La sensación de felicidad
volvía a inundar mi mente. Mi cuerpo se hacía cada vez más
ligero. La plaza, donde me encontraba, vestía sus paredes de
paz. De nuevo esa sensación de tranquilidad volvía a mí.
Después mi labio superior comenzó a sentir calor, de uno de mis
orificios nasales caía, por enésima vez, sangre viscosa. Dejé
que corriera y manchó el cuello de mi camisa azul. Luego, el
sentimiento de cada vez que esnifaba cocaína, de nuevo aquella
imagen, las lágrimas. Enero, Febrero, Marzo, todos los días de
estos ocho años consumiendo drogas, pasaban por mi mente. Soy
consciente de que las drogas van comiéndose mi cuerpo, pero no
importa, ya no me quedan lágrimas, el sufrimiento es pura
rutina, es locura. Todo da vueltas, no para, todo gira más y más
sin detenerse. A lo lejos, mi solución. Apoyado en el banco de
piedra unos gramos de cocaína, he de llegar a ellos. Un poco
más, solo un poco, que más da, eso dá la felicidad que necesito.
Oigo pasos, me escondo bajo las copas de los árboles, por qué,
no sé, nadie quiere verme, la gente no me gusta, ya no puedo
mirar a los ojos de nadie. Van despacio, recuerdo... la cocaína
sigue en el banco, por qué no la cogí.
Miro entre los árboles,
no la han visto y los hombres ya se alejan. Salgo de entre la
madeja y vuelvo al banco, a paso ligero. Ya casi fuera de la
cárcel de las ramas de los árboles, algo me retiene, no me deja
andar. Miro detrás y... perfecto, mi camisa está sujeta a una de
las ramas, no consigo alcanzar la punta de la rama para
liberarme. No ceso en mis intentos giro, derecha, izquierda pero
solo consigo enredarme más y apretar mi camisa contra mi cuerpo
a modo de cuerda. Eché marcha atrás, quizá, si volvía a hacer de
nuevo el corto camino la rama me soltaría, pero no fue así.
Seguía atrapado, me
estaba volviendo loco. Me sentía animal de experimento, al que
le hacen razonar para recibir su recompensa. En este caso, mi
recompensa se encontraba al otro lado del camino, encima de un
banco. Me preocupaba que hiciera viento, y mi recompensa saliera
por los aires o que alguien se sentara en el banco. Más vale
maña que fuerza, dicen, pero no fue así mi caso. Hice fuerza con
todo mi cuerpo para salir corriendo, la rama cedería y mi camisa
se rompería, yo quedaría libre. En efecto tardó en romperse,
pero pude oír como la camisa cedía y se rasgaba. Antes de quedar
libre algo a mitad del camino, hacia mi recompensa, me hizo
tropezar, luego una mancha de aceite condujo mi cuerpo, con una
velocidad considerable, hacia una de las bases que sujetaban el
banco, mi banco. Mi cabeza freno todo mi cuerpo después de la
carrera. Oí un golpe seco, después nada... todo se inundaba de
sangre. Los ojos me pesaban, una sensación de angustia me
invadía, de nuevo todo giraba. Pude sentir voces lejanas,
mientras caía a un túnel oscuro, sin fondo. Las voces se
alejaban y mi cuerpo seguía su rumbo por el túnel oscuro.
Silencio, volví a chocarme contra algo duro. Mi cabeza una vez
más era el freno de mi cuerpo. Otro sonido seco y estrepitoso.
Después nada...
La recompensa que quise alcanzar se había convertido en el lecho
de mi muerte. Tantos años compartiendo almohada, tantas horas
juntos, al final me había traicionado. Pero era feliz, al fin me
había llegado el momento, aquel en el cual ya no despiertas,
aquel en el cual ya no ves de nuevo a las personas que inclinan
su rostro al verme. Al fin descansaría en paz.
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