Estoy dormido, sé que
por eso mi cuerpo no
responde. Pero dentro
del sueño soy
consciente, estoy
despierto. Dirijo mis
palabras, mi
pensamiento; sé lo
próximo que voy a decir.
Me domina una extraña
emoción, porque en este
sueño lúcido, mi
consciencia se ha
convertido en un foco de
luz que se adentra en la
oscuridad de la vigilia
¡Veo, comprendo sus
secretos! Ahora los
enigmas parecen puzzles
resueltos.
Y siento que mi razón
desea escapar.
La realidad es un sueño
consensuado, y la razón
una armadura viva de
lógica y palabras.
Pero aquí se desmorona
entre gritos de dolor,
por no tener a quien
engañar, por no poder
cumplir el único objeto
de su existencia. Y me
abismo, desamparado, en
la realidad tras la
realidad.
Mi cuerpo es un
enjambre, no la unidad
que afirmaba la razón.
Un enjambre compuesto
por millones de seres
vivos; puedo sentir a
cada célula, todas bien
juntas, extendiéndose
por kilómetros de piel.
Siento el terror que las
impulsa a unirse,
conscientes de su
insignificancia, del
frío, del vacío que las
rodea. Eligieron a un
líder supremo,
invisible, al que llaman
“yo” al que obedecen
instantáneamente como un
sólido ejército sin
ojos. Ignoran que yo las
dirige por desgastados
senderos que otros
líderes del pasado
trazaron en la realidad.
¿Yo soy el líder? ¿El
líder soy yo?
Noto que el líder
intenta hablar, lanzar
una de sus indiscutibles
órdenes al ejército de
células, que se remueve
inquieto. Noto que el
pánico lo estremece,
cuando surge un borbotón
de sangre por el cuello,
en lugar de palabras.
Alguien le ha rajado la
garganta al líder.
No tiene ojos, no tiene
manos; pero los siento
desorbitados, las noto
empapadas, rojas. Se
aferran, taponan; vuelve
a intentar una orden
desesperada, pero ya es
un río caliente,
pegajoso, lo que mana, y
un mar embravecido de
horror lo arrastra sin
retorno.
Las células no han visto
nada, pero sienten,
comprenden que algo va
mal, terriblemente mal.
Comienzan a moverse, a
sacudirse unas contra
otras con malestar y
violencia. En el caos
resultante, en la
oscuridad de su
entendimiento, se
desligan, se separan
cada vez más lejos.
Pronto recuerdan el
frío, el vacío, que las
condujo a unirse. Pero
no escuchan ninguna voz,
nada que las dirija. El
líder ha callado; y en
ese silencio sólo pueden
sentir un terror
pulsante y desconocido.
Demasiado tarde, serán
conscientes de su
irreparable error: la
perdición es inevitable
caminando sin compañía.
El ejercito comienza su
disolución.
Mi cuerpo es un enjambre
de insectos
microscópicos y
enloquecidos. Algunos
chocan entre sí durante
la huida y conforman
gusanos, que pronto
desaparecen. Todo mi
organismo se disgrega,
se evapora en una nube
gigantesca, sin que
pueda hacer nada por
impedirlo. Mi voz pierde
fuerza, mientras siento
mi conciencia diluirse
en un océano de negrura.
Una luz me golpea por
dentro.
Comprendo que morir es
un sueño blanco.
Un sueño lúcido.