Relato al relato.

Andrea Branchina

 

Hablé por teléfono hace unos días con un amigo mío. Me alegró escucharle porque hacía tiempo que no sabía de él. Su llamada, empero, me resultó un tanto extraña. Es un buen amigo, pero no es de los que llaman, a menos que necesiten algo de ti. En casi 2 horas de conversación nos pusimos al día de lo más importante que nos había pasado desde la última vez que supimos el uno del otro. Nos fue imposible dejar de lado esa sensación de competición que, desde que nos conocemos, nos invade cuando hacemos algo juntos (aunque sea hablar) y por la cual, tratábamos de hacer pensar al otro que nuestra vida es más espectacular. En esta ocasión, yo parecía estar ganando la competición y, en esta tesitura, mi amigo decidió retarme para tratar de igualar el resultado. Él se había enterado hacía poco de que organizaban un certamen por internet, y me dijo que iba a presentarse. Me dio una web y me dijo que llevaba ya un tiempo trabajando en el asunto, sin contar detalles a fin de no darme pistas. Me lo contaba todo como si hubiese conseguido aprovecharse de una gran oportunidad, sólo visible gracias a su gran ingenio. Para no sentirme menos que él, le dije que yo a lo mejor también participaba. En un intento de falsa modestia, él me dijo que, a pesar de todo, no se creía capaz de ganar y que, si resultaba finalista, me invitaba a una cena. Yo hice lo propio y acabamos haciendo una apuesta: si alguno de los 2 ganaba, tenía que invitar al otro a cenar. Era la manera de darle forma de apuesta a lo que en verdad era un reto entre nosotros: el mejor sería el que ganase el certamen. Entré en la web que me dio y descubrí que se trataba de un certamen en el que los participantes concursaban con relatos. Realmente, me daba igual de lo que fuese el certamen, yo quería ganar a mi amigo.

Sin embargo, fue cuando me puse manos a la obra, cuando me di cuenta de que no sabía cómo hacer un relato. Realmente me suponía un gran problema el tener que elaborar algo que no sabía qué era. Cogí un papel y escribí una frase en la parte superior: “APUESTA: hacer el mejor relato”. Puse el papel enfrente de mí.

Decidí en primer lugar tratar de ver qué es lo que quería hacer. Debajo de la frase que acababa de escribir, en el centro de la hoja, escribí la palabra RELATO, y la rodeé con un círculo. Fui sacando flechas y anoté todo lo que se me ocurrió que pudiese tener relación con un relato: de qué podría estar hecho, qué forma tendría, ¿sería comestible?, etc. Una lluvia de ideas es lo primero que me vino a la mente, sencillamente para empezar a pensar.

Llegados a este punto se me ocurrió preguntar a alguien. Así que llamé a una amiga y le pregunté. Me sorprendió su carcajada, la cual era a su vez resultado de la sorpresa de ella ante mi ignorancia. “¿Cómo que qué es un relato? No me tomes el pelo.” Avergonzado colgué el teléfono. Repetí la operación con otra persona, esta vez un familiar, pero la escena se repitió y de nuevo me quedé con la duda en la mente. Me sentía cómo un niño que intenta conocer algo que para los demás es evidente o automático pero que para él es desconocido. ¿Qué sería eso del relato? Debía ser algo muy obvio. Tal vez había cientos de relatos ante mis ojos y no era capaz de verlos sencillamente porque no sabía qué eran. Me puse pues a mirar a mi alrededor. Algún letrero, algún objeto, algo que pudiese darme alguna pista.

Empecé a impacientarme. Inconscientemente había dejado de lado mi apuesta. Me había dado cuenta de que existía un “algo” por ahí, y que todo el mundo parecía saber qué era menos yo.

Me arriesgué una tercera vez y llamé a mi mejor amigo. Él era muy polifacético y seguro que sabría decirme qué era un relato. Sin embargo, para no arriesgarme a una nueva burla, hice mi pregunta de otra forma:

  • Hola, Javi. ¿Qué tal? Oye, tengo un problema, ¿Cómo harías tú un relato?

  • Ja ja ja ¿Qué clase de pregunta es esa? Lo dices cómo si no supieras de lo que hablas. La forma de hacer un relato depende de qué es lo que quieras contar con él. El truco está en delimitar bien la introducción, el nudo y el desenlace.

Esta respuesta me dejó muy confundido. Un relato era, pues, un instrumento para contar cosas. Pensé entonces en un banco. Alí tienen qué contar muchos billetes, pero nunca he oído decir que el instrumento que usan se llame relato, sino más bien contador de billetes. También pensé en los contadores de la luz y en los contadores de kilómetros, pero todos esos eran aparatos que sólo podían contar una cosa y Javi me había dicho que un relato se hace de distinta manera según lo que quieras contar con él. Así que debía de ser capaz de contar cosas distintas.

Por otro lado, no sabía qué tenía que ver aquí eso de introducción, nudo y desenlace. Eran términos que me sugerían algo más abstracto que material. Parecía difícil hacerlos con las manos (aunque un nudo es sencillo). Pensé un poco en ello. Introducción es un término que significa algo parecido a preparación, a planteamiento. Un relato debía ser algo que precisara de una presentación, algo que se pudiese decir que introdujese a otra cosa. Tal vez se refería al manual de instrucciones del contador.

Puesto que era incapaz de seguir haciendo deducciones, hice una nueva llamada. Aurora me diría algo concluyente. Ella siempre lo sabe todo. Además, es la chica que me gusta y me agradaba la idea de hablar con ella. Sin embargo, estaba empezando a acomplejarme por no saber aun qué era un relato, y no quería que se riesen más de mí por eso.

  • Muy buenas Aurora, ¿cómo estás? Mira, resulta que intento hacer un relato. Pero no sé muy bien cómo hacerlo. ¿Me puedes echar una mano?

  • Una mano para hacer un relato. Qué cosas tienes... Pues, eso depende de lo que quieras contar con él.

Bien. Es lo mismo que me dijo Javi. Eso me gustó.

  • Ya. Eso lo sé.

  • Vale, pues entonces piensa en ello. ¿Lo que quieres contar es algo real?

¡Dios mío! ¿Acaso un relato podía contar algo que no era real? ¿Se podrían contar pensamientos o algo así con un relato?

  • Sí, claro. Algo real.

  • Y, ¿es algo tuyo o de otra persona?

El tono que puso me hizo pensar que estaba flirteando conmigo. Pero al no saber las características de un relato, estaba algo inseguro y no sabía muy bien qué significarían mis respuestas.

  • Es algo mío.

  • Pues, mira a ver quién quieres que intervenga en el relato y quiénes son los más importantes. Y no te olvides de contarlo todo con detalle, que sino los relatos pierden mucho. Oye, me tengo que ir. Llámame más a menudo. Un beso.

Esto sí que me confundió. No había contado con la posibilidad de que un relato precisase de más de una persona para ser creado. Y no sólo eso, sino que necesitaba de unos que tuviesen una función más relevante que otros. Quizá tuviera que recurrir a gente con estudios, o a especialistas. Qué genialidad serían los relatos, para ser conocidos por todo el mundo. Me sentía como si me encogiese, mientras un gran relato crecía encima de mí y me aplastaba poco a poco.

Pero eso no podía ser algo tan difícil. Aurora y el resto de gente a quién había llamado, parecían saber de sobra cómo se hace un relato, y yo no tenía conciencia de que hubiesen estudiado relatología en la universidad, ni nada semejante. Un relato debía ser algo que todo el mundo es capaz de hacer, algo intrínseco en todos; más que una hazaña tremendamente famosa. Abandoné pues la idea de que hacer un relato es como enunciar la teoría de la Relatividad, que sólo las mentes como la de Einstein pueden conseguir; y me consolé al considerar que hacer un relato debía ser como el mero hecho de pensar: todo el mundo puede hacerlo pero no todos saben cómo.

De momento sabía que un relato era algo factible para mí; que era algo que poseía una introducción, un nudo y un desenlace; que podía ser real o no; y que, en caso de ser real, en él intervenían varias personas elegidas por mí, y que unas lo hacían de una manera más significativa que otras. Escribí en un papel la palabra relato, la subrayé, y debajo enumeré todos esos componentes. Tal vez el verlos me dijese algo. Pero no lo hizo.

Me quedé pensativo. Dejar la apuesta era lo más sencillo, pero ya había invertido en este asunto las energías necesarias como para que me diese rabia dejarlo.

Me puse a pensar en esa palabra: RELATO

Tenía que ser una palabra derivada de relatar. Y relatar es sinónimo de narrar, de transmitir, o más sencillo, de con... De repente vi como una luz se encendía en mi mente, y comprendí porqué en los dibujos animados les ponen una bombilla sobre la cabeza a los que tienen una idea. ¡Relatar es sinónimo de contar! ¡Qué tonto había sido! Contar no sólo significa numerar, sino también referir un suceso.

          Comprendí enseguida que este cambio de concepto tenía importantes consecuencias en mis deducciones. Rápidamente, hice un repaso mental de las conversaciones que había tenido con mis amigos, esta vez teniendo en cuenta (que, de hecho, es otra acepción de contar) el nuevo sentido de la palabra que acababa de descubrir. Para no olvidarme de todo esto, resolví escribirlo. Cogí la hoja que había usado hacía un rato, le di la vuelta y escribí al principio de ella la palabra RELATO. La subrayé, y debajo escribí todas las llamadas que había hecho y lo que cada persona me había dicho, respetando en cuanto pude, el orden cronológico de todo ello, para no enredar las ideas. No pude evitar escribir, al lado de cada persona, la burla en cuestión. Eso me serviría de recordatorio para una venganza posterior en condiciones. Jeje.

          Ya de un modo evidente, caí en la cuenta de que ya no me interesaba la apuesta, había otra cosa que me impulsaba a seguir investigando.

          Llegado a este punto, ya tenía una idea de lo que era un relato. Un relato servía para narrar una historia o un hecho. Pero para ganar la apuesta, tenía que hacer un relato mejor que el de mi amigo. Y eso implicaba pensar bien en las personas que intervenían en el relato. Para no cometer dos veces el mismo error, traté de pensar en todos los significados posibles de “personas que intervienen en un relato”, y sus posibles variables. Aunque me detuve cuando de nuevo el sentido común imperó. Si un relato era una narración, lo más normal es que esas personas fuesen todos aquéllos que están involucrados en lo que se cuenta en el relato. En las historias que se cuentan en forma de película, hay también elementos similares, y los llaman personajes. Y, para completar la comparación entre los relatos y el cine, consideré a los personajes más importantes como los protagonistas.

          La cosa iba bien. Ya cada vez quedaban menos cabos sueltos. En concreto, quedaban 3: introducción, nudo y desenlace. Esto era ya pan comido. Sabiendo lo que es un relato, no era muy difícil deducir sus componentes. Me bastaba con tener en cuenta los significados de esas palabras y asociarlos al concepto en cuestión.

Una introducción se pone siempre al principio y, como su nombre indica, introduce o presenta algo que después se va a tratar con más detalle. Si yo iba a contar una historia, una introducción podía ser perfectamente aquélla parte de la misma dedicada a explicar brevemente todo lo que haya que tener en cuenta para poder entender lo que en ella sucede, pudiendo aquí incluir el principio de dichos acontecimientos. Me quedé un tiempo pensativo y, rápidamente, hice la siguiente deducción. Mi mente había entrado ya en un engranaje que me iba a llevar inexorablemente a solucionar mi problema.

          El nudo era (ahora se me hacía evidente) aquélla parte del relato en la que se cuenta el desarrollo de lo que sucede. Es como si las cosas se liasen y se embrollasen. La apuesta volvió a ponerse delante de mí, y pensé que para hacer un buen relato, hay que tratar de conseguir que el que está escuchándolo o leyéndolo, intente deshacer el lío formado por sí mismo, lo que puede interpretarse como una implicación del receptor del relato en la historia que en él se cuenta.

          Claramente, el desenlace es aquél componente de un relato, en el que se deshace el lío y se alcanza el final de la historia; incluyéndose además cualquier cosa adicional que el creador del relato quiera añadir.

          Estaba eufórico. Me sentía como un científico cuando hace un gran descubrimiento. De nuevo cogí papel y lápiz. Tenía que escribir todas esas deducciones, algo así no se hace todos los días.

Llevaba ya un tiempo con todo este tema y, después de la reciente excitación, me entró pereza. Mi mente necesitaba tomarse un respiro y me mantuvo pensando en la nada unos instantes. Me quedé mirando una estantería, y vi un libro grande cuya encuadernación era bastante llamativa. Tras darme cuenta de que era un gran diccionario, me levanté y lo cogí. No había tenido en cuenta la posibilidad de mirar directamente las definiciones de lo que trataba de averiguar por mí mismo. El diccionario estaba lleno de polvo, lo cual me hacía suponer que lo había usado más bien pocas veces. Me reñí un poco por ello, un diccionario es algo que debe usarse de vez en cuando. Sin embargo, me di cuenta de que el problema no era ése, y me volví a reñir, esta vez por no haber tenido con frecuencia lo que hace que un diccionario sea necesario: tener una duda; y, más importante aun: tener curiosidad por resolverla.

De repente, cogí los folios que tenía en la mano y me dispuse a leerlos, no tenía a nadie cerca así que presumí por el logro que representaban conmigo mismo. Sin embargo, al leerlos, otra bombilla se encendió al lado de mi cabeza. A fuerza de querer registrar todas mis ideas y deducciones, había recogido una cantidad de material considerable, que ocupaba casi 3 folios por las dos caras. Casi me resultó ridículo, pero realmente no carecía del todo de sentido. ¿Por qué no escribir acerca de todo lo que había sucedido? Sería un relato porque contaría un hecho: el del descubrimiento por mi parte de qué es un relato. Además, estaría bien definidas todas las partes: la introducción sería la creación de la apuesta y mis primeros pensamientos; el nudo lo formarían las llamadas, las deducciones, los líos, etc, etc; por último, el desenlace lo compondría la conclusión del descubrimiento y la pequeña reflexión. Incluso podría considerarse una fábula por aquello de la moraleja.

Es curioso, pero, sin darme cuenta, había creado un relato y, no sé por qué, pero estaba seguro de ganar el reto con mi amigo (aunque él ganase la apuesta).

 

                                        

 
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