¿Agua para todos? Por Catalina Ortega Diaz

 

¿Agua para todos?

Quema el aire. Hierve la tierra. El albaricoque se hace mermelada en el árbol y el raquítico tomate se fríe, ya, en la mata. Un hilillo verdinoso de sucia humedad se arrastra por el expoliado cauce del río.
El agua, secuestrada, riega los jardines de ciudades artificiales surgidas de la agonizante Huerta como cosechas finales y millonarias de una tierra fértil asfixiada en el asfalto.
La infección endémica de ladrillos se extiende centímetro a centímetro rebosando por las playas hasta el mismo rompiente de las olas, trepando el horizonte, asfaltando cielos…
Los pantanos sacan su lengua de arena reseca perseguida, de cerca, por la maldición del desierto.
El último huertano araña la agrietada tahúlla y mira al cielo clamando la piedad del llanto a las indiferentes nubes preocupadas en buscar el azul perdido entre el humo espeso de la polución.
Los hijos del huertano y el banquero, esperan con paciencia la rendición del “panocho” haciendo cuentas. Nunca los frutos del trabajo del viejo, ni en toda su vida, conseguirán la milésima parte de los beneficios que supondrá construir una hilera de adosados con piscina comunitaria y campo de golf, en las tahúllas, sin tener que doblar el lomo del orto al ocaso, cultivando lechugas y arrugas a la par.
¡Agua para todos! grita el Mercado.
Réquiem por la Huerta… rezan bajito los últimos panochos.
¿Agua para todos?
El Imperio del Desierto despliega su ejército de arena y sal, presto a la invasión letal del Levante.

Cada vez hay más herederos de difuntos huertanos, amasando dinero con ladrillos, mientras Joseico, el Auroro de la Vereda del Capitán, escribe cada mañana en los muros que crecen como hongos:
¡La Güerta se muere y tié sesinos!

Dicen que está loco, el pobre panocho. Riega con su orina el último tomate, cual náufrago sin isla.

Siempre que vuelvo a la Huerta me sorprende contemplar una nueva tahúlla reconvertida en contenedores de vecinos sin identidad precisa; hileras de adosados, apiñados. El hormigón devorando la costa…. Ya no oigo hablar panocho, sólo spanglish.
Ni siquiera veo el mar, sólo un muro de edificios y grúas que levantan ciudades artificiales poblada por ancianos europeos jubilados que invierten a corto plazo y se convierten en GASTOS, a medio y largo plazo, especialmente sanitario. Los impuestos los pagan en sus países, aquí vienen a disfrutar del sol y los servicios gratuitos, durante los meses del duro invierno del norte de Europa. A estos emigrantes temporales se les llama turistas de lujo en contraposición con los emigrantes que vienen buscando trabajo, huyendo de la miseria (productores consumidores y reproductores de nuevos productores-reproductores- consumidores); a ellos se les etiqueta de ilegales.
Un bancal de tomate consume infinitamente menos agua que una urbanización de lujo.
No se trata de si produce más el tomate que el cemento, más dinero, más puestos de trabajo…no se trata de eso; se trata de que este medio-ambiente, este ecosistema no da para más. Ya se tragó al Segura, el trasvase Tajo-Segura y ahora necesita beberse al Ebro…Vale, vale que el ser humano adapta la Naturaleza para sí, pero de ahí a destruirla, a torcer los ríos, a no dejar ni un palmito de tierra sin cubrir de hormigón….

Los herederos de los huertanos amasan dinero, sepultando las tahúllas que los vieron nacer, con ladrillos y hormigón; pan para hoy y… mañana ¿Qué?

AGUA PARA TODOS, SÍ…; AGUA PARA “TODO” NO.

Catalina Ortega Diaz

Catalina Ortega Diaz

Fracasadora de gran Éxito

Un comentario:

  1. Al final no queda ni un palmito de tierra dispuesta a recoger el agua ni oscuridad en muchos km para poder ver las estrellas. Es demasiado, tal y como lo cuentas.

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