Recodos en el camino

Julio Cob Tortajada



El deshielo alimenta al riachuelo como la congoja inunda la frente. El agua arrastra el barro y se desliza por el desnivel de los tiempos. Ladea duras resistencias y va creciendo con nervio igual al lobezno amamantado, que una vez libre de su madre corre con fuerza por los senderos.

Perfiles que se van formando a su paso, algunos sólidos otros quebradizos, dejan huellas rectilíneas hasta que se doblegan a la sobriedad de los recodos. Adquiere entonces mayor abolengo y aquel escape de los cielos se encastra en los caminos buscando con insistencia romper consigo mismo hasta llegar a cualquier destino. O al definitivo del mar que todo lo incinera.

Pero nada se ha perdido. Atrás, a lo lejos, quedó la idea, el beso con la tierra, la caricia, la resistencia, el engaño, la fortaleza o quizás la fe. Alimento de vidas, ofrenda de imágenes que se muestran bondadosas al relajo, sendero de viajeros sin rumbo, embalses de esperanza para los necesitados, fuentes de luz para los opacos y origen de sueños para los anhelantes.

Adorno de nuestras vidas hasta fenecer en la sima profunda de la diosa de la fecundidad, en Artemisa. La que abandonará en los cielos a sus hijos, meciéndolos entre algodones nubosos. Luego serán postrados por los vientos hacía las crestas rocosas que han abierto sus carnes al Sol para recibir los ariscos besos de las aguas perdidas.

Albergue frío de los desdeñados. Postreramente, el deshielo.

Marzo 2006






 

 
 
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