Venga a mí la luz.
De las sombras el hartazgo hizo rugosidad
ajenas al eterno exilio de las claras valentías.
Ando sin piernas contundentes. Pensando
en el paso abrasivo germinando del cuerpo roto
a menudo,rehago las teorías. Colmo mis brazos de aperturas
y parece que todavía me quedasen alas donde respirar.
Ir hacia la luz de la poesía como una perdición acorazada
en el patíbulo de las obsesiones, o romper el tremendo
afán persecutorio de la escalera de lo maldito.
Romper lo ya roto, como una noche roja,
que sofoca lo establecido en paredes de insurrección.
Estamos hechos de luces, ¡qué empeño me nombra
cuando me veo destripando futuros y no me reconozco!
Será la costumbre ciega de la tapia expiatoria
o el castigo de saberse piel uniforme en medio de la tormenta.
Ya no hay rayo absorto en el árbol decaído, no ha de llover,
entre lo seco de las lenguas idénticas de las nubes
pues el cáliz, revenido del golpe, perece
al contacto estriado cuando cómplice se rasga otro sol.
Venga a mí la luz,
que del hartazgo ando rompiente piedra
y no me reconozco en la espalda nauseabunda de lo seco,
agua de otras aguas colmo el privilegio
de saberme hija de la oportunidad
cuando, indulgente, la grieta de todas las cosas
optó por crecer
y hacerse poesía.
Pilar Gorricho
En este tiempo de hartazgo en que nuestras piernas se tambalean, buscamos la luz de la poesía, la invocamos, alzamos nuestras voces en una oración convaleciente.
Un abrazo, poeta.
Suele haber referencias a la poesía de altura en el camino de la literatura. En este caso Pilar, el encuentro con suis versos a mi me hace sentir una poesía de hondura, de entraña a entraña, de interior a interior.
Solo una poeta de hondura puede reflejar la necesidad de la poesía Pilar; usted lo hace.
Un auténtico lujo leerla. Un abrazo.