sin malestar.
- Está bien. Pero tú ya sabes donde pongo yo las ‘’costillas’’,
así que más te valdría pasar por otro lado.
- Macario…no me tomes el poco pelo que me queda. Por la zona de
los tomates de tío Cosme no paso, y no es mala tierra para las
trampas. No me seas hijo de tu madre, que es la mía. Ya estás
avisado.
Los dos hermanos concilian su pequeña rencilla, y es que en este
pequeño término, más parecido a una aldea por la que el tiempo
ni siquiera mira, casi todos son como hermanos, o como si lo
fueran. Al haber tan pocos habitantes y tanta confianza, los que
son hermanos de sangre se tratan igual que los demás. Cuando
ríen o se disgustan, lo hacen con la misma pasión, aunque claro,
como en todas las poblaciones del mundo preglobal, no escasean
las envidias, las mentiras y las miserias mundanas.
Al tiempo que Mateo y Macario discutían, en otro punto de la
localidad, Catalina, ‘’Katy’’, la hija de ‘’la Manuela’’, espera
al coche matrícula de Madrid que todos los viernes la recoge.
Por la acera de enfrente pasean solazados mientras echan un
pito, Dionisio, Juan y Nicolás, los cuales se dirigen al bar de
Julio. Pero la lozana Katy es la moza más guapa del pueblo,
además de ser la menos vista, y una oportunidad de verla en todo
su esplendor a la luz de la luna, no se puede dejar escapar.
La chica, encantadora y elegante en su sola espera, los observa
sin dirigirles la mirada.
Ellos inmóviles como tres cabinas telefónicas bajo la farola, sí
que le dedican sus seis ojos y todos sus más fogosos
pensamientos, como si de un solo animal al acecho se tratase,
aún a sabiendas de que el madrileño que la recogerá en breve es
la mano portadora de tan valiosa joya.
- ¿Qué hacéis ahí, gandules? – Se oye desde el balcón de la casa
y antes de caer una soberana cantidad de agua sobre los pies de
los chavales.
- ¡Ya salió la Manuela! – Exclama uno de ellos riendo con la
risa de los otros dos y ante la disimulada de la joven. Los tres
zagales se alejan comentando la jugada.
En 1984, en una pedanía de la provincia de Jaén y aunque a más
de uno le cueste creer, sólo hay dos televisores; el del alcalde
pedáneo y el del bar de Julio. Es por ello por lo que en aquella
noche de verano, en la que todos los vecinos sacan sus sillas a
la calle, soportando la calima nocturna con cuchicheos y
diálogos de todo tipo, los más profanos van al bar de Julio, que
esa noche iba a llenarse más que de costumbre.
Onofre, el panadero, ‘’arranca’’ su resistente mobylette y se
encamina a casa de Pedro, su inseparable cuñado. Al llegar al
domicilio de éste, no tiene más que acelerar la motocicleta y el
cuñado sabrá que ya está allí.
- ¡Ya va! – Exclama la octogenaria abuela al abrir la puerta –
Desde luego que no sé qué veis en ‘’eso’’ de la televisión. Os
vais a volver locos. – Le espeta al muchacho, y éste asiente con
respeto.
- Vamos. – Dice Pedro al salir.
- ¡Virgen! Qué de gente, ¿no? – Exclama Onofre mientras conduce
la motocicleta despacio.
Las calles estás más concurridas que de costumbre. Es verano y
las puertas de las encaladas casas rebosan de chiquillos y
abuelos con sombrero en sillas de anea.
Onofre se refiere a la calle que lleva al bar de Julio, que
normalmente a esa hora, por muy verano que sea, no recibe a
tanta multitud.
- Es por lo que anunció el alcalde hace casi un mes de que iba a
salir el pueblo en la televisión. Hoy sale en un programa de
medianoche. – Le informa Pedro desde el asiento trasero y en el
momento de la llegada al bar, en el que no cabe un alma. Julio
iba a hacer negocio.
Los dos entran al local y una amalgama de voces de todo tipo y
tono los recibe con inaparente alegría. La parada ya está
marcada; la barra.
- Ponnos dos cervezas, Julio. – Pide Pedro.
Tras el primer trago se vuelven a mirar a todos los personados.
- Qué llenazo. – Dice uno de ellos.
- Ni en las pascuas, macho. – Apostilla el otro.
En navidad no se llenaba tanto, era cierto. Ni siquiera cuando
la selección le metió doce a Malta y en el gol número nueve más
de la mitad del pueblo se apiñó a la puerta.
Lo de hoy no se trataba de la selección española. Su querido
pueblo, su conjunto de cuatro casas y varios corrales iban a ser
mostrados en televisión a todos los españoles. Era algo más que
un triunfo nacional. Era un logro personal.
Al fondo del bar, entre copas de Magno y puros, hay una partida
de subastado casi ajena al acontecimiento que los ha reunido a
todos. Pero Julio se encarga de terminar el juego, ya que
necesita la mesa para proporcionar más espacio a las sillas de
las mujeres.
- Señores, la partida se acaba. – Les suelta con buen modo.
Julio es uno de esos jóvenes pueblerinos tan comunes que con
veinte y pocos años aparentan ser mucho mayores, tanto física
como moralmente.
Sus ideas no son las de un joven de su edad. Hasta da a entender
que el envejecimiento de su interior sólo lo causa él. Tras eso
se esconde un buen hombre muy querido por todos y valorado por
su buena disposición para el trabajo.
En la desalojada mesa de naipes habían estado sentados el Padre
Camilo, de religiosa y seria forma en el trato con los demás
pero que gustaba tentar a la suerte en ‘’manos’’ con los amigos.
D. Martín, el llamado ‘’rico’’, con sus innovadores vaqueros,
sus polos de marca y pelo cortado en Bailén. Cesáreo, con su
olor a cabras y sus callosas manos y D. Ramón, el banquero, que
según las malas lenguas se estaba viendo con una moza soltera
del pueblo.
Entre todos conformaron un particular grupo de gente a la que
empezaron a unirse todos los demás habitantes que por orden de
llegada iban llenando el negocio.
Los menos afortunados verían el espectáculo desde las aceras y a
través de las ventanas.
Casi todo el pueblo al completo ya estaba allí, en un
recalcitrante concierto de voces y risotadas.
Después de casi un par de horas de charlas, risas, alcahueteos y
bebidas, el programa esperado da comienzo, y las griterías son
apagadas por los chistaos y los ruegos de silencio, los cuales
prolongan algo más el ruido. Por fin todos miran al televisor.
- Buenas noches, queridos telespectadores. Les saluda Gregorio
Martínez y esto es ‘’Misterios desconocidos’’.
Entran la cabecera y la sintonía del programa, acompañadas por
imágenes de supuestos extraterrestres y dudosas apariciones
paranormales.
Los asistentes, en toda su totalidad primerizos en un evento
como aquel, miran con aparente interés sin dejar de pensar en
cuándo saldrá su municipio.
Vuelve el presentador.
- Hoy tenemos un programa muy especial. Van a conocer Vds. la
historia de Thomas Benjamin, el tendero británico que ha salido
a la palestra de lo desconocido en los últimos días por afirmar
con rotundidad el haber sido abducido por un Ovni y aportar
ciertas marcas en su cuerpo como prueba. Conozcámoslo.
El espacio emite la entrevista al tal Thomas, que describe cómo
ocurrió su extraño suceso y enseña las manchas de sus brazos y
pecho, manifestando que son las huellas dejadas por los
alienígenas.
A los del pueblo no les importa mucho y su escepticismo se hace
patente.
Seguidamente de la entrevista al supuesto abducido, el
presentador expone el siguiente tema. Más de lo mismo. Esta vez
es una señora de Australia la que asegura haber viajado en una
nave espacial, visitando un hermoso planeta lleno de seres
buenos y luminosos; antitesis total del mundo en el que
pernocta.
De nuevo Gregorio.
- Bien. Tras estas dos entrevistas y para acabar el programa de
hoy, van a ver las imágenes que mantienen en jaque a casi toda
la comunidad científica y especializada. Dichas imágenes fueron
tomadas hace varios meses por Jason Dehler y Paul Wetson, dos
estudiantes norteamericanos que viajaban por las cercanías de
Villanueva del Acebuche, pequeña localidad cercana a Bailén, en
la provincia de Jaén.
Un ensordecedor vitoreo más unos incesantes aplausos y jolgorios
suceden a las palabras del presentador. Todo se torna alegría.
Cuando vuelve el silencio, el conductor de la emisión había
empezado a relatar la historia del reportaje y de cómo fue
grabado. Aparecen los dos autores y comienzan a hablar, con una
traducción de fondo, sobre lo que vieron en un campo español.
<< Jason y yo nos desplazábamos a pie por un camino de tierra,
pues habíamos perdido el autobús comarcal y sólo había que andar
unos km. De pronto, vimos una extraña figura caminando por entre
los matorrales y muy cerca de una pequeña aldea. Lo seguimos,
comprobamos que era bípedo, pero pensamos que no debía de ser
humano, pues llevaba un traje espacial bastante raro,
seguramente para no respirar el aire de la Tierra. Fue cuando le
dije a Jason que grabara>>.
El pueblo sale por fin. Y a pesar del nerviosismo del cámara y
la poca luz, se puede ver la entrada por el lado de la cochera
de Cipriano; hasta la puerta color verde de éste aparece, y
todos jalean al presente.
Vuelven a hablar los autores del vídeo.
<< Aquel extraño ser vio que lo estábamos filmando, así que
aligeró el paso. No iba muy rápido y pudimos haberlo alcanzado,
pero de alguna forma desapareció ocultándose entre las casas.
Estuvimos varios minutos buscándolo y quisimos preguntar en la
taberna a los lugareños, cosa que no hicimos, ya que quizá nos
tomarían por visitantes locos. Fue un momento que no olvidaremos
>>.
La crónica muestra más lugares conocidos, y los congregados
telespectadores no caben de entusiasmo.
El presentador se despide dejando en misterio o en fraude el
inexplicable suceso. Desea a los televidentes una feliz noche, y
una pequeña parte de éstos, en un remoto punto de la geografía
española, se lo agradece sin palabras apagando la televisión,
pues ya no les interesa nada más.
Los ¡Viva Villanueva! inundan el bar de Julio y él se contagia
del delirio colectivo invitando una ronda a todos. La felicidad
es absoluta. Parece como si las fiestas se hubiesen adelantado.
Sin embargo, lo mejor entra por la puerta.
Con sus sigilosos pasos. Silenciosos movimientos. Con enorme
discreción y la apacibilidad de un buen perro, Alberto, el
infeliz inmerso en su mundo, astronauta del pueblo, hace su
entrada justo en el momento de mayor algarabía. Y la ovación es
clamorosa.
- Alberto, ¿Cómo estás? Tómate algo que te invito. – Le dice
Julio con júbilo y algo de compasión.
Pero Alberto probablemente regresaba de una misión espacial
importante, en un planeta en el que no había agua, y su
impasible mutismo, pese a la insistencia ofreciéndole otra cosa
de Julio, hace que el camarero le sirva lo de siempre; un
botellín de agua muy fría.
- De chico era muy guapo. – Comenta Juana, la de los
ultramarinos, a sabiendas de que nadie en el pueblo ha
conseguido ver la cara que se esconde a través de una
resplandeciente escafandra cosmonáutica.
Cuando ya se ha bebido el necesario líquido con la lentitud que
lo caracteriza, desconociendo que ha sido el gran protagonista
de un programa televisivo y al margen de todo lo que le rodea,
el retrasado del pueblo que una vez vio un accidente espacial en
el bar del mismo Julio y desde entonces quiso ser uno,
agenciándose un traje casi similar, en el momento de salir y sin
percatarse de la silenciosa expectación de todos que esperan que
al menos esa noche diga algo, se vuelve y simplemente inclina su
escafandra ante ellos, marchándose con paso quedo, solitario y
magnífico calle abajo.
Las risas y el divertimento vuelven al local, en el cual se
celebra cómo su pequeño pueblo se ha dado a conocer gracias al
astronauta que cada día se pasea por sus calles como uno más y
sin saber que un día fue filmado por un dúo de turistas que
creyeron ver al ‘’Increíble hombre de las estrellas’’.
Una anécdota más, una experiencia para contar a los nietos. Una
historia más de este singular pueblo. De las historias del
pueblo.
Fuengirola 21 de mayo de 2006.
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