Giro a la nada

Isabel Muñoz Vázquez  

 

La sensación de felicidad volvía a inundar mi mente. Mi cuerpo se hacía cada vez más ligero. La plaza, donde me encontraba, vestía sus paredes de paz. De nuevo esa sensación de tranquilidad volvía a mí.


Después mi labio superior comenzó a sentir calor, de uno de mis orificios nasales caía, por enésima vez, sangre viscosa. Dejé que corriera y manchó el cuello de mi camisa azul. Luego, el sentimiento de cada vez que esnifaba cocaína, de nuevo aquella imagen, las lágrimas. Enero, Febrero, Marzo, todos los días de estos ocho años consumiendo drogas, pasaban por mi mente. Soy consciente de que las drogas van comiéndose mi cuerpo, pero no importa, ya no me quedan lágrimas, el sufrimiento es pura rutina, es locura. Todo da vueltas, no para, todo gira más y más sin detenerse. A lo lejos, mi solución. Apoyado en el banco de piedra unos gramos de cocaína, he de llegar a ellos. Un poco más, solo un poco, que más da, eso dá la felicidad que necesito. Oigo pasos, me escondo bajo las copas de los árboles, por qué, no sé, nadie quiere verme, la gente no me gusta, ya no puedo mirar a los ojos de nadie. Van despacio, recuerdo... la cocaína sigue en el banco, por qué no la cogí.

 

Miro entre los árboles, no la han visto y los hombres ya se alejan. Salgo de entre la madeja y vuelvo al banco, a paso ligero. Ya casi fuera de la cárcel de las ramas de los árboles, algo me retiene, no me deja andar. Miro detrás y... perfecto, mi camisa está sujeta a una de las ramas, no consigo alcanzar la punta de la rama para liberarme. No ceso en mis intentos giro, derecha, izquierda pero solo consigo enredarme más y apretar mi camisa contra mi cuerpo a modo de cuerda. Eché marcha atrás, quizá, si volvía a hacer de nuevo el corto camino la rama me soltaría, pero no fue así.
 

Seguía atrapado, me estaba volviendo loco. Me sentía animal de experimento, al que le hacen razonar para recibir su recompensa. En este caso, mi recompensa se encontraba al otro lado del camino, encima de un banco. Me preocupaba que hiciera viento, y mi recompensa saliera por los aires o que alguien se sentara en el banco. Más vale maña que fuerza, dicen, pero no fue así mi caso. Hice fuerza con todo mi cuerpo para salir corriendo, la rama cedería y mi camisa se rompería, yo quedaría libre. En efecto tardó en romperse, pero pude oír como la camisa cedía y se rasgaba. Antes de quedar libre algo a mitad del camino, hacia mi recompensa, me hizo tropezar, luego una mancha de aceite condujo mi cuerpo, con una velocidad considerable, hacia una de las bases que sujetaban el banco, mi banco. Mi cabeza freno todo mi cuerpo después de la carrera. Oí un golpe seco, después nada... todo se inundaba de sangre. Los ojos me pesaban, una sensación de angustia me invadía, de nuevo todo giraba. Pude sentir voces lejanas, mientras caía a un túnel oscuro, sin fondo. Las voces se alejaban y mi cuerpo seguía su rumbo por el túnel oscuro. Silencio, volví a chocarme contra algo duro. Mi cabeza una vez más era el freno de mi cuerpo. Otro sonido seco y estrepitoso. Después nada...


La recompensa que quise alcanzar se había convertido en el lecho de mi muerte. Tantos años compartiendo almohada, tantas horas juntos, al final me había traicionado. Pero era feliz, al fin me había llegado el momento, aquel en el cual ya no despiertas, aquel en el cual ya no ves de nuevo a las personas que inclinan su rostro al verme. Al fin descansaría en paz.
 

 

 
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