Fue ayer,
noche de frío y de estrellas. Una de esas noches abiertas, en
que el cielo nos mira con la sabiduría de un ser superior. La
estrella polar en el norte, inmutable y por otra parte indeleble
en mis pupilas. Ella a su lado, para que la viera. Apareció
repentinamente, o fui yo quien la quise ver. Pero estuvo, de eso
estoy casi seguro.
>Algunas veces me pongo a buscar en la
bóveda del desierto azul marino lo imposible, quizás no sea el
único, pero una desesperación recóndita me humedece los
pensamientos con lágrimas que no nacieron, secretas, profundas
de océano, mi océano, y ese es con el que cargo y muero a
diario, los demás ya tienen el suyo. No es una búsqueda con
consuelo, es un baño de realidades inconfesables, de muerte ya
enterrada en mi arena, de trazos visibles no más que de mirada
para adentro. Los demás sencillamente observan y ven mi piel,
mis ojos, mi rostro y hasta vaticinan que soy completo, cuerdo,
y razonable. Sólo necesito una estrella a solas, el secreto es
sólo mío, para acorralar los adjetivos y conjugarme con los
sueños prohibidos para los hombres honorables, prohibidos para
el resto del mundo.
>La vi, no brillaba para mi, pero hay
locuras de mariposa que nos enredan la razón, y nos atraen a las
llamas aunque sean de fuego asesino. Lucero amargo y dulce.
Escogemos la locura para suicidarnos en las luces nocturnas
vestidas de sueños imposibles y dorados. No serás mía pero por
una vez aguanté la mirada unas horas, y me quemé las pupilas,
grabando a fuego tu forma y tus sombras de luz nocturna.
>Ella no brillaba, palpitaba, pues la luz
no era igual de intensa siempre, como los corazones, se
aceleraba o se detenía por instantes, ahogándome sin latido,
faltándome el aire a bocanadas mudas de miedo, hasta que volvía
a retomar su ritmo y cadencia. Parecía imposible su influencia
estando tan lejos, pero estaba en mi cielo y quizá ahí residía
su secreto más frío, presente pero imposible, eterna pero
intermitente.
Me reflejé en sus ojos para descubrirme
inexacto, me perdí en sus cabellos para no herirme de frío nocturno, la deseé aunque quemara para transpirar sueños que el
día no trae entre los dedos. La dibujé tanto como pude, casi la
calqué y me la guardé en el bolsillo izquierdo de mi cabeza mal
amueblada, para no perderla, para tenerla por siempre aunque en
un simple esbozo.
>Imposible, lo intenté, retener una
estrella, amarla como a una mujer, estrellarme en su sexo y
respirar sus deseos. Acariciarla, tan sólo, me producía sudor.
Enfermo y desnudo, con fiebre de hombre, hablé con ella, estoy
seguro, y ella me habló, más las estrellas son eso, luces de
hambre que nunca tendremos, lejanas y admirables, sencillas y
amargas, porque la dulzura servida en copa de mimbre se torna
imposible para los labios sedientos.
>Y llegó la mañana... y llegaron los
cantos de cientos de hombres despertando a la vida, yo mientras
moría dejando escapar una estrella en el norte, sentado y
estrecho de latidos, me fui apagando con ella, muriendo. Levanté
el rostro de nuevo, y una lágrima vació la noche en la luz
amplia del sol justo antes que mi vida volviera a ser la de
siempre, esa que se parece a la muerte pero que es mía.
|