«Recuerdos en el café Recuerdos». Por Elena Marqués

Nave de los Locos

Apareció una tarde, las barbas recién recortadas y los quevedos acaballados en su nariz. Pidió un café solo con dos azucarillos, con mirada cascada y vacilante, y se acomodó en un sofá del fondo. A partir de entonces don Rafael Cortés empezó a formar parte de la descuidada tramoya del Café Recuerdos, con su despliegue de lápices y láminas amarillas sobre el mármol del velador y su inamovible boina parda hábilmente inclinada a la derecha.

Una tarde faltó a su cita. «Quizás marchó a su tierra», se dijo el encargado. Pues la peculiar indumentaria de don Rafael y sus exquisitos modales lo situaban en la próxima Donostia.

Y, aunque la mesa permaneció respetuosamente vacía unas semanas, se dio por hecho que don Rafael Cortés no habría de volver, y su lugar fue ocupado por nuevos clientes, que en nada echaban de menos su gesto vacilante y cascado requiriendo el café solo con dos azucarillos y el despliegue de páginas sobre el mármol del velador.

Pero una tarde apareció. Después de la reforma. Se le vio vacilante tras los cristales, inspeccionado los cambios con ojos desaprobadores y buscando con ansia su rincón de antaño. Lo que era un café entibiado por el humo del tabaco y los baños de anisete se había convertido en pulcra casa de comidas donde servían migas de Aragón y huevos republicanos. ¿Cómo es posible, en ese ambiente, escanciar sílabas y acomodar acentos?

Aunque no volvió, tuvo el detalle de enviarles un ejemplar. Recuerdos en el Café Recuerdos. Y lo firmó con disgusto.

 

 

De La nave de los locos. Madrid, Ediciones Irreverentes, 2014.

4 comentarios:

  1. Blanca Menéndez Cid

    Exquisito aperitivo para abrir boca (y ojos) a tu anunciado libro: «La nave de los locos». Nada mejor para empezar que este primoroso relato, breve, como un suspiro, pero repleto de sugerencias.

    Prosa brillante para una historia llena de nostalgias, de recuerdos. Apunta a muchas cosas: desde la belleza y el encanto especial que puede tener la decadencia para la creación, hasta la literatura como «madre nutricia» de la misma.

    Intuyo en la autora a una lectora voraz, no solo por su prosa impoluta, sino porque el texto rezuma literatura. Ese don Rafael Cortés, cuánto me recuerda a don Pio; ese café de Los Recuerdos, en el que veo un cruce —diría que hasta superado— del café Gijón y de la «tienda de las nostalgias» de Midnight in Paris de Woody Allen. Y lo más grande: refundirlo todo y contar otra cosa, con una voz personal, propia e inconfundible.

    No sé si es porque el día ha amanecido hoy, en mi ciudad, gris, triste, lluvioso, y me he llenado de añoranzas, ¿de qué? No lo sé, quizás de recordar lo que esconde ese libro; de vivir, de viajar en esa nave, ya que la primera parada en el «café Recuerdos» me ha hecho dar una gran bocanada de sueños y necesito más, mucho más.

    Habrá que leerlo, no queda otra.

    • Elena Marqués

      Muchas gracias, Blanca. Me alegro mucho de que este café bebido te haya provocado hambre de seguir leyendo. Espero que el resto del libro también te guste y no te vuelvas tan loca como sus navegantes. Me sentiría culpable.
      Muchísimos besos.

      • Totalmente de acuerdo con Blanca: prosa exquisita y brillante, a través de una voz que rezuma literatura en cada hálito. Bocanadas de aire fresco.

        Felicidades, Elena, una vez más. Y doblemente, por tu magnífico talento y por tu inestimable calidad humana.

        Un fuerte abrazo.

        • Elena Marqués

          Muchas gracias, Juana. Con las palabras, hago lo que puedo. El cariño que os tengo me sale solo.
          Ya estoy deseando volver a veros.
          Besos.

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