Ben Clark, la policía celeste. Por Arturo Tendero

Ben Clark

Ben Clark

La policía celeste
Visor, Madrid, 2018. 68 pág. 12 €

  «Igual que el polvo cósmico se junta / y baila hasta formar un centro, yo / he construido todo mi universo / alrededor del día en que llegaste».

  La policía celeste es un libro viajero que no se mueve de Google, es un libro de aventuras que no corre más riesgos que la cardiopatía del padre del poeta, es un libro de poesía vertebrado en torno a unos pocos datos evocadores. El título homenajea a la primera sociedad astronómica del mundo, fundada en 1800 por seis astrónomos obsesionados con localizar un planeta perdido. Clark lo explica al principio y lo resuelve en el epílogo. En el interior, un poema con el mismo nombre le sirve para establecer un paralelismo amoroso: «Pero debo buscarte. Tenemos que buscarte. / Porque las matemáticas sugieren, / porque la poesía certifica / y sobre todo porque la noche es densa y negra / y las alternativas dan demasiado miedo». También hay en el libro astronautas y aparecen el cometa Halley, la Vía Lactea y Andrómeda. Pero es un decorado. La esencia de este libro, con el que Ben Clark (Ibiza, 1984) ganó el último premio Loewe, es bastante cotidiana: parte de la vida de un joven que se enamora, que valora sus raíces, que acompaña a su padre enfermo y que mira mucho al cielo en los libros y desde la la terraza de su casa. Del amor tratan las piezas iniciales, como la primera: «Cuando llegue el poema que te quiero / escribir, cuando acuda vivo y joven / a los ojos primero y a las manos / después, sencillamente, predicando que nada hubo más fácil / que esperarlo…» Sin embargo tienen más fuerza algunos poemas de la segunda parte. Por ejemplo «La habitación», donde lleva de la mano al lector a su casa de la infancia, el centro del que brota su mundo. También «El humorista» o «La fiesta», dos poemas que giran en torno a la figura paterna en un tono seco y de final abierto, muy carveriano. El riesgo que corre en estas piezas es no abrochar la anécdota, lo que sucede a veces. El conjunto resulta a la vez evocador, ingenuo y desconcertante «como el niño quemado por el sol / que recorre la orilla y le regala / un tesoro a un extraño».

 

Arturo Tendero

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