Las historias del pueblo II.

Por Agustín Serrano Serrano.

 
El sol ya acaba su segundo recorrido hundiéndose en la lejanía de los olivares, y la carretera que separa esos mismos campos de acebuches, va absorbiendo todo el calor del día dejado inconscientemente por el casi abatido astro.
Dicha vía no es más que un desvío comarcal impregnado de boñigas de animales y barro; solitario sendero de conejos al atardecer y dos o tres vehículos al día.

A esa hora de la tarde, con el calor y la fatiga bien ganada de todo un duro jornal, Mateo vuelve a casa, con la inestimable compañía de una hebra de trigo en la boca, una vieja burra y un paso corto, pero constante; además de sudor. De mucho sudor.
Mateo trae en los serones de la burra un perro, su perro, que ha caído en una de las trampas de Macario, ‘’el zopenco ése’’, murmura Mateo, mientras hace entrada en un pequeño pueblo, su pueblo. Ese mismo que no linda a mucha distancia del célebre Bailén, el de la batalla, aunque en realidad el pueblo de Mateo, de Macario y de los demás habitantes no es un pueblo, sino una pequeña pedanía del nombrado Bailén.

La entrada de Mateo es como de costumbre, calmada, pero esta vez no toma la calle de la izquierda, cambiando el recorrido hacia su casa por el de la calle de la derecha, la de la cuesta más pronunciada. Al llegar a lo alto, su vozarrón lo anuncia con estrépito, cosa que jamás había sucedido.

- ¡Macarioooo!
- ¿Qué pasa hombre, con tanta voz? – Es la de Macario que se asoma a una de las ventanas de la planta superior de la vivienda.
- Pues mira. Que a ver si pones los cepos más escondidos. Que uno ha lastimado a mi perra y es la mejor perra que tengo, hombre. – Le dice Mateo con semblante serio pero sin malestar.
- Está bien. Pero tú ya sabes donde pongo yo las ‘’costillas’’, así que más te valdría pasar por otro lado.
- Macario…no me tomes el poco pelo que me queda. Por la zona de los tomates de tío Cosme no paso, y no es mala tierra para las trampas. No me seas hijo de tu madre, que es la mía. Ya estás avisado.

Los dos hermanos concilian su pequeña rencilla, y es que en este pequeño término, más parecido a una aldea por la que el tiempo ni siquiera mira, casi todos son como hermanos, o como si lo fueran. Al haber tan pocos habitantes y tanta confianza, los que son hermanos de sangre se tratan igual que los demás. Cuando ríen o se disgustan, lo hacen con la misma pasión, aunque claro, como en todas las poblaciones del mundo preglobal, no escasean las envidias, las mentiras y las miserias mundanas.

Al tiempo que Mateo y Macario discutían, en otro punto de la localidad, Catalina, ‘’Katy’’, la hija de ‘’la Manuela’’, espera al coche matrícula de Madrid que todos los viernes la recoge. Por la acera de enfrente pasean solazados mientras echan un pito, Dionisio, Juan y Nicolás, los cuales se dirigen al bar de Julio. Pero la lozana Katy es la moza más guapa del pueblo, además de ser la menos vista, y una oportunidad de verla en todo su esplendor a la luz de la luna, no se puede dejar escapar.
La chica, encantadora y elegante en su sola espera, los observa sin dirigirles la mirada.
Ellos inmóviles como tres cabinas telefónicas bajo la farola, sí que le dedican sus seis ojos y todos sus más fogosos pensamientos, como si de un solo animal al acecho se tratase, aún a sabiendas de que el madrileño que la recogerá en breve es la mano portadora de tan valiosa joya.

- ¿Qué hacéis ahí, gandules? – Se oye desde el balcón de la casa y antes de caer una soberana cantidad de agua sobre los pies de los chavales.
- ¡Ya salió la Manuela! – Exclama uno de ellos riendo con la risa de los otros dos y ante la disimulada de la joven. Los tres zagales se alejan comentando la jugada.

En 1984, en una pedanía de la provincia de Jaén y aunque a más de uno le cueste creer, sólo hay dos televisores; el del alcalde pedáneo y el del bar de Julio. Es por ello por lo que en aquella noche de verano, en la que todos los vecinos sacan sus sillas a la calle, soportando la calima nocturna con cuchicheos y diálogos de todo tipo, los más profanos van al bar de Julio, que esa noche iba a llenarse más que de costumbre.

Onofre, el panadero, ‘’arranca’’ su resistente mobylette y se encamina a casa de Pedro, su inseparable cuñado. Al llegar al domicilio de éste, no tiene más que acelerar la motocicleta y el cuñado sabrá que ya está allí.

- ¡Ya va! – Exclama la octogenaria abuela al abrir la puerta – Desde luego que no sé qué veis en ‘’eso’’ de la televisión. Os vais a volver locos. – Le espeta al muchacho, y éste asiente con respeto.
- Vamos. – Dice Pedro al salir.
- ¡Virgen! Qué de gente, ¿no? – Exclama Onofre mientras conduce la motocicleta despacio.

Las calles estás más concurridas que de costumbre. Es verano y las puertas de las encaladas casas rebosan de chiquillos y abuelos con sombrero en sillas de anea.
Onofre se refiere a la calle que lleva al bar de Julio, que normalmente a esa hora, por muy verano que sea, no recibe a tanta multitud.

- Es por lo que anunció el alcalde hace casi un mes de que iba a salir el pueblo en la televisión. Hoy sale en un programa de medianoche. – Le informa Pedro desde el asiento trasero y en el momento de la llegada al bar, en el que no cabe un alma. Julio iba a hacer negocio.

Los dos entran al local y una amalgama de voces de todo tipo y tono los recibe con inaparente alegría. La parada ya está marcada; la barra.

- Ponnos dos cervezas, Julio. – Pide Pedro.



Tras el primer trago se vuelven a mirar a todos los personados.

- Qué llenazo. – Dice uno de ellos.
- Ni en las pascuas, macho. – Apostilla el otro.

En navidad no se llenaba tanto, era cierto. Ni siquiera cuando la selección le metió doce a Malta y en el gol número nueve más de la mitad del pueblo se apiñó a la puerta.
Lo de hoy no se trataba de la selección española. Su querido pueblo, su conjunto de cuatro casas y varios corrales iban a ser mostrados en televisión a todos los españoles. Era algo más que un triunfo nacional. Era un logro personal.

Al fondo del bar, entre copas de Magno y puros, hay una partida de subastado casi ajena al acontecimiento que los ha reunido a todos. Pero Julio se encarga de terminar el juego, ya que necesita la mesa para proporcionar más espacio a las sillas de las mujeres.

- Señores, la partida se acaba. – Les suelta con buen modo.

Julio es uno de esos jóvenes pueblerinos tan comunes que con veinte y pocos años aparentan ser mucho mayores, tanto física como moralmente.
Sus ideas no son las de un joven de su edad. Hasta da a entender que el envejecimiento de su interior sólo lo causa él. Tras eso se esconde un buen hombre muy querido por todos y valorado por su buena disposición para el trabajo.
En la desalojada mesa de naipes habían estado sentados el Padre Camilo, de religiosa y seria forma en el trato con los demás pero que gustaba tentar a la suerte en ‘’manos’’ con los amigos. D. Martín, el llamado ‘’rico’’, con sus innovadores vaqueros, sus polos de marca y pelo cortado en Bailén. Cesáreo, con su olor a cabras y sus callosas manos y D. Ramón, el banquero, que según las malas lenguas se estaba viendo con una moza soltera del pueblo.
Entre todos conformaron un particular grupo de gente a la que empezaron a unirse todos los demás habitantes que por orden de llegada iban llenando el negocio.
Los menos afortunados verían el espectáculo desde las aceras y a través de las ventanas.
Casi todo el pueblo al completo ya estaba allí, en un recalcitrante concierto de voces y risotadas.

Después de casi un par de horas de charlas, risas, alcahueteos y bebidas, el programa esperado da comienzo, y las griterías son apagadas por los chistaos y los ruegos de silencio, los cuales prolongan algo más el ruido. Por fin todos miran al televisor.

- Buenas noches, queridos telespectadores. Les saluda Gregorio Martínez y esto es ‘’Misterios desconocidos’’.

Entran la cabecera y la sintonía del programa, acompañadas por imágenes de supuestos extraterrestres y dudosas apariciones paranormales.
Los asistentes, en toda su totalidad primerizos en un evento como aquel, miran con aparente interés sin dejar de pensar en cuándo saldrá su municipio.
Vuelve el presentador.

- Hoy tenemos un programa muy especial. Van a conocer Vds. la historia de Thomas Benjamin, el tendero británico que ha salido a la palestra de lo desconocido en los últimos días por afirmar con rotundidad el haber sido abducido por un Ovni y aportar ciertas marcas en su cuerpo como prueba. Conozcámoslo.

El espacio emite la entrevista al tal Thomas, que describe cómo ocurrió su extraño suceso y enseña las manchas de sus brazos y pecho, manifestando que son las huellas dejadas por los alienígenas.

A los del pueblo no les importa mucho y su escepticismo se hace patente.
Seguidamente de la entrevista al supuesto abducido, el presentador expone el siguiente tema. Más de lo mismo. Esta vez es una señora de Australia la que asegura haber viajado en una nave espacial, visitando un hermoso planeta lleno de seres buenos y luminosos; antitesis total del mundo en el que pernocta.
De nuevo Gregorio.

- Bien. Tras estas dos entrevistas y para acabar el programa de hoy, van a ver las imágenes que mantienen en jaque a casi toda la comunidad científica y especializada. Dichas imágenes fueron tomadas hace varios meses por Jason Dehler y Paul Wetson, dos estudiantes norteamericanos que viajaban por las cercanías de Villanueva del Acebuche, pequeña localidad cercana a Bailén, en la provincia de Jaén.

Un ensordecedor vitoreo más unos incesantes aplausos y jolgorios suceden a las palabras del presentador. Todo se torna alegría.

Cuando vuelve el silencio, el conductor de la emisión había empezado a relatar la historia del reportaje y de cómo fue grabado. Aparecen los dos autores y comienzan a hablar, con una traducción de fondo, sobre lo que vieron en un campo español.

<< Jason y yo nos desplazábamos a pie por un camino de tierra, pues habíamos perdido el autobús comarcal y sólo había que andar unos km. De pronto, vimos una extraña figura caminando por entre los matorrales y muy cerca de una pequeña aldea. Lo seguimos, comprobamos que era bípedo, pero pensamos que no debía de ser humano, pues llevaba un traje espacial bastante raro, seguramente para no respirar el aire de la Tierra. Fue cuando le dije a Jason que grabara>>.

El pueblo sale por fin. Y a pesar del nerviosismo del cámara y la poca luz, se puede ver la entrada por el lado de la cochera de Cipriano; hasta la puerta color verde de éste aparece, y todos jalean al presente.
Vuelven a hablar los autores del vídeo.

<< Aquel extraño ser vio que lo estábamos filmando, así que aligeró el paso. No iba muy rápido y pudimos haberlo alcanzado, pero de alguna forma desapareció ocultándose entre las casas.
Estuvimos varios minutos buscándolo y quisimos preguntar en la taberna a los lugareños, cosa que no hicimos, ya que quizá nos tomarían por visitantes locos. Fue un momento que no olvidaremos >>.

La crónica muestra más lugares conocidos, y los congregados telespectadores no caben de entusiasmo.
El presentador se despide dejando en misterio o en fraude el inexplicable suceso. Desea a los televidentes una feliz noche, y una pequeña parte de éstos, en un remoto punto de la geografía española, se lo agradece sin palabras apagando la televisión, pues ya no les interesa nada más.

Los ¡Viva Villanueva! inundan el bar de Julio y él se contagia del delirio colectivo invitando una ronda a todos. La felicidad es absoluta. Parece como si las fiestas se hubiesen adelantado. Sin embargo, lo mejor entra por la puerta.

Con sus sigilosos pasos. Silenciosos movimientos. Con enorme discreción y la apacibilidad de un buen perro, Alberto, el infeliz inmerso en su mundo, astronauta del pueblo, hace su entrada justo en el momento de mayor algarabía. Y la ovación es clamorosa.

- Alberto, ¿Cómo estás? Tómate algo que te invito. – Le dice Julio con júbilo y algo de compasión.

Pero Alberto probablemente regresaba de una misión espacial importante, en un planeta en el que no había agua, y su impasible mutismo, pese a la insistencia ofreciéndole otra cosa de Julio, hace que el camarero le sirva lo de siempre; un botellín de agua muy fría.

- De chico era muy guapo. – Comenta Juana, la de los ultramarinos, a sabiendas de que nadie en el pueblo ha conseguido ver la cara que se esconde a través de una resplandeciente escafandra cosmonáutica.


Cuando ya se ha bebido el necesario líquido con la lentitud que lo caracteriza, desconociendo que ha sido el gran protagonista de un programa televisivo y al margen de todo lo que le rodea, el retrasado del pueblo que una vez vio un accidente espacial en el bar del mismo Julio y desde entonces quiso ser uno, agenciándose un traje casi similar, en el momento de salir y sin percatarse de la silenciosa expectación de todos que esperan que al menos esa noche diga algo, se vuelve y simplemente inclina su escafandra ante ellos, marchándose con paso quedo, solitario y magnífico calle abajo.

Las risas y el divertimento vuelven al local, en el cual se celebra cómo su pequeño pueblo se ha dado a conocer gracias al astronauta que cada día se pasea por sus calles como uno más y sin saber que un día fue filmado por un dúo de turistas que creyeron ver al ‘’Increíble hombre de las estrellas’’.

Una anécdota más, una experiencia para contar a los nietos. Una historia más de este singular pueblo. De las historias del pueblo.



Fuengirola 21 de mayo de 2006.









 
 
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