Ya sabéis que a veces ocurre.
Que vomitas verdades y mentiras para devolverle a tu corteza, por fin, la paz.
La tierra, eso es ella, la chica que ahora se frota con lejía los besos que no volverán y las uñas que no apretarán sus piernas.
Y se frota tan fuerte que, de nuevo, abre su pecho y su sonrisa.
Ella, que como la tierra, está formada por placas que flotan y que se arrastran sobre su manto. Ella, que sus lunares son el material caliente y pastoso que, por fin, junto con el nombre que comienza a olvidar, huyen por una grieta formando volcanes.
Volcanes que la vuelven a hacer arder…
Ella es la chica de este poema. La que le grita a la luna que vuelva a salir para tomarla junto a alguien que la invade de nuevo.
Pues yo ya no soy copiloto de tu amor...
NOSOTRASH
Ardiente,
como el olor a
pan recién
nacido
o el brasero
de picón
en invierno
(esa estación que
últimamente me
desnuda).
Dulce,
como la primera
vez que te vi
atravesando el
aire y
la gente
para conocerme,
o como la nata
que mi primer novio
me dejaba probar
en su dedo.
Y firme,
como la hierba que
se obstina
con el árbol
de la esperanza
(esa que me
crece en las
entrañas),
o como tu voz
cuando no
quiere colgar la
llamada que
nunca espero
(sin atreverse,
aún,
a decirme
te quiero).
Así,
adorable extraño,
te has ido
instalando en mis
días y
en mis pestañas
y ahora
no quiero
expulsarte.
Ahora
necesito que sigas
lamiendo
mi sangre
de loba
(por el amor)
herida.