Recogía
flores para Ella, la primavera estaba aquí y ellas tan ahí, tan
apropósito; solo doblar el lomo y arrancar, y luego, el
agradecimiento eterno en su mirada, cuando le tendiera el ramo con
su sonrisa bonachona y transigente. Había muchas, con el botón
amarillo y delicados pétalos blancos, sonrió otra vez imaginando
sus ojillos menudos y marrones, las arrugas tempranas que los
rodeaban, la boca chica en una mueca que acabaría por ser sonrisa.
Mientras ensoñaba a Ella, cogía esta sí o esta no, dependiendo de
si le parecía más fresca o no, alguna salía con raíz y en otras se
había pegado un no se qué negro y abultado, pero esos detalles no
le preocupaban, se perdía en sus pensamientos a la misma velocidad
que lo hacían los coches que pasaban a 120 Km/h por la inmediata
autopista 321: Ella se encargaría, antes de ponerlas en el
jarroncillo de la cocina, de quitar de aquí y poner allá. Detrás
del escurridor de los cubiertos, sobre el alfeizar de la ventana,
lucirían como la primavera misma y Ella las podría mirar mientras
fregaba los cacharros o preparaba la merienda a los chicos.
Ella era su esposa desde hacía ya, uffffffff
¡él aún tenia pelo!, hubiese contado los años con gusto pero al
tener una mano ocupada con el ramo se le complicaba el calculo… y
eran más de cinco.
Un silbido largo y agudo le sacó de su
ensimismamiento, de aquel pastoso monologo interior, volvió la
cabeza y vio a Luis que, enfundado en su mugriento mono azul, le
hacia señas para que volviese. Desanduvo el camino y entro en el
taller, aliviado, porque allí, a la sombra, se estaba más a gusto,
era primavera pero a ratos, el calor arreciaba. Luis le explicó,
le mostró las piezas que había repuesto mientras con sus dedos
negruzcos señalaba la avería, le cobró sin factura porque eran
amigos y, tras limpiarse la mano en un trapo más tieso que la pata
del general Santa Anna, le tendió la mano, le abofeteó la espalda
dejando la huella de su zarpa en ademán de extrema jovialidad y le
abrió la puerta del coche invitándole a irse ya.
Antes de subir a casa se tomó un par de
chatos en el bar de Susi y la Bodeguilla, se comió la tapa con
avidez, mientras conversaba con los habituales, procurando no
mancharse de aceite la barriga antes de engullir la sardina de
lata, del Noroeste, se relajó que `buena falta le hacía´ .
Al fin llegó a casa.
Ella ya tenía a los niños en la cama,
cierto desorden, el de todos los días, porque Ella, y él lo
comprendía, no era un pulpo, solo tenía dos manos y, cuando
llegaba de trabajar, con atender a los chicos y recoger un poco
por encima ya tenía bastante. Se asomó a la habitación de sus
hijos, Luisto leía una historieta de Conan el Barbaro, Jaime
dormía. Caminó después hacia la cocina, la olla pitaba preparando
la comida para mañana, Ella estaba terminando de hacer la cena de
ellos, vuelta de espaldas, aún con los zapatos puestos y vigilando
el reloj de reojo porque sabía que él estaba a punto de llegar. La
saludo con un beso en la mejilla sin que se diera la vuelta, le
gustaba abrazarla desde atrás, Ella apretó su cara contra los
labios de él y él se acordó del ramo, pero no sé acordó de donde
lo había dejado olvidado y los puños se le cerraron porque le dio
rabia tener esta mala cabeza. Dudó decirle que había cogido flores
para ella, pero no lo hizo ¿para qué?
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