SOLEDAD DEL VIAJERO |
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por Rodrigo Riera |
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Se sentía como los pasajeros de los autobuses nocturnos, que saben que comparten un habitáculo común pero se encuentran impedidos para establecer un diálogo. No sabe qué hacer, cada vez se encuentra más solo, en especial, cuando está rodeado de gente conocida. Cuando habla siente que las facciones de su rostro corresponden con los de otra persona, socialmente mejor vista. Persona incapaz de poder saltarse ninguna norma, de realizar alguna crítica destructiva sobre cualquier cosa. Cada vez se siente más oprimido por sus amistades, por el mundo del que se ha rodeado con ese aura de falsedad que caracteriza a la mayoría de las personas que intentan guardar las apariencias. Cada vez necesita romper los tabúes que favorecen la aparición de estos seres autómatas que siempre dicen lo que la gente quiere oír. Cada vez que intenta reencontrarse consigo mismo, vuelve a caer en la desgracia de organizar cualquier reunión para poder frenar esos impulsos que sobrepasan su autocontrol. En esos momentos donde su auténtica personalidad intenta reencontrarse consigo mismo, intenta reponerse entre ese grupo de amigos que siempre le echan una mano cuando realmente no la necesita. Aquellos amigos que al menor atisbo de debilidad mental actúan como si no se dieran cuentan de lo que le pasa. Aquellos amigos que sólo llaman los jueves por la tarde para quedar al día siguiente y así poder establecer una rutina agotadora de su tiempo libre. Esa rutina que nos les deja pensar en qué son, dónde han llegado y qué han hecho para llegar al sitio donde se han quedado. Aquellos amigos que por las noches se obligan a sí mismos a ver la televisión, panacea para las mentes en blanco, que engullen sin cesar información no clasificada que sólo sirve para llenar sus vacíos de mente. Sabe que la soledad existe en todos los lugares pero ignoraba que le iba a tocar vivirla a él.
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Rodrigo Riera |
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