Hablé por teléfono hace unos días con un
amigo mío. Me alegró escucharle porque hacía tiempo que no sabía
de él. Su llamada, empero, me resultó un tanto extraña. Es un
buen amigo, pero no es de los que llaman, a menos que necesiten
algo de ti. En casi 2 horas de conversación nos pusimos al día
de lo más importante que nos había pasado desde la última vez
que supimos el uno del otro. Nos fue imposible dejar de lado esa
sensación de competición que, desde que nos conocemos, nos
invade cuando hacemos algo juntos (aunque sea hablar) y por la
cual, tratábamos de hacer pensar al otro que nuestra vida es más
espectacular. En esta ocasión, yo parecía estar ganando la
competición y, en esta tesitura, mi amigo decidió retarme para
tratar de igualar el resultado. Él se había enterado hacía poco
de que organizaban un certamen por internet, y me dijo que iba a
presentarse. Me dio una web y me dijo que llevaba ya un tiempo
trabajando en el asunto, sin contar detalles a fin de no darme
pistas. Me lo contaba todo como si hubiese conseguido
aprovecharse de una gran oportunidad, sólo visible gracias a su
gran ingenio. Para no sentirme menos que él, le dije que yo a lo
mejor también participaba. En un intento de falsa modestia, él
me dijo que, a pesar de todo, no se creía capaz de ganar y que,
si resultaba finalista, me invitaba a una cena. Yo hice lo
propio y acabamos haciendo una apuesta: si alguno de los 2
ganaba, tenía que invitar al otro a cenar. Era la manera de
darle forma de apuesta a lo que en verdad era un reto entre
nosotros: el mejor sería el que ganase el certamen. Entré en la
web que me dio y descubrí que se trataba de un certamen en el
que los participantes concursaban con relatos. Realmente, me
daba igual de lo que fuese el certamen, yo quería ganar a mi
amigo.
Sin embargo, fue cuando me puse manos a la
obra, cuando me di cuenta de que no sabía cómo hacer un relato.
Realmente me suponía un gran problema el tener que elaborar algo
que no sabía qué era. Cogí un papel y escribí una frase en la
parte superior: “APUESTA: hacer el mejor relato”. Puse el papel
enfrente de mí.
Decidí en primer lugar tratar de ver qué es
lo que quería hacer. Debajo de la frase que acababa de escribir,
en el centro de la hoja, escribí la palabra RELATO, y la rodeé
con un círculo. Fui sacando flechas y anoté todo lo que se me
ocurrió que pudiese tener relación con un relato: de qué podría
estar hecho, qué forma tendría, ¿sería comestible?, etc. Una
lluvia de ideas es lo primero que me vino a la mente,
sencillamente para empezar a pensar.
Llegados a este punto se me ocurrió preguntar
a alguien. Así que llamé a una amiga y le pregunté. Me
sorprendió su carcajada, la cual era a su vez resultado de la
sorpresa de ella ante mi ignorancia. “¿Cómo que qué es un
relato? No me tomes el pelo.” Avergonzado colgué el teléfono.
Repetí la operación con otra persona, esta vez un familiar, pero
la escena se repitió y de nuevo me quedé con la duda en la
mente. Me sentía cómo un niño que intenta conocer algo que para
los demás es evidente o automático pero que para él es
desconocido. ¿Qué sería eso del relato? Debía ser algo muy
obvio. Tal vez había cientos de relatos ante mis ojos y no era
capaz de verlos sencillamente porque no sabía qué eran. Me puse
pues a mirar a mi alrededor. Algún letrero, algún objeto, algo
que pudiese darme alguna pista.
Empecé a impacientarme. Inconscientemente
había dejado de lado mi apuesta. Me había dado cuenta de que
existía un “algo” por ahí, y que todo el mundo parecía saber qué
era menos yo.
Me arriesgué una tercera vez y llamé a mi
mejor amigo. Él era muy polifacético y seguro que sabría decirme
qué era un relato. Sin embargo, para no arriesgarme a una nueva
burla, hice mi pregunta de otra forma:
-
Hola, Javi. ¿Qué
tal? Oye, tengo un problema, ¿Cómo harías tú un relato?
-
Ja ja ja ¿Qué
clase de pregunta es esa? Lo dices cómo si no supieras de lo
que hablas. La forma de hacer un relato depende de qué es lo
que quieras contar con él. El truco está en delimitar bien la
introducción, el nudo y el desenlace.
Esta respuesta me dejó muy confundido. Un
relato era, pues, un instrumento para contar cosas. Pensé
entonces en un banco. Alí tienen qué contar muchos billetes,
pero nunca he oído decir que el instrumento que usan se llame
relato, sino más bien contador de billetes. También pensé en los
contadores de la luz y en los contadores de kilómetros, pero
todos esos eran aparatos que sólo podían contar una cosa y Javi
me había dicho que un relato se hace de distinta manera según lo
que quieras contar con él. Así que debía de ser capaz de contar
cosas distintas.
Por otro lado, no sabía qué tenía que ver
aquí eso de introducción, nudo y desenlace. Eran términos que me
sugerían algo más abstracto que material. Parecía difícil
hacerlos con las manos (aunque un nudo es sencillo). Pensé un
poco en ello. Introducción es un término que significa algo
parecido a preparación, a planteamiento. Un relato debía ser
algo que precisara de una presentación, algo que se pudiese
decir que introdujese a otra cosa. Tal vez se refería al manual
de instrucciones del contador.
Puesto que era incapaz de seguir haciendo
deducciones, hice una nueva llamada. Aurora me diría algo
concluyente. Ella siempre lo sabe todo. Además, es la chica que
me gusta y me agradaba la idea de hablar con ella. Sin embargo,
estaba empezando a acomplejarme por no saber aun qué era un
relato, y no quería que se riesen más de mí por eso.
-
Muy buenas
Aurora, ¿cómo estás? Mira, resulta que intento hacer un
relato. Pero no sé muy bien cómo hacerlo. ¿Me puedes echar una
mano?
-
Una mano para
hacer un relato. Qué cosas tienes... Pues, eso depende de lo
que quieras contar con él.
Bien. Es lo mismo que me dijo Javi. Eso me
gustó.
¡Dios mío! ¿Acaso un relato podía contar algo
que no era real? ¿Se podrían contar pensamientos o algo así con
un relato?
El tono que puso me hizo pensar que estaba
flirteando conmigo. Pero al no saber las características de un
relato, estaba algo inseguro y no sabía muy bien qué
significarían mis respuestas.
-
Es algo mío.
-
Pues, mira a ver
quién quieres que intervenga en el relato y quiénes son los
más importantes. Y no te olvides de contarlo todo con detalle,
que sino los relatos pierden mucho. Oye, me tengo que ir.
Llámame más a menudo. Un beso.
Esto sí que me
confundió. No había contado con la posibilidad de que un relato
precisase de más de una persona para ser creado. Y no sólo eso,
sino que necesitaba de unos que tuviesen una función más
relevante que otros. Quizá tuviera que recurrir a gente con
estudios, o a especialistas. Qué genialidad serían los relatos,
para ser conocidos por todo el mundo. Me sentía como si me
encogiese, mientras un gran relato crecía encima de mí y me
aplastaba poco a poco.
Pero eso no podía ser algo tan difícil. Aurora y el resto de
gente a quién había llamado, parecían saber de sobra cómo se
hace un relato, y yo no tenía conciencia de que hubiesen
estudiado relatología en la universidad, ni nada semejante. Un
relato debía ser algo que todo el mundo es capaz de hacer, algo
intrínseco en todos; más que una hazaña tremendamente famosa.
Abandoné pues la idea de que hacer un relato es como enunciar la
teoría de la Relatividad, que sólo las mentes como la de
Einstein pueden conseguir; y me consolé al considerar que hacer
un relato debía ser como el mero hecho de pensar: todo el mundo
puede hacerlo pero no todos saben cómo.
De momento sabía que un relato era algo factible para mí; que
era algo que poseía una introducción, un nudo y un desenlace;
que podía ser real o no; y que, en caso de ser real, en él
intervenían varias personas elegidas por mí, y que unas lo
hacían de una manera más significativa que otras. Escribí en un
papel la palabra relato, la subrayé, y debajo enumeré todos esos
componentes. Tal vez el verlos me dijese algo. Pero no lo hizo.
Me quedé pensativo. Dejar la apuesta era lo más sencillo, pero
ya había invertido en este asunto las energías necesarias como
para que me diese rabia dejarlo.
Me puse a pensar en esa palabra: RELATO
Tenía que ser una palabra derivada de relatar. Y relatar es
sinónimo de narrar, de transmitir, o más sencillo, de con... De
repente vi como una luz se encendía en mi mente, y comprendí
porqué en los dibujos animados les ponen una bombilla sobre la
cabeza a los que tienen una idea. ¡Relatar es sinónimo de
contar! ¡Qué tonto había sido! Contar no sólo significa numerar,
sino también referir un suceso.
Comprendí
enseguida que este cambio de concepto tenía importantes
consecuencias en mis deducciones. Rápidamente, hice un repaso
mental de las conversaciones que había tenido con mis amigos,
esta vez teniendo en cuenta (que, de hecho, es otra acepción de
contar) el nuevo sentido de la palabra que acababa de descubrir.
Para no olvidarme de todo esto, resolví escribirlo. Cogí la hoja
que había usado hacía un rato, le di la vuelta y escribí al
principio de ella la palabra RELATO. La subrayé, y debajo
escribí todas las llamadas que había hecho y lo que cada persona
me había dicho, respetando en cuanto pude, el orden cronológico
de todo ello, para no enredar las ideas. No pude evitar
escribir, al lado de cada persona, la burla en cuestión. Eso me
serviría de recordatorio para una venganza posterior en
condiciones. Jeje.
Ya de un
modo evidente, caí en la cuenta de que ya no me interesaba la
apuesta, había otra cosa que me impulsaba a seguir investigando.
Llegado a
este punto, ya tenía una idea de lo que era un relato. Un relato
servía para narrar una historia o un hecho. Pero para ganar la
apuesta, tenía que hacer un relato mejor que el de mi amigo. Y
eso implicaba pensar bien en las personas que intervenían en el
relato. Para no cometer dos veces el mismo error, traté de
pensar en todos los significados posibles de “personas que
intervienen en un relato”, y sus posibles variables. Aunque me
detuve cuando de nuevo el sentido común imperó. Si un relato era
una narración, lo más normal es que esas personas fuesen todos
aquéllos que están involucrados en lo que se cuenta en el
relato. En las historias que se cuentan en forma de película,
hay también elementos similares, y los llaman personajes. Y,
para completar la comparación entre los relatos y el cine,
consideré a los personajes más importantes como los
protagonistas.
La cosa
iba bien. Ya cada vez quedaban menos cabos sueltos. En concreto,
quedaban 3: introducción, nudo y desenlace. Esto era ya pan
comido. Sabiendo lo que es un relato, no era muy difícil deducir
sus componentes. Me bastaba con tener en cuenta los significados
de esas palabras y asociarlos al concepto en cuestión.
Una introducción se pone siempre al principio y, como su nombre
indica, introduce o presenta algo que después se va a tratar con
más detalle. Si yo iba a contar una historia, una introducción
podía ser perfectamente aquélla parte de la misma dedicada a
explicar brevemente todo lo que haya que tener en cuenta para
poder entender lo que en ella sucede, pudiendo aquí incluir el
principio de dichos acontecimientos. Me quedé un tiempo
pensativo y, rápidamente, hice la siguiente deducción. Mi mente
había entrado ya en un engranaje que me iba a llevar
inexorablemente a solucionar mi problema.
El nudo
era (ahora se me hacía evidente) aquélla parte del relato en la
que se cuenta el desarrollo de lo que sucede. Es como si las
cosas se liasen y se embrollasen. La apuesta volvió a ponerse
delante de mí, y pensé que para hacer un buen relato, hay que
tratar de conseguir que el que está escuchándolo o leyéndolo,
intente deshacer el lío formado por sí mismo, lo que puede
interpretarse como una implicación del receptor del relato en la
historia que en él se cuenta.
Claramente, el desenlace es aquél componente de un relato, en el
que se deshace el lío y se alcanza el final de la historia;
incluyéndose además cualquier cosa adicional que el creador del
relato quiera añadir.
Estaba
eufórico. Me sentía como un científico cuando hace un gran
descubrimiento. De nuevo cogí papel y lápiz. Tenía que escribir
todas esas deducciones, algo así no se hace todos los días.
Llevaba ya un tiempo con todo este tema y, después de la
reciente excitación, me entró pereza. Mi mente necesitaba
tomarse un respiro y me mantuvo pensando en la nada unos
instantes. Me quedé mirando una estantería, y vi un libro grande
cuya encuadernación era bastante llamativa. Tras darme cuenta de
que era un gran diccionario, me levanté y lo cogí. No había
tenido en cuenta la posibilidad de mirar directamente las
definiciones de lo que trataba de averiguar por mí mismo. El
diccionario estaba lleno de polvo, lo cual me hacía suponer que
lo había usado más bien pocas veces. Me reñí un poco por ello,
un diccionario es algo que debe usarse de vez en cuando. Sin
embargo, me di cuenta de que el problema no era ése, y me volví
a reñir, esta vez por no haber tenido con frecuencia lo que hace
que un diccionario sea necesario: tener una duda; y, más
importante aun: tener curiosidad por resolverla.
De repente, cogí los folios que tenía en la mano y me dispuse a
leerlos, no tenía a nadie cerca así que presumí por el logro que
representaban conmigo mismo. Sin embargo, al leerlos, otra
bombilla se encendió al lado de mi cabeza. A fuerza de querer
registrar todas mis ideas y deducciones, había recogido una
cantidad de material considerable, que ocupaba casi 3 folios por
las dos caras. Casi me resultó ridículo, pero realmente no
carecía del todo de sentido. ¿Por qué no escribir acerca de todo
lo que había sucedido? Sería un relato porque contaría un hecho:
el del descubrimiento por mi parte de qué es un relato. Además,
estaría bien definidas todas las partes: la introducción sería
la creación de la apuesta y mis primeros pensamientos; el nudo
lo formarían las llamadas, las deducciones, los líos, etc, etc;
por último, el desenlace lo compondría la conclusión del
descubrimiento y la pequeña reflexión. Incluso podría
considerarse una fábula por aquello de la moraleja.
Es curioso, pero, sin darme cuenta, había creado un relato y, no
sé por qué, pero estaba seguro de ganar el reto con mi amigo
(aunque él ganase la apuesta).
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