VERDOR DE ARENA |
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por Rodrigo Riera |
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Arena. Arena y más arena. Vivo en un desierto de arena, sin árboles, sin animales, sin vida. El aire enloquece a la arena y mis cabellos se mueven en una danza diabólica; mi garganta seca, mi nariz deshidratada y mis ojos llorosos, eso es la arena.
Soy taxista en una llanura de arena, siento cómo la arena golpea el parabrisas, la carrocería y los faros. En ocasiones, la carretera se queda bloqueada por una montaña de arena y me quedo solo frente a la inmensidad que me rodea. Me siento pequeño y ridículo, y apago las luces para poder abstraerme del exterior y cierro los ojos para quitar de mi cabeza la sensación de aislamiento que me rodea.
Echo de menos mi tierra, Galicia, porque Galicia es verde y decir verde es nombrar a Galicia. Los árboles frondosos, las enredaderas en los muros de piedra y las vacas que combaten esa amazonia salvaje. Pero sobre todo me acuerdo de la hierba, hierba con las gotas de agua del rocío mañanero y que es mecida por el viento de la montaña.
De pequeño me tumbaba en un prado y sentía en mis pies el frescor de la hierba, el tacto de las hojas y mordía uno de los tallos para saborear su clorofila. Pero lo que más me gustaba era el sonido de la hierba, psssssssssshhhhhhhhh, como una caracola, psssssssssssssshhhhhhhhh y me quedaba dormido como si fuera un arrorró anestesiante, pssssssssssssshhhhhhhhhhhh, pssssssssssssssssshhhhhhh.
Todas las mañanas me levanto a una hora intempestiva para poder llegar a la isla verde dentro de esta lengua de arena, a esas horas estoy solo en la carretera y me imagino corriendo descalzo en uno de esos prados, el aire penetrante que ventila mis ideas y deja mi mente en blanco.
Aprieto el acelerador mientras me aproximo a mi destino, necesito llegar antes que nadie, que no me arrebaten mi instante matutino de gloria. Aparco el coche en la fila desierta que me corresponde, me quito los zapatos y desabrocho los botones de mi camisa. Miro alrededor y me doy cuenta de que estoy solo, puedo descansar tranquilo y arranco una hierba para masticarla mientras me recuesto. Es el mejor instante del día, sólo y en un prado recién cortado, no necesito nada más.
A los pocos minutos me despierto por el bullicio, los compañeros están comenzando a llegar para iniciar la jornada laboral. Abro los ojos sobresaltado, esperando encontrar uno de los prados de mi infancia, pero me doy cuenta de que el prado se ha transformado en un rincón de césped rodeado de cemento y en vez del aire húmedo y fresco, éste es cálido y asfixiante. Me incorporo todavía desconcertado, pero al girarme un cartel con letras metálicas hace que vuelva a la realidad. En el letrero se puede leer: AEROPUERTO DE FUERTEVENTURA. |
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