Desde Nueva York, Jesús Hermida. Por Amelia Pérez de Villar

Jesús Hermida
Siempre cito a los Beatles, Eurovisión y los Burda de mi madre como principales culpables de mi caída víctima del virus de la traducción y mi afán de aprender otros idiomas. Ahora, al ver en el Telediario la noticia de la muerte de Jesús Hermida, me doy cuenta de que era la pata que le faltaba al taburete. Como las otras tres, que también estuvieron en mi subsconsciente hasta que tuve que empezar a responder a esa pregunta de «¿Por qué quisiste dedicarte a esto?», al ver las imágenes de Hermida haciéndonos la crónica desde Nueva York, en blanco y negro como entonces, me he dado cuenta de cuánta culpa tiene, él también –y su Nueva York–, de que yo haya acabado ganándome la vida de esta manera.

 Nueva York
Un español en Nueva York significaba que Nueva York era accesible: no era aquel lugar irreal que mostraban las películas de Frank Sinatra o de Cary Grant. No era ese decorado inexistente que salía en Desayuno con diamantes o en Descalzos por el parque. Nueva York existía: estaba ahí, en blanco y negro como la Castellana el día del Desfile de la Victoria, con aquel señor que hablaba un castellano impostado y lucía unos trajes que ninguno de por aquí osaba ponerse, con sus corbatas llamativas y su tupé, a medio camino entre lo elegante y lo moderno, asumiendo que estos fueron una vez términos contrapuestos. Jesús Hermida era guapo, era histriónico, era un extranjero patrio con un caché que nada tenía que ver con el de las folclóricas que conquistaban la América de habla hispana cantando copla. Y, a diferencia de los Beatles, a las madres les gustaba.

Jesús Hermida
Hermida no exportaba España: importaba Nueva York. Ver su crónica era  asomarse a una ventana de la Quinta Avenida. Aun en la tele en blanco y negro los coches y los abrigos se coloreaban, se colaban en el cuarto de estar con tresillo de eskay verde y animaban los telediarios de la España de charanga y pandereta. Era la garantía de que ahí fuera había otro mundo que hablaba otro idioma y que nos traía, cada tarde, desde Nueva York, Jesús Hermida.

 

Esto ha sido todo: descansa en paz.

 

Amelia Pérez de Villar

Blog de la autora

3 comentarios:

  1. Elena Marqués

    No creas que ha sido todo. (Es verdad: así acababa él de dar la noticia que se trajera entre manos. Y luego decía: «Desde Nueva York…»).
    Don Jesús Hermida inició una forma de comunicar moderna e inspiradora de la que posiblemente beban todavía periodistas actuales; nos hizo atravesar el Atlántico y ver que había otro mundo más allá de la televisión en blanco y negro y las blusitas de batista. Posiblemente, como tú dices, es culpable de que otros muchos se lanzaran a la profesión que hoy ejercen y que a mí me hubiera gustado seguir.
    La vida acaba, pero la huella permanece.
    Besos, artista.

  2. Amelia Chaves

    Vaya que si le gustaba a las madres. Recuerdo a la mía escapando de las cintas de casette a la hora en que el Señor «estupendo» nos narraba de palabras y gestos otras realidades.
    Innovador y guapo lo era, como también un gran promotor y defensor del periodismo femenino en este país.

    Gracias por este homenaje tan fiel. Un abrazo.

  3. No es por llevar la contraria, lo juro; pero a mi madre no le gustaba nada el señor Hermida. A mí, sí. Y no por guapo o por atractivo, sino por ese algo especial que rezumaba tras sus ademanes histriónicos. Me fascinaba como se llevaba hacia atrás ese mechón de su cabello y su voz y, cómo no, su famoso «desde Nueva York…» Que un españolito de aquella época nos hablara de y desde la gran manzana con tanta naturalidad y cercanía, no estaba al alcance de cualquiera y lo ponía a la altura de Hollywood,y eso para los niños de entonces era como decir a la altura de los dioses.

    Gracias, Amelia, por tu bello recuerdo.

    Don Jesús Hermida, descanse en paz.

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