Me enloquecen
las cosas
lujosas;
me hacen
sentirme
terriblemente
poderosa.
Me compraría,
por ejemplo,
hasta agotar
mi tarjeta,
todas las sonrisas
de Mandela
(que curioso,
siempre que lo
veo reír,
lloro).
Soy también
adicta
a las pulseras
de zafiros
de plástico
que mis
hijas
me hacen
con sus
deditos preñados
de futuro.
Y, aunque
es muy
caro,
no puedo resistirme
al lujo asiático
de hacer
el amor
contigo
a la hora de
la siesta
(este es uno
de mis
consumos
favoritos).
Por supuesto,
me gusta,
(claro que sí)
un brillo de
labios de
Dior y
un bolso de
piel de
nube
pero esos
lujos
son mucho más
baratos y
casi me
llegan de vez
en cuando
para pagarlos
con la cuenta
corriente
de nuestra
cartera.