Me gustó que
me enseñara su
armario preñado
de zapatos
(no imagina
lo que me gustan
los zapatos
de hombre)
y los cajones blancos
que él mismo
había diseñado.
(Me gustó su
cara de niño).
Me gustó su
sofá blanco
encueros
y saber que,
después de
sentarme,
lo llamó
con mi
nombre.
Y me gustaron sus
cuadros llenos
de arte y
sus botones
blancos que
abrazaban su
cintura
(y que me
llamara antes
de comer
para enviarme
su cuerda voz
ciega de locura).
Me gustó que
me recogiera
y que me volviera
a recoger para
después
llevarme y
volverme a
traer.
Y me encantó
que me cuidara
y que,
educado y
confundido,
me preguntara
en qué lado
de mi cuerpo
llevo este
bolso que
nunca vive
en un sitio
fijo.
Pero lo
que más
me gustó
(mucho,
mucho,
mucho)
es que me
gustara.