El Cuadro. Por Luis Tamargo

El Cuadro

«Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más allá de la Isla, y el viaje es largo»
Knut Hamsun.

  A lo largo de mi azarosa existencia he podido conocer los más variados paisajes y, lejos de sentirme utilizado, ahora reconozco la riqueza y privilegio que ha supuesto distinguir el semblante de quien tenía enfrente. Añoro los primeros tiempos, aquellas tardes de buhardilla entre tanto lienzo amontonado, los primeros colores, manchas tímidas de aventurero trazo. Eran los comienzos, uno podía ya permanecer eternamente condenado a quedarse reducido a un boceto o, por el contrario, convertirse en un suceder de bocetos ininterrumpido.Tuve suerte de las manos en que caí y hasta donde he llegado. Esta vez el viaje ha sido muy largo, pero algo me dice que posiblemente aquí perdure con carácter indefinido, a juzgar por el modo que tienen de observarme.
Digo que mi vida es un privilegio porque nunca acabo de aprender lo extensa que llega a ser la gama de las emociones humanas. El rostro más afable puede transformarse en gesto soez, despreciable. Y, sin embargo, quien parecía distraído de pronto se desata en exacerbados elogios… El cobalto profundo del oleaje, la polícroma textura de las rocas, parcheadas, sobre el cielo diáfano, difuminado de grises limpios… Otros callan, solo miran. Estos son con quienes puedo hablar, son los interlocutores. Aún recuerdo la viva impresión que dejó en mí grabada mi primer interlocutor; siempre se le recuerda después que ha desaparecido.

  Pero hoy ha sido una jornada distinta, insólita para mí. Se ha formado un gran revuelo en la sala principal y luego, en los pasillos, la gente ha circulado con prisas y desconcierto. Los guardas de seguridad han llegado dispuestos a alejar de las obras al pájaro que, quizás equivocado, vino a parar al museo. Al final consiguieron sacarlo de la estancia y todo ha vuelto a la rutinaria calma familiar. Quizás demasiado rutinaria ahora que otra mirada se posó en mí… El ave me miró, cierto, me contempló con sus ojos de pájaro, verdaderos. Pude notar sus alas golpeando la tela del lienzo, de suave roce, como el mejor de los pinceles. El ave buscaba salir, una ventana, una escapatoria y su batir de alas, intenso, me estremeció, me habló del mar y del cielo, del bosque en la montaña, de pájaros que vuelan…


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