VIAJE A L’AUVERGNE |
por Camelia |
Era pleno noviembre y en el valle del Ebro hacia mucho frío. El cierzo soplaba intensamente incrementando la sensación de que la temperatura era más baja de lo que marcaban los termómetros. No importaba lo abrigada que fueses, por cualquier mínima rendija se colaba el aire erizando la piel.
El viaje a L’Auvergne para ver a Bruno estaba previsto desde hacia meses pero la fecha, todavía sin concretar, dependía de los días que Bety pudiese conseguir en el trabajo, entre vacaciones y algún cambio con los compañeros. En las últimas semanas todas sus cartas acababan igual: -¿Cuando vienes? ¿Estas preparando todo? Te quiero, te quiero, te amo con todo mí ser y te espero…sueño con tenerte entre mis brazos, besar y acariciar tu cuerpo y sentir de nuevo la calidez de tu piel junto a la mía…
A Bety le pasaba lo mismo. Solo habían pasado tres meses sin verse pero las cartas y el teléfono ya no eran suficientes. Deseaba lo mismo y hacia lo posible porque el encuentro se hiciese realidad lo antes posible. Estaban en la fase mas ciega del enamoramiento, cuando cada uno es, para el otro, perfecto. Cada día, cada minuto sin verse, físicamente separados por tantos kilómetros, eran interminables. La mente ocupada por los momentos vividos juntos, se repetían una y otra vez afianzando así que no habia sido simplemente un sueño del que despertaría sola, sin él.
Como decían en su tierra removió Roma con Santiago para conseguir las fechas en las que viajaría. Solo una agencia de viajes atendía estas peticiones. El viaje directo salía una vez a la semana con parada para cenar, recogida de pasajeros en Barcelona y después en la frontera, la compañía reagrupaba a los pasajeros por destinos en diferentes autobuses.
En cuanto supo las fechas le falto tiempo para ir a la agencia a comprar el billete. Contenta como unas castañuelas… pronto se vino abajo al escuchar por boca de la señorita que estaba al otro lado del mostrador que ya no había billetes hasta dentro de tres semanas. - Es una zona poco solicitada y los billetes suelen reservarlos personas que viven habitualmente allí. Tenemos muy pocas peticiones como la suya… a la carta.
Calló. ¿Que podía hacer? estábamos en plena transición y todo mutaba de un día para otro. Había que morir al palo puesto que no se podía elegir demasiado. Lo que le había quedado muy claro después de preparar este viaje era, que su ciudad no estaba a la altura de otras, que no solo tenían este servicio, sino muchas mas facilidades en el transporte. La única solución era viajar con una de ellas. -Gracias, lo tendré en cuenta para la próxima vez. Siguió preguntando y encontró una opción en el último momento. Combinaría tren y autobús. Iría en tren hasta Barcelona y allí tomaría el autobús que cruzaría la frontera. Compró los billetes de ida y vuelta para no tener problemas a su regreso y decidida preparo todo para salir en su primer día libre.
El día del viaje había salido de guardia. Quería dormir un poco pero los ruidos de las obras en la calle, justo debajo de su ventana, no le dejaron pegar ojo ni un minuto. Se tumbo en la cama para aliviar sus cansados huesos y el escozor de ojos después de toda la noche soportando las luces artificiales que le hacían polvo las conjuntivas. Permaneció unas horas en la oscuridad intentando recuperar un poco de la energía que necesitaba para afrontar un viaje tan largo.
Se levanto con el tiempo medido para terminar de preparar la maleta, comer, ducharse y salir. El equipaje que llevaba se componía fundamentalmente de prendas de abrigo. La ciudad a la se dirigía tenia un clima con temperaturas muy bajas y el agua y la nieve ya estaban presentes en esta época. Llamo a un taxi y se dirigió directamente a la estación RENFE. Al entrar le llamo la atención el jaleo que había en el ambiente y por las caras de los que allí estaban, sospecho que la concentración que había no era precisamente voluntaria. Todos los que parecían más sofocados estaban intentando solucionar problemas para viajar. Varios trenes habían tenido retrasos y anulaciones con lo que esto suponía sobre todo para enlazar con otros a una hora determinada. Se acerco al panel informativo y vio que su tren también aparecía en los rótulos en espera. De ese modo se unió a las filas de los afectados. Tenia que darse prisa para encontrar el modo de salir esa misma tarde. Las informaciones eran confusas: - Problemas técnicos. A los que algunos pasajeros respondían: - ¡Que casualidad y a todos los trenes les ha pasado lo mismo! ¡Venga hombre!, estos que creen… ¿que somos tontos o que? Después de una hora le rectificaron el billete para viajar en otro tren al que le habían añadido vagones de refuerzo. Este mismo tren recogería también a los pasajeros que habían venido en otros y que se dirigían hacia la Costa Brava. Debido a estas circunstancias la reserva del asiento se anulaba. El tren venia con pasajeros que llevaban reserva desde el origen.
La estación de Paseo de Gracia con Vía Layetana era su primer destino, este era el punto más cercano al de la salida del autobús. La compañía de autobuses que debía tomar, recorría la Costa Este de España desde el punto más distante del Sureste y llegaba a Barcelona donde repostaba y recogía a los pasajeros que acudían desde los puntos más diversos de España. La hora de partida era entre las dos y media y las tres de la madrugada según el tráfico.
En la década de los 80 la estación de Zaragoza no se encontraba entre las estaciones confortables, así que entre el jaleo de gente yendo, viniendo y protestando hacia que la algarabía fuese cada vez mayor. Con el mal olor que impregnaba el ambiente y el calor acumulado por el gentío, se le empezó a poner mala gana. Sufría de migrañas desde la menarquia y los desencadenantes tenían que ver la mayoría de las veces con los ciclos hormonales, el estrés, el ruido, la falta de descanso y los fuertes olores. Con todo esto llevaba bastantes papeletas para que le tocase pasar justo ese mismo día una de ellas.
Por fin llego la hora de subir al tren. Era el último para ella y no podía dejarlo escapar, el próximo salía a las dos y media de la madrugada. Se preparo y en cuanto paro el tren subió sin perder un segundo. Los dos bultos que llevaba los elevo como si de repente fuesen vacíos. En este esfuerzo puso todas sus energías. Solo pensaba en que al día siguiente quería estar al otro lado de la frontera. Afortunadamente exceptuado las migrañas, tenía gran fortaleza física derivada de sus años de deportista. Era una mujer menuda y delgada pero su cuerpo era puro músculo. Los pasajeros fueron subiendo cada uno como pudo, encontrando un hueco en el que meterse y acomodarse, dejar pasar o seguir hasta que el tren saliese de la estación. Iba hasta los topes. A muchos les había pasado como a ella pero ya respiraban aliviados porque aunque fuese de ese modo proseguían viaje. Pasados los primeros agobios y tras permanecer de pie en el pasillo durante buena parte del trayecto, el revisor vio su billete con la reserva y en cuanto pudo la acomodo en un departamento... El viaje hasta Barcelona se le hizo eterno. Después de 3 horas en la estación oliendo a humo, grasa y aceite de maquinas, goma chamuscada, combustible y polución. El olor de los váteres sucios, en los que no se podía entrar ni con los pantalones remangados, ahora se sumaba el calor del interior del tren y los olores corporales de horas y horas sin poderse asear ni cambiar de ropa, de pies descalzos, de sobacos rancios, la mezcla de múltiples tabacos, colonias y perfumes… todo concentrado en un sitio tan pequeño y con escasa ventilación. Su olfato era como el de un sabueso. Desde pequeña reconocía muchos productos tan solo por el olor; su padre que no tenía olfato, la había hecho toda una experta en diferenciarlos y a lo que correspondía cada uno percibiendo la dosis mínima. Había conseguido sumar a este sentido una gran parte del que le faltaba a su progenitor. Al principio, cuando decía huele a….todos se reían, pero al cabo de un rato se oía, pues es verdad que huele, pero como es posible que lo hayas notado hace tanto, si yo apenas lo percibo ahora. Con el tiempo, nadie dudaba de su pericia para adivinar incluso los componentes de una mezcla. - Esto se lo debo al entrenamiento que me dio papá, pero como las mujeres tenemos tan limitados algunos puestos de trabajo, no le voy a poder sacar mucho partido. Este buen olfato, era también un inconveniente como le estaba pasando en aquel momento. Todo esto sumado a que no tenía experiencia en este tipo de viajes y a la tensión ante cualquier nueva noticia que escuchase para no quedarse en tierra, la mantenían hiperalerta. Los nervios y la ignorancia más que nunca reconocidos por ella en esas horas le estaban jugando una mala pasada. La idea original de subir al tren y dar una cabezadita, si había un poco de suerte con la compañía, se había ido al traste.
Cuando pudo sentarse el dolor de cabeza era muy intenso. En el vagón iba una madre con tres niños que no paraban de dar la tabarra. La madre gritaba cada vez más, con lo que los niños, en lugar de apaciguarse estaban tan impertinentes, que era un cuadro ver las caras del resto de los pasajeros que iban sentados al lado. Bety se habría volatilizado, en aquel momento, pero como no era posible intento ver el lado positivo: iba en un tren en marcha hacia un destino deseado y afortunadamente estaba situada cerca de la ventana por la que se colaba un poco de aire de la calle, esto haría que aguantase mejor. La señora que estaba sentada a su izquierda, cerca de la puerta, se estaba llevando todos los golpes de los niños cuando entraban y salían corriendo. En un punto del trayecto y como si le hubiesen pinchado con un alfiler se puso en pie: -¡No puedo más! Le dijo a la madre que intentara calmarse, pues los niños no dejaban descansar a nadie y gran parte de la culpa la tenia ella porque era una histérica.
¡Que pudo oír la señora madre! --Que sabrá usted si yo estoy o no estoy nerviosa si usted no me conoce de nada… -No la conocía cuando he subido, pero después de aguantarla cuatro horas sino me he ido ha sido porque el tren pasa hoy por una situación especial, no por falta de ganas; sepa usted que le he dicho incluso al revisor si me podía cambiar. -Pues me alegro de que no le haya cambiado… ¡fastídiese! - ¡Que maleducada no me extraña nada que estas criaturas estén sin domar! -¡Sin domar estará usted, que parece que no haya sido nunca pequeña! -Mire pequeña he sido siempre y si se refiere a ser niña, aunque le parezca mentira lo he sido y además muy viajera, pero mis padres me educaron, para no molestar y es que yo ya no puedo mas…es que son cuatro horas y lo que queda…Dirigió la mirada hacia donde estaba sentada Bety. No le debió ver muy buena cara porque aunque noto su complicidad, llevaba el estomago totalmente revuelto y la cabeza le iba a estallar. No estaba precisamente para ponerse a discutir aunque pasasen por su cabeza los pensamientos más peregrinos e inconfesables. Los críos entrando y saliendo con los bocadillos hechos añicos entre el suelo, los asientos, la ropa y los bolos que tragaban cuando su madre les daba la orden de:
-¡Trágatelooo ya! ¡Ven aquí, que como vaya…! Pensaba en la mala suerte que había tenido al ir en estas condiciones, cuando más necesitaba estar en forma. El día no había empezado demasiado bien y se temía que siguiese por el mismo camino.
Cuando el tren entro en la estación, el reloj del apeadero del Paseo de Gracia marcaba las 22,10 horas Nada mas parar le vino justo para bajar, e ir al lavabo a vomitar. Respiro aliviada cuando entro y estaba limpio. Permaneció el tiempo necesario hasta que vio que el estomago se le calmaba y entonces saco la medicación que llevaba en el bolso y se la tomo. No lo había querido hacer antes puesto que sabía que si no la toleraba debería abandonar las maletas en el vagón y desplazarse al lavabo del tren y se imaginaba como debía estar con tanta gente… Seria peor el remedio que la enfermedad. Se aseo un poco y compuso su aspecto lo que pudo. Salio despacio. Tenía por delante más de tres horas. Le extraño que no hubiese nadie en la estación. Hacia unos minutos la había dejado llena de gente con maletas y paquetes y se había quedado desierta. En el andén, se acerco a un banco y colocó los dos bultos a su lado sentándose después para pensar en lo que iba a hacer hasta las 2. Unos minutos después decidió que lo mejor era echar un vistazo al exterior y comprobar el punto de salida del autobús, le habían dicho que no estaba lejos de allí: Paseo de Gracia, esquina Vía Layetana. En este punto tenia que localizar el lugar en el que paraban los autobuses. Nunca antes había estado en Barcelona pero llevaba un pequeño esquema, con las indicaciones apuntadas, y sabía que incluso podría ir andando. Cuando vio que las calles tenían cientos de números rezaba para llegar al suyo cuanto antes. Se las vio canutas para cargar con el peso, el malestar y el cansancio. Por fin lo encontró, era una agencia de viajes pero tenia las persianas bajadas y todo estaba apagado. Casi pasaba desapercibida. Solo funcionaba durante el día y la zona donde los pasajeros podían esperar en el horario diurno también se cerraba por la noche. Bueno –se dijo ya estoy ubicada- el tiempo entre los dos puntos era de pocos minutos. Miró el reloj, las 23 horas y a su alrededor las calles desiertas y el tiempo desapacible. Sola, mirando de un lado a otro sin saber a donde ir; con maletas que delataban que no era de allí, empezó a preocuparse. La noche no era el horario más propicio para pasar tanto tiempo en una esquina, o dentro de un bar. Sobre todo porque no sabía donde se metía. Pensó que lo mejor seria volver a la estación y esperar allí como hacían los que pasaban horas por la noche en su ciudad. Siempre seria mejor que estar en la calle. Volvió sobre sus pasos, bajo las escaleras del apeadero y atravesó el pasaje de entrada a la estación. Todo estaba oscuro. Solo cuatro luces daban luz a dos garitas pequeñas. Una de ellas era la oficina del jefe de estación. Se sentó en el banco más próximo, cerca de este espacio iluminado, pero pocos segundos después, un señor mayor con uniforme le dijo: - Señorita la estación esta cerrada. Usted no puede estar aquí -¿No...? Pues es que me encuentro fatal y hasta dentro de tres horas no tengo que coger el autobús. A la pobre se le vino el mundo encima y no pudo evitar echarse a llorar, no podía pronunciar palabra.
-Es que el tren en el que ha llegado usted es el último y aquí la estación se cierra. No puede quedarse nadie. -De acuerdo perdone, no lo sabia, déjeme cinco minutos y me voy. Nada mas bajar del tren he vomitado, estoy con migraña y me encuentro mal…he salido a la calle y en los alrededores esta todo cerrado y con el frío que hace no me parecía que una esquina fuese el sitio mas adecuado para pasar tanto tiempo. Creí que los autobuses llegaban a una estación y me he acercado pero esta todo cerrado. Una señora me confirmado que ese era el lugar correcto pero que solo esta abierto durante el día. He creído que lo mejor era esperar aquí, no pensaba que las estaciones de las grandes ciudades se cerraban…Es la primera vez que me pasa… -Por eso precisamente esta se cierra ya que sino entrarían muchos vagabundos a pasar la noche ya que no hay mas paradas aquí. Tranquila, que no le va a pasar nada. Solo que no puede haber nadie excepto los trabajadores. -¿Pueden indicarme algún lugar en el que pudiese estar segura y que cierre tarde? -Espere un momento…
Salio otro hombre, este era más joven y se le dirigió en tono amable y acento andaluz: -¿De donde eres?
Soy de Zaragoza y he llegado hace un rato pero como le decía a este señor…y le contó de nuevo la historia. Los dos se miraron y el andaluz, que era el jefe de estación dijo: -Pues si, es un problema que una chica tan joven como tu, vaya sola a estas horas y además con equipaje. ¿Me dices que no te encuentras bien? -Si, no me encuentro nada bien. Estoy un poco acobardada pues hasta mañana a las tres de la tarde pasadas no llego a mi destino. -Pues aun te queda camino…Mira, esto que vamos a hacer no es ni habitual ni además esta permitido, pero no estaría tranquilo, mandándote a la calle viendo en las condiciones en las que te encuentras.
-Si hubiese tenido más posibilidades en los horarios o tuviese que salir mañana por la mañana, habría buscado un lugar en el que alojarme. El problema es que no conozco Barcelona, no se donde estoy ubicada y no puedo perder el autobús de esta noche. -Mira nosotros tenemos que estar hasta las 7 de la mañana, que es cuando sale el primer tren desde aquí. Puedes pasar y quedarte con nosotros en la garita, a ver si te pones mejor y después cuando sea tu hora te vas. - No sabe cuanto se lo agradezco.
La acompañaron los dos llevándole las maletas. Horas más tarde camino de Francia pensó: -“Debía estar fatal”. En ningún momento había dudado de que las intenciones de los dos eran el de ayudarla. Cada día se oían sucesos cuyas víctimas eran chicas solas y jóvenes pero a ella no se le paso ni un solo instante por la mente que pudiese estar en peligro. Le hicieron un sitio y se sentó con ellos. Poco después se tomo una taza de café caliente y un bocado de tortilla de patata que le supo a gloria. Empezaron a hablar y enseguida empatizaron, parecía que se conocían de toda la vida. Así estuvieron casi tres horas. Llegó su hora y cuando se despidió recordándoles que en Zaragoza tenían su casa si necesitaban algo. Paco, el jefe de estación, la acompaño hasta la salida y cuando se iba le dijo: Si a la vuelta tienes algún problema del tipo que sea, aquí tienes mi numero de teléfono; no dudes en llamar. Pero sobre todo no te quedes en la calle. El sábado que vuelves yo estaré en casa porque no trabajo. No será ninguna molestia ir a buscarte si lo necesitas. -Muchísimas gracias por todo -¿Estas mejor? -No se me ha pasado del todo pero menuda diferencia. A ver si ahora puedo descansar en el autobús y mañana se me ve mejor cara. -Si, que sino tus amigos franceses, con lo raros que son… -Bueno Paco, gracias por todo, os habéis portado conmigo como dos caballeros. -¡Que no se diga…! Y sobre todo con una maña tan guapa y simpática como tú. Se nos han hecho las 2 sin darnos cuenta. Ha sido una visita muy agradable. Volvió a recorrer los metros que le separaban de la esquina donde ya habia gente esperando con maletas y al poco rato llegaron los autobuses que recogieron las maletas y a los pasajeros despues de nombrarlos y emprendieron ruta hacia la frontera. Cuando subió, la mayoría de los pasajeros dormían. La colocaron en primera fila justo al lado del segundo conductor. Se acomodo y despues de inflar su almohadilla y reposar la cabeza vio a través del inmenso cristal frontal del autobús que la carretera se iba iluminando a medida que avanzaban. Cerró los ojos y pensó: intenta descansar un poco que ya falta menos. El viaje estuvo salpicado de lluvia la mayor parte del trayecto y de anécdotas que retrasaron la llegada por la perdida de un pasajero en Lyón al que hubo que volver a buscar. En la última parte del viaje toco la hora de comida de los chóferes que pararon en un área destinada para descanso. Bety era la única pasajera que iba hasta el final con lo que de nuevo le toco compartir comida y tertulia con dos desconocidos.
Al entrar el autobús a la estación todo estaba mojado. Bety creyó al principio que había llovido, pero el chofer dijo: - No, no es lluvia. Aquí es normal este tiempo, no es como en la ciudad de la que tú vienes. Aquí nieva bastante y en el puro invierno más. Habrá caído poca nieve y por eso en la ciudad no ha cuajado. Hacia frío, y los alrededores estaban cubiertos por la nieve en los parajes más altos.
Desde que se conocieron los dos estaban convencidos de que había sido un flechazo y el tiempo que había pasado sin verlo se le había hecho eterno. Nunca había sido muy enamoradiza, había dado prioridad a la formación y al trabajo. Había tenido amigos y tonteo pero casi siempre acababan en nada, ellos tenían demasiada prisa en formalizar la relación y ella no se sentía preparada. Ahora después de conocerlo a él era la primera vez que se planteaba una relación en serio y por esto se había desplazado a tantos kilómetros de donde vivía. Había dejado atrás los convencionalismos sociales y se había lanzado a la aventura. Los que la conocían, decían que sus ojos brillaban de un modo especial. Los nervios por el reencuentro y la posibilidad de que no estuviese allí esperándola, habían bastado para que los chóferes le tomaran el pelo durante el viaje. Ella defendía en todo momento que estaría pero en el fondo hubo momentos en los que tuvo dudas. ¿Y si llego y no esta? Estaba muy cansada y había tenido que ponerse ropa de más abrigo a medida que llegaban. Fuese por el clima o por el destemple que empezaba a hacer mella en ella, las manos y los pies eran como dos trozos de hielo. Estaba baja de reflejos pero, al verlo allí esperándola después de horas de retraso el corazón le dio un vuelco. La alegría por el encuentro dio paso a la vitalidad que necesitaba y por un momento se olvido de todo. El viaje había merecido la pena.
- Bueno parece que no te volverás con nosotros a España mañana. Creo que es ese de allí por la cara con que mira hacia aquí. - Si, en efecto es él. ¿No me negareis que es guapo? -¿Pero mujer es que en España no hay mozos guapos o que? -Si, yo no lo dudo. Pero ya sabéis que cupido dispara a ciegas. Gracias por todo. -Mira que eres tonta, una chica tan guapa como tú se viene a liar con un gabacho, dijo uno de los chóferes en tono de guasa. De todos modos nos alojamos en el hotel que hay cerca de aquí. Si no lo ves claro, tú no te lo pienses dos veces y nos llamas que te guardamos un asiento para la vuelta. No podemos dejar que se lleven a nuestras mujeres. - Quizás cuando vuelva coincidamos otra vez. Me gustaría volver a veros. -¡Que pases buenos días! -Gracias. ¡Que llevéis buen viaje de regreso! Adiós.
Nada mas bajar del autobús en el que llevaba mas de 20 horas metida, y tras despedirse de los dos conductores con los que había compartido comida y mas de 300 kilómetros los tres solos, entre charlas y confidencias, para ellos también terminaba su viaje. Bajaron el equipaje de la joven y los suyos.
Bruno se había acercado a recibirla mientras enrollaba un periódico, seguramente el que le había acompañado con su lectura mientras esperaba. Con el tiempo que había tenido que esperar estaba convencida de lo habría leído y releído. La cogió de la mano para bajar y tras un efusivo beso y un abrazo en el que notó todo su aroma y su calor la miro a los ojos, la beso de nuevo y le pregunto si estaba muy cansada. Mientras empezaba a contarle de un modo entrecortado, como se había complicado el viaje, él cogió sus dos maletas y se encaminaron a pie hasta un edificio que había no lejos de allí. En sus cartas no habían hablado nunca del lugar en el que se alojaría pero no dudó de que lo tuviera todo previsto. El siempre le decía que no habría ningún problema y desde luego después supo que para él no lo era. La alegría que sintió al verlo dejo para ultima hora este tema. -Allí es donde vivo. Le indico con un movimiento de cabeza. -¿El edificio de las ventanas con las cortinas azules? -Si, es bastante grande pero muy tranquilo. -¿Pero son apartamentos? -No, es una residencia de estudiantes.
No lo habría adivinado, ya que poco tenía que ver este edificio que ahora tenía delante, con las residencias que ella conocía. -No se porque me parecía que vivías en un piso. -Si y así era hasta hace unos días. Ya estuve aquí en el primer curso, por eso me ha resultado fácil volver. -¿Ya no vives en el piso con Pascal? -No, precisamente te lo iba a contar en la última carta, pero pensé que seria mejor que te lo contase aquí, tenia miedo de que no vinieses. -Tenemos tiempo para contarnos muchas cosas. ¿No es así? le dijo mientras lo miraba embobada. -Espero que también tengamos tiempo para otras cosas. Para hacer algo más, que hablar. Se ruborizó y aunque sabia que su presencia allí era evidentemente la confirmación de algo mas serio, tenia miedo de no estar a la altura de las circunstancias. -Tranquila cariño, todo a su debido tiempo como tú siempre me dices. Lo importante es que estas aquí. Quiero decirte que tienes que conocer como se vive aquí. Visitar y conocer los alrededores que ahora están preciosos y poco a poco iré presentándote a mis amigos. La lastima es que tendré que dejarte alguna mañana sola, pues las clases son obligatorias para los exámenes. -No te preocupes, lo comprendo, es tu trabajo. Eso me dará opción para ser un poco más una turista en apuros. Con el poco francés que hablo... -Si es verdad, eso te permitirá practicar. Yo ya práctico español contigo, después de unos días tú harás lo mismo con el francés. Solo te falta soltarte un poco. Tu comprensión es muy alta y cuando pierdas la vergüenza tu conversación será más fluida. Tenía razón cuando hablaba así. Después de haber estudiado seis años de francés en el bachillerato se dio cuenta cuando lo conoció, que solo entendía el francés escrito, pero el oído lo tenía totalmente cerrado a la conversación. Lo pasó muy mal. Sin embargo, Bruno que había estudiado español menos años se defendía bastante bien. Ese fue uno de los alicientes al conocerse. Bien en español o en francés o mezclando ambos llevaban una conversión. En las cartas ella le escribía a él en español y él respondía en francés. No había problema de comprensión. Cuando entraron en la residencia una sala inmensa fue su primera visión. Muchos de los sillones y sillas estaban ocupados con gente ocupada en distintas actividades. Unos veían la tele en una salita que se abría a mano derecha; otros tomaban algo en un rincón del fondo en el que había una pequeña barra de cafetería. El resto charlaba en grupos y algunos leían como si nada de lo que ocurría a su alrededor pudiese perturbar su concentración. Tras unos saludos con la cabeza a algunos de los que allí había por parte de Bruno y viceversa y muchas miradas curiosas, los dos subieron la escalera tras cruzar toda la sala y por la que se accedía a las habitaciones. Bruno disponía de una pequeña habitación individual en el quinto piso de esta residencia mixta. A la entrada, en un rincón a mano izquierda, detrás de un murete, había un lavabo y un espejo que ocupaba, el espacio justo para el aseo. Disponía de dos ventanas exteriores que daban mucha luz, lo que hacia que no pareciese tan reducida. Era una habitación muy sencilla: una cama pequeña, una mesa de estudio bajo la ventana con dos sillas, un armario empotrado en la pared y una papelera. Los cuartos de baño y las duchas así como el resto de las salas de la residencia, eran de uso común y mixto. El primer día se llevó la sorpresa al salir de la ducha, con un chico que salía de la suya totalmente desnudo y se dirigía a por la ropa que había dejado en la percha junto a la toalla con toda naturalidad. Disimuló su sorpresa como pudo, era la primera vez que se encontraba ante una situación similar. En esta primera visita muchos conceptos cambiaron respecto a la educación a la que estaba acostumbrada en su país. La forma de vida y la libertad que se respiraba en todos los lugares donde los núcleos de estudiantes eran muy numerosos.
Aquí descubrió otra parte de Bruno que necesitaba para afianzar su relación. Tuvieron tiempo de hablar y de amar, de plantearse estar juntos lo antes posible sin pensar en fechas de idas y vueltas… La realidad era que el futuro se acercaba imparable y misterioso, segundo a segundo…y sin remedio.
©Escrito por Camelia
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