Jefe, que no voy a trabajar… Por Dorotea Fulde Benke

gafas

Cariño, hoy no me puedo levantar. Saca tú al perro, viste a las gemelas -no se te olvide quitarles el móvil que la tía Pepa les regaló en Navidad- y llévalas al colegio. … Y no me digas que si me fui con la Reme y acabé con una mona. Señor, ¡cuánta injusticia hay en este mundo! Cuando llegué a casa de Reme ya iba chunga porque a mediodía tuve que tomarme unas acelgas con tu cuñada Loli que no tenían canas porque la verdura no envejece sino desaparece. Sabían a moho y a arena de río, y cuando pregunté me dijo que se les había inundado el jardín de atrás pero que las acelgas estaban BUENAS y que no la hiciera un desprecio. Al salir pensé vomitárselas en el arbusto de rosas pero ella me estaba observando detrás de la cortina del salón, y para no provocarle otro ataque de pánico como en Noche Vieja, tragué saliva con acelgas y seguí para la casa de Reme. Espera, ¿qué tomé donde Reme? … No me acuerdo. Una o dos copas de un color y luego unas cuantas de otro. Después fuimos al bar de la esquina porque Reme dijo que no quedaba más licor y -fíjate, qué coincidencia- el camarero estaba haciendo un curso de hostelería a distancia y ayer mismo había recibido el manual de barman. Se puso la mar de contento al tener a dos personas que cataran lo que preparaba en la minipimer. Allí los colores ya se me mezclaron y me tuve que sentar un rato en el suelo. Al levantarme, el bar se tiñó de verde acelga, hasta mi cara en el espejo del baño tenía ese mismo color. Luego, camino a casa, hubo un cortocircuito general y todos los semáforos, en rojo, ¿te lo puedes creer? Pues no les hice ni puñetero caso. De pronto me vino una luz azul, intermitente -¡más molesta para los ojos!- y un señor, de azul también, me dio varios papeles verdes y me obligó a montar en un coche blanco. El sinvergüenza del chófer quiso cobrar por llevarme pero le dije unas cuantas verdades y vomité acelgas en el asiento. Entonces se fue sin más. Por no molestarte, amor mío, ya que la llave no entraba en la cerradura, entré por la puerta de la terraza y me eché aquí en este sofá tan incómodo. Bueno, ya sabes todo, vuelve a taparme, ay, y llámale a mi jefe para decirle que tengo farrangitis, jeje, ya me entiendes, ¿no? …farra…farrangitis y que no voy a trabajar. …¿Que cuál es el número? Pues, aquí, en mi agenda, pásame las gafas que están en la mesita. … ¡Oiga, usted no es mi marido! ¿Qué hace en mi casa…? ¡Anda, pero si esta casa tampoco es la mía!

Dorotea Fulde Benke

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