A veces, bajamos dentro
de nosotros. Tanto, que no encontramos la salida (tan
simple, que no la vemos). Entonces necesitamos una mano
llena de locura que nos agarre de los intestinos y nos saque
al exterior.
Por eso este poema. Por
las bajadas y por el maravilloso subidón.
Esta
mañana,
me he despertado
enterrada dentro
de mí.
No podía
salir de
mi asombro,
ni de mi piel,
ni de mis
entrañas…
Estaba atrapada en una
Yolandalacrada.
He gritado
fuerte,
muy fuerte;
pero todos
dormían
profundamente y
mi voz era
el anticipo de
una lágrima
seca;
el fósil de
una nota
desafinada.
Mientras
pensaba,
me volvía
cada vez más
pequeña y más
feto.
De pronto,
cuando la placenta
del olvido
se iba
tragando todos
mis órganos
(el pelo me aferraba
a la cordura)
has aparecido tú,
con tu mano
de cachorro
sin miedo
atravesando mi
esternón.
Llegando al más profundo
rincón de mis vértebras y
de mi amor.
Y,
con la suavidad
de una hoja de
almendro,
has plantado
en mi
cerebro,
una flor.
Ahora vuelvo
a nacer
dentro de mí
y llevo en mis
entrañas,
tu jardín.