Ocurre,
Ocurre,
Ocurre…
Sucede.
Claro, pero tú no lo esperas. Toda la locura te sobreviene de pronto.
Es ese amor que te arrasa y que no sabes amortiguar. Que te desmadra la sangre y que te lacera de placer. Que te aplasta a lo más básico de tus neuronas para nacerte de nuevo.
Y después de ese primer beso apretado, germinas tú. Renacida y bella como hace siglos que no te mirabas.
Resurgida, jadeante… tú. La que espera. La que se pregunta y ahora qué.
Y ahora qué ocurre,
Qué ocurre,
Qué ocurre,
Qué sucede…
Por eso yo, en esta mañana de un Berlín que me abraza la espalda y mientras leéis este poema que podría dedicárselo a muchos hombres y mujeres, a muchos amigos y desconocidos o incluso a mí, os pregunto si pensáis que ese amor que irrumpe es porque ya estaba antes agazapado y esperando en silencio.
Esperando como un perro sin amo.
Y también si el culpable de tanta felicidad ha sido él o ella…
Leed, leed y pensad…
Y la noche coge mal color,
vamos a decir que es amistad…
NOSOTRASH
Quería olvidar
un amor
que minaba
mi corazón y
mi cerebro y
te llamé
–para eso están
los amigos–
Nos citamos
a las ocho
en aquel antro
de lunas y espejos
que ponía
el mejor
gin-tonic de
Madrid.
Creo que fui yo
la que te abracé
demasiado
fuerte
cuando me regalaste
la pulsera
de plata
que nunca te
habías quitado;
o quizás tú,
que me diste la
mano
al cruzar la calle
para guiarme
(al cielo,
de eso estoy
segura).
Yo bebí de
tu copa antes
de tragarme
tus labios y
tú me pusiste
la servilleta
en la falda,
antes de
subírmela.
Esa noche
olvidé mi
guerra y
tu paz,
olvidé los
mensajes que
esperaba
(de él)
y su promesa
de que siempre
me amaría.
Esa noche
me abandoné
para dejarte
entrar como
un animal
en mis vértebras.
Hasta hoy
(por todos los
demonios,
qué milagro),
que sigues
ardiendo dentro
de mis
piernas,
de mi cama y
de mis huesos.