«El libro de los estorninos», de Marta Marco Alario. Por David Martínez Garrido

El libro de los estorninos

 

 

El libro de los estorninos es una obra de poesía dividida en «Cuatro vuelos», con un total de 39 poemas o estorninos que, para su completa asimilación, necesitamos hacer volar durante varios días, aprendiendo una acrobacia nueva en cada lectura.

El primer poema de esta antología ya nos empieza a abrir el apetito, «el silencio que necesitabas / para dar respuesta a mis preguntas». Estos renglones sugieren en breve mucho de lo que vendrá después en el transcurso de esta obra. Como toda poesía auténtica, nos encontraremos con muchas preguntas y algunas grandes respuestas.

Marta, fiel a una pureza extrema en todos sus registros, fabricando productos literarios de un talento refinado, y así lo constata su reciente Premio Literario de Relatos Cortos Ciudad de Sevilla, deja que los elementos embeban de ella misma, provocando imágenes de escalofriante belleza:

El libro de los estorninos, de Marta Marco Alario«Decían los viejos que / cuando Ava Gardner se contoneaba… / se podía adivinar la fuerza / el meteorito golpeando contra el Planeta Azul / Una supernova».
Uno de los primeros estorninos nos habla de la memoria como órgano falible y fácilmente erosionable. Nos lo cuenta de una forma directa y pulida, un estilo que escapa de pesadas abstracciones para mantener fresco el impacto:

«Ahora los recuerdos se te agolpan/ y los confundes con los sueños. / Los confundes con los retazos, / con los trozos / de esos sueños que crees no recordar».
En casi todos los poemas se aprecia la cercanía, el humor y la ironía con la que trata diferentes episodios, la mayoría de ellos girando alrededor del amor, un «amor de libro», según la autora, y sirve de prisma para presentarnos un mundo con aroma a «crema poética».
«El tiempo tenía forma de corazón / y se anudaba el amor con los cordones de las New Balance».
En ocasiones hace de esa sencillez su dios, pero no por ello pierde fuerza el mensaje; al contrario, esa simpleza en su posición adecuada carga a su poesía de una tensión emocional que sacude:
«Anoche me espié a mí misma / y me sorprendí siendo idiota».
El mundo de los versos no es otro que el de este universo mundo en el que vivimos. La lógica visual del poeta, si pretende llevarla demasiado lejos, se torna al revés por obra de la lógica gravitatoria del globo, cayendo en lo absurdo. Marta lo sabe, y por eso su poesía huye de pretensiones imprecisas y trasnochadas, consiguiendo una pegada demoledora.
También, «como por arte de Lovecraft», hay referencia para el mito de Cthulhu entre los amantes del terror más dulce.
«Y mientras… Ctulhu jugaba al Candy Crush».
Y es que en este libro hay espacio para muchos estorninos: «Toda tu sabiduría fue / así / para mí, pero no mía». Tal vez por ello Marta quiera transmitirnos con gran altruismo toneladas de sabiduría comprimida, y para ayudarnos ha incluido una acertadísima selección de citas.
Los numerosos poemas de la vida diaria nos ofrecen una cotidianidad en transformación imperceptible. Es casi imposible no sentirse reconocido en esas frases corrientes, expositivas y fluidas del hablar familiar.
«Se me derraman mis niños. / Me bebo la carretera / todas las mañanas.
Por mucho tiempo que pase, / y muy celiaca que sea… / siempre olerá a pan tostado / en mi cabeza».
Durante todas las páginas, Marta se va a referir a la cantidad de conocimientos obtenidos en la infancia, conocimientos que ella parece no estar dispuesta a reprimir, ya que considera indispensable conservar la lúcida mirada infantil para ver el mundo, cosa que perseguirá, con éxito, en todos los estorninos. Por eso este libro es una mina para una aproximación a la autora.
En «El estornino de hoy en día», contemplamos el atinado retrato de un niño y el escenario de sus movimientos.
«Asomarse a sus ojos es lo mismo / que ver brotar sangre de una herida. / Cuando su mirada recorre las líneas / que recorren las baldosas».
Metáforas dignas de estudio, singularmente apropiadas y operantes de la fase inicial de la vida. La autora revalida una simpatía evidente por las criaturas más pequeñas, aquellas que, por su inocencia, tanto se le parecen.
Algunos estorninos desencantados con la poquedad del tiempo nos recuerdan cómo a veces la oscuridad es más rápida que la luz y por qué debemos luchar por ese minuto que se escapa.
«Y me doy cuenta de que se amontonan los días sobre la mesa de la vida. / Y es de madera. Y está vieja y astillada».
La sensación de amplitud, de fuerza argumental, la percepción de la trascendencia que la fuerza lógica puede proporcionar, la impresión de sentirnos reconocidos hasta lo más recóndito y primario de nuestro espíritu, es algo que nunca se encuentra hoy en día pero que Marta consigue con pasmosa facilidad.
«El cansancio se desliza por debajo de su oreja. / Y se enreda entre los dedos derechos. / Con los que me va a tocar tensar la cuerda. / Las cuerdas. Las parcas. Mis hilos. Los suyos».
El resultado de emplear frases cortas e independientes, que dejan que el pensamiento piense por sí mismo y luego esperar a las consecuencias; los divertidos alardes de inventiva, que nos entretienen y nos mantienen la sonrisa durante toda la lectura, sin renunciar por ello a la técnica musical, constituyen uno de sus mayores méritos.
El estornino 31 brilla con un sano escepticismo mientras habla de la suerte, y es sin duda de mis preferidos:
«La suerte es… / la ceniza del cigarro de la puta / cayendo en mi dry martini».
Este libro de poesía se diferencia en muchos aspectos de cualquiera que haya leído. El cuidadoso y ferviente estudio de los estorninos producirá un verdadero vuelo en el lector.
El penúltimo estornino sentencia: «Espero curarme. / Aunque mucho me temo que esto va a ser un mal de amores. / Ay, cuánto me pesan los muertos».

 

David Martínez Garrido

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David Martínez Garrido

Farmacéutico de profesión. Ha publicado relatos y poemas en Letralia, Entropía, El coloquio de los perros, Excodra y Margen Cero. También ha sido articulista de carreras de caballos en TodoTurf. Actualmente escribe reseñas de libros en Culturamas.

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