A veces, volver, es empezar.
Han pasado veinte años.
Revueltos como sanguijuelas en una colcha de raso.
Fugaces como una palabra.
Sólo una.
Él la llamó. Me gustaría verte; vivo en el mar, donde me dejaste.
Me gustaría volver a ver tu pelo,
y tu risa.
Y ella fue.
Se acercó tiritando de nostalgia; con el recuerdo pegado en los zapatos.
Como un chicle incómodo que nunca se quita, paleolítico del sabor ácido de la menta.
Tocó el timbre del portal.
Baja,
estoy aquí.
Y lo espió mientras él descendía; escondida en el rellano del viento, acercando su nariz para oler la distancia.
Su corazón,
pirata sin parche,
la abordó.
Él se acercó torpe, midiendo el espacio de su cara donde enterraría un beso.
Sólo uno. Es más hermoso un beso que dos.
Sólo uno.
Te invito a cenar. Lo siento, olvidé el unicornio y he venido en coche.
Y ella sonrió. Abriendo sus labios curiosos.
Hablaron durante horas y se fumaron el aliento que descargaban sus palabras. Me va bien; me enamoré y tuve hijos le susurró ella mientras bajaba las pestañas.
Pues yo parí una depresión. Malgasté mi vida ahogándome en la tristeza. Ahora he vuelto a sonreír.
Y caminaron por el cielo.
Sólo un rato. Oliéndose como animales en celo.
No se dieron la mano, ni lanzaron fuegos artificiales en su pecho. Ni siquiera se miraron embelesados. Separados, pero juntos. Como nunca lo estuvieron hace veinte años. Ella sintió el terreno abonado en su ombligo, listo para la siembra.
Y se fumaron el tiempo y liaron un canuto de palabras y risas, antes de despedirse.
De nuevo con un beso,
solo uno.
Te llamaré, mañana quizás. O a tu vuelta. Te gustará ver mi vida, le susurró él.
Y la dejó en la verja de su casa. Donde hacía veinte años la besó en la boca
-tan tiernamente…-.
No durmieron,
ni ella,
ni él.
Por la mañana ella se asomó a la vida de nuevo.
En la puerta se encontró una nota con un corazón de papel.
Necesito verte reír de nuevo…
Te espero,
lo que tú quieras,
incluso
otros veinte años.