Javier, ya sé que me odias y que no me perdonas por todo lo que sucedió
entre nosotros hace ya veinte años. Cenábamos juntos en el Riviere cuando
me presentaste a tu novia Irene. Luego la saqué a bailar. Al día
siguiente, ella me llamó a mi trabajo y quedamos para comer. Desde aquel
día, Irene, tu novia, fue mía.
Me odiaste a muerte y con razón. Esas cosas suelen suceder entre los
amigos pues unos siempre quieren las cosas buenas de los otros. Pero ello
resulta abominable cuando ocurren entre quienes son algo más que muy
buenos amigos. Como es nuestro caso.
Lo fuimos desde nuestros primeros gateos, al menos, eso decían nuestros
padres. Crecimos juntos, correteábamos unidos. Compartíamos secretos
infantiles de juegos, de picardías. Años después, nos contábamos nuestros
primeros ardores juveniles. ¡Qué tiempos aquellos!
Nostalgias: como cuando los primeros porros en la arena de la playa, en
las horas que debíamos de estar en las aulas del colegio. Y recuerdo sin
alegría, cuando siendo mayorcitos, tuvimos aquella cena de amigos y
amigas, en el Riviere, a la que acudiste con tu novia. Y por ser tuya,
quizá por entenderlo como un juego más, sólo por eso, te la quité. En
aquel momento se rompió nuestra amistad, la que al menos para mí, aun
pervive.
Estos últimos veinte años te los has pasado odiándome; pero yo los he
llorado, porque con todo lo sucedido te perdí para siempre.
Pero ahora quiero que sepas la verdad sobre todo aquello, cuando pensaste
que ella no te quería porque te convencimos de que buscaba tu dinero
sabiendo que eras de alta condición social. Y sepas que fueron tus padres
los que me conminaron para que te la quitara. Me pagaron por ello. Y a
ella también, que presionada por todos, la obligamos a aceptar el precio.
Al ser mis padres los caseros de tu hacienda, yo me convertí en el mejor
de tus juegos. Juntos nacimos y juntos crecimos aunque mi trato contigo
era insuficiente para tus padres, y aunque en los primeros años
consintieron nuestra amistad, luego, al final, sólo serví para cumplir con
sus deseos, interesados como estaban en que rompieras con Irene.
Me porté contigo como un auténtico canalla. Ella, poco después,
arrepentida de todo, nada quiso saber de mí. Tú seguiste feliz con tus
padres, que te colmaron de viajes por todo el mundo, ignorante de toda la
verdad. Y aumentó tu dicha, cuando te casaste con una mujer rica, pero
sólo lo fuiste hasta que lo dejasteis, porque ella te abandonó agobiada
por tus padres, los que jamás dejaron que fueras tú, tú mismo.
Y todo ello te lo cuento ahora, no sólo para que dejes de odiarme, cosa
que no harás, sino para que al menos sepas la verdad.
Ahora te digo que todo aquello fue falso, pues Irene te quería con su más
puro amor. Te mintieron, te mentimos todos, fui yo quien tuvo que
convencerla, para que desde su cariño hacia ti y por el interés de tus
padres, imposible de vencer, lo mejor era que te dejara y que te hiciera
ver al mismo tiempo que todo, todo lo tramado contra ti, para romper con
vuestro noviazgo, era tal y como has creído hasta ahora.
Tus padres fallecieron, los míos siguen vivos y como yo, te seguimos
apreciando, al igual que Irene, que sigue queriéndote y sufriendo en
silencio su cobardía de cuando te dejó vendiéndose. Por esto te lo cuento,
porque creo es justo que lo sepas y ahora, sin que nadie te lo impida, sí
que puedas ser, al menos en esta ocasión, tú, tú mismo.
Noviembre 2005
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