Sistema solar
Eres un sol: mi sol.
Y tú y yo hacemos el orden.
Fuego exterior, mi obediencia a ti
es la ley que te engrandece y glorifica.
Porque tu brillo es de mañanas promisorias,
imantado estás de majestuosidades,
alabadas con el templado diapasón de una música celeste.
No te busqué:
extraviado, tu beldad dictó mi camino.
Así muchos otros –menores todos–
son atraídos y, humildes, aquí estamos:
piedras lúnaticas de la risa,
meteoros de la idea, dulce melancolía
de cristales que se quiebran,
nubosidades de la razón si te alejas un poco
y polvo de muerte que no desecharías.
Pero sólo yo –esférico destino–
estoy así cerca tuyo, como en un regazo,
y en mí te reflejas
como un padre en su hijo.
Y no hay mejor patrimonio.
Tu reino se expande con el sueño. Y allá va
tras los ecos del nacimiento total.
(La totalidad: los dones repartidos,
el sentimiento unívoco
que no eclipsa la hora más amarga.)
Tú das a cada día su justicia
y la balanza se inclina nuevamente a su oriente.
Amor; eres el centro conocido.
Toda una edad dorada tendremos,
reverentes, tu pecho abriéndose,
las luces que de ti, caudalosas,
vienen y se quedan.
Aleqs Garrigóz