A orillas de la playa. Por Manuel de Mágina

Orilla de la playa-©MLN

Ahora —lo estaba viendo venir—, le haría la fatídica pregunta.

—¿Y cómo es que has pensado montar una agencia de detectives?

Nieves sostenía en la mano el vaso de tubo con el refresco de limón y le respondió sobre el ruido de fondo de la ciudad.

—Pues…

Se le hacía difícil contestar con pocas palabras y le añadía dificultad el hecho de hacerlo allí, en una fiesta de amigos, en un contexto muy lejano a la realidad laboral y al día a día de una mujer como ella.

—…no sé. Se me ocurrió que podía ser interesante. Estuve mirando a ver y, bueno, la verdad es que hay de todo. Muchos negocios de todo y mucha competencia en todo. Y dije: ¿qué más da? En algo hay que arriesgar, y pensé en esto. No sé; por lo menos no hay muchas agencias de detectives en la ciudad. Solo una, que yo sepa.

—No, está bien —contestó la otra—, y tomó de su vaso un sorbo de líquido rojo. Luego imaginó las peripecias mientras componía la siguiente pregunta y no pudo evitar que le apareciera un ligero mohín en la boca.

—O sea, que vas a andar todo el día detrás de infractores de la ley.

—Espero que no sea así. El trabajo de un detective privado no es el de un policía. Más bien se trata de averiguar cosas sobre personas o empresas, ¿comprendes?  Hay mucho trabajo de papeleo. Te sorprenderías si supieras la cantidad de tiempo que se gasta en eso. Gestiones ante la administración de justicia y otros organismos públicos. Todo eso lo hemos dado en el curso y, la verdad, me ha quedado bastante claro por dónde van los tiros.

“Los tiros” —pensó la otra—, y dio otro tiento a su granadina con vodka antes de proseguir con el interrogatorio.

—Y tú te ves bien desenvolviéndote en eso…

—Sí —contestó ella. Un sí dubitativo, con la inseguridad de lo que no se ha experimentado todavía.

—Te ves con capacidad…

—Sí.

—Y los niños, ¿qué piensas hacer con ellos?

—Pues ¿qué voy a hacer, mujer? El hecho de que me ponga a trabajar no significa que los tenga que abandonar, ¿no crees? ¡Tantas mujeres trabajan y llevan a la vez la casa! —Y pensó en una muy próxima—: ¡Tú misma!

—Sí, pero yo solo trabajo media jornada, ya lo sabes. Y tengo un marido que es una joya.

—No sé, creo que nos podremos organizar. Además que, como el negocio va a ser mío, le dedicaré las horas que pueda. Yo misma seré mi jefa. Y, bueno, Paco me ha prometido echar una mano con la casa.

—¿Paco?

—Sí, Paco, ¿qué pasa?

—Nada, nada. Si él lo ha dicho y tú confías en lo que dice…

—Y, ¿por qué no habría de confiar, Natalia?

—No, por nada, por nada.

—Por algo lo habrás dicho…

—Mujer, Nieves, porque veo a Paco un hombre un poco tradicional, ¿qué quieres que te diga? A estas alturas no te voy a descubrir nada que no sepas.

A Nieves le dolían los pies de llevar toda la tarde y la noche con los zapatos de tacón, le molestaban las ligas de las medias, la faja que se había puesto para lucir el traje de chaqueta azul y se sentía hinchada como un globo después de andar bebiendo y picoteando de aquí y de allá, de esto y de aquello otro. No quiso seguir el derrotero que había tomado la conversación porque imaginaba que pronto acabaría surgiendo la comparación entre maridos y que ella, como siempre y por más que defendiera al suyo, saldría perdiendo.

—Bueno, ya veremos como marcha todo.

Desde la calle subía a la minúscula terracita no solo el rumor constante del tráfico, sino también ese olor a combustible quemado de los escapes y el resplandor tenue del alumbrado público. Nieves quería regresar adentro y pensaba fórmula para propiciarlo.

—Perdona, voy a ver a este, que tenemos que irnos ya mismo.

—¿Ya os vais a ir? ¡Si es muy temprano todavía!

—Es que el pequeño…

—El pequeño tiene ya cinco años. Además, ¿no me acabas de decir que los habéis dejado con tu cuñada?

Nieves asintió con un gesto y luego echó la vista a un lado.

—Pero si lo que pasa es que quieres volver adentro, podías decirlo abiertamente.

—¡Mujer, Natalia, que cosas tienes!

Y entró al salón-comedor de los anfitriones como un cohete; y la amiga, después de levantar el apoyo de la espalda en el pretil de la terracita, avanzó unos pasos tranquilos hasta adentrarse también.

En el interior, los hombres hacían tertulia sentados en el sofá y los sillones, con las copas en la mesita. La mesita de metacrilato estaba floreada por los cercos de los vasos y los chorretones de los derrames al servir. Los señores parecían hablar de dinero, uno de sus temas preferidos. Paco miraba atento, con su media calva y su espeso mostacho, prestando mucha atención a lo que decía Raimundo. Sostenía el vaso en su mano izquierda, con el codo apoyado en la pierna del mismo lado. Colgado de la ancha muñeca del brazo peludo, el reloj de acero inoxidable. La manga corta de su camisa de listas. Raimundo a veces se dirigía a él y él asentía, y a veces a Daniel. Daniel solía apuntarle, comentarle o rebatirle.

Nieves fue a decirle algo a Paco al oído. Paco dio un cuarto de vuelta a la cadena del reloj para señalar la posición de las manecillas y decirle que era tempranísimo, que adónde iban tan pronto, habiendo dejado los niños en casa de su hermana. Que si para una noche… Nieves dijo: “Bueno, bueno; tú verás” y fue a ocupar asiento a la mesa donde ya lo había hecho Natalia, junto a las otras.

—¿De qué habláis?

Y todas reían.

Manuel de Mágina – Agosto,2013 -.
Foto:©MLN
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Un comentario:

  1. Muy crítico te veo con la «vida normal». Pero, como me parece bien, no tengo mucho que decir. Solo que a través de un diálogo bien construido nos has dibujado una escena supuestamente simple pero tremendamente significativa.
    Será que, en el fondo, y siguiendo el poema de Usue («Turbulencias»), hay bastantes cisnes negros por el mundo.
    Me ha gustado mucho, Manuel.
    Un abrazo.

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