THELMA Y LOUISE, UN SALTO AL VACÍO EN NOMBRE DE LA LIBERTAD. Por Ángel Silvelo

 

 

Nos podríamos preguntar qué horizontes nos quedarían por alcanzar tras la Revolución francesa de 1789, el pilar de los Estados modernos, tal y como los conocemos hoy en día; o tal vez argumentar alguno de los escasos artículos de las Constituciones de los Estados emergidos al auspicio de las Revoluciones Liberales del siglo XIX, por no hablar del articulado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos ratificada en París en diciembre de 1948; pero quizá erramos en nuestra diana si pensamos que las grandes leyes por sí solas son capaces de proporcionarnos aquellos derechos o el privilegio de llevar una vida digna. Los vericuetos del día a día, esos por donde se nos escapan las ilusiones, ora sí, ora también, campan a sus anchas, más si cabe si hemos nacido en el medio oeste norteamericano, donde hasta no hace mucho tiempo pastaban los búfalos por sus inmensas praderas ante la única inquietud de las lanzas y las flechas de unos indios en nada parecidos a los de las películas del oeste. El progreso llegó a esas tierras, con la instauración de las armas de fuego, el whisky a granel para los pieles rojas, las carreteras y los camiones articulados, para, de esa forma, terminar de vertebrar una tierra salvaje en sí misma. Esa capacidad de la irracionalidad animal aplicada al ser humano sale muy bien retratada en esta polémica película en su momento, pero tan necesaria a la vez en un país como los EE.UU., pues a medida que pasa el tiempo, y uno se para a visionarla, comprueba lo poco que, en ciertas ocasiones, ha avanzado el ser humano, sobre todo si nos paramos a leer las estadísticas de las víctimas por violencia de género en los países más desarrollados.

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Thelma y Louise es todo eso y mucho más, porque, por encima de todo, el Hombre con mayúsculas necesita ser libre. Libre en los sentimientos, en el amor, en su parcela de vida propia por muy pequeña que sea esta, en el pensamiento… De ahí que Thelma y Louise sea un salto al vacío en nombre de la LIBERTAD, a la que nada ni nadie somete a los seres humanos en lo más profundo de sus entrañas. Nacemos para ser libres, y, a pesar de las múltiples cortapisas que la sociedad en la que nos desenvolvemos nos pone, algo falla cuando no somos capaces de crearnos un mínimo espacio donde sentirnos libres. La capacidad de esta película para hacernos reflexionar sobre esa última decisión de vivir y acabar la vida a nuestra manera es un catálogo de cómo algo tan inofensivo como es la ilusión de pasar un fin de semana en una casa de las montañas se convierte en una pesadilla donde la violencia machista, la violencia de las armas y, en definitiva, la violencia del hombre son capaces de acabar con todo. Las ilusiones que recorren nuestros pensamientos devienen aquí en pesadillas, y ese último hálito de esperanza que todos tenemos guardado en lo más profundo de nuestro corazón es reventado a golpe de puñetazos y de tiros de pistola. Todo está permitido en este valle de lágrimas, parece decirnos el guionista, y, por encima de todo, la supervivencia a través del engaño.

No obstante, la gran revelación de la película es el retrato de dos mujeres que, en la más abyecta de las posiciones de la vida, buscan la dignidad como personas por encima de todo. Esa huida de los falsos sueños es una bofetada de lleno en la escala de falsos principios que tanto nos mueven en nuestras mediocres vidas. Arremeter contra todo y contra todos, para reencontrarnos a nosotros mismos, es la esencia más cercana a un grito desesperado de un nihilismo tan exacerbado que solo un poeta en las profundidades de su locura puede llegar a entender. Sin embargo, qué mundo más miserable y oscuro sería aquel que no permitiera a un soñador cumplir su sueño. La vida es sueño, nos recordó en su momento Calderón, y ahí seguimos, imbuidos cuales Lazarillos que se engañan a sí mismos en su propia escuela de su no vida; una carrera en la que vale todo, excepto renunciar a nuestra propia libertad. No hay nada más esclarecedor que el diálogo donde se nos recuerda esa frase mítica y fatídica que es: ¿Crees que son solo tus sueños los que no se han cumplido? Sí, porque son muchos, quizá demasiados, los sueños rotos que descansan en el fondo de nuestra memoria que solo requieren el momento adecuado para salir a la luz, aunque este sea a golpe de acelerador cuyo destino final sea un precipicio.

Ángel Silvelo Gabriel

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