Errores afortunados. Por Carmen Posadas

Errores afortunados

Carmen Posadas 2015 Errores afortunados

 

Los chinos, que tienen una visión más dual y menos maniquea de las cosas, suelen decir que un error es una oportunidad. En el mundo occidental en cambio,  un error es visto siempre como un fracaso, por eso me parece interesante pararse por un momento  a pensar cuánto debemos a nuestras equivocaciones. Hace poco estuvo en Madrid el físico francés Gérard Mourou al que, lo que podía haber sido un trágico accidente laboral, le valió un Premio Nobel. En 1992, Detao Du, un joven estudiante chino, ayudante del profesor Mourou, estaba alineando los láseres en una máquina del laboratorio cuando la ponente luz le hirió un ojo. Al llevarlo a Urgencias, el médico  preguntó al profesor que había acompañado a Detao al hospital qué clase de láser era aquel, porque nunca había visto una herida tan perfecta y focalizada. Veintitantos años más tarde, y gracias a este comentario que dejó cavilando a Mourou, la técnica de amplificación de pulso gorjeado es una herramienta común en oftalmología y se usa para corregir la miopía, la hipermetropía y el astigmatismo. El Premio Nobel de Física de 2018 no es el único beneficiario de los errores afortunados. Se cuentan por decenas los descubrimientos debidos a una chapuza, una negligencia o una colosal metedura de pata. El ejemplo más conocido tal vez sea el descubrimiento de la penicilina. Fleming no buscaba beneficiar a la humanidad ni cambiar el curso de la historia cuando descuidó las muestras de laboratorio que tenía a su cargo y una cepa de estafilococos que estaba estudiando se llenó de moho. A punto estuvo de tirarla a la basura, pero sintió curiosidad por ver qué pasaba allí y, bajo el microscopio, descubrió que aquel hongo acababa de aniquilar todas las bacterias de la muestra algo que, hasta ese día, ninguna otra sustancia había logrado hacer. Otro error muy rentable fue el que tiene como protagonistas al Viagra y a la farmacéutica Pfizer. Sus investigadores estaban probando un fármaco con el que combatir la angina de pecho. Con sorpresa (y pudor) los voluntarios que se prestaron al experimento les confesaron que experimentaban fastuosas erecciones después de consumir el producto. Fue así que los investigadores comprobaron que  sus virtudes vasodilatadoras podían solucionar el viejo problema de la disfunción eréctil. Otros errores afortunados han llevado a inventar el horno microondas (su descubridor se hallaba investigando las emisiones de microondas para desarrollar un potente radar cuando descubrió que las ondas derritieron la barra de chocolate que  llevaba  muy escondida en un bolsillo puesto que estaba prohibido llevar comida al laboratorio). O los post-it. (A Spencer Silver le encargaron fabricar un pegamento extra fuerte pero le salió uno extra débil. Como era ahorrativo decidió usarlo para marcar con pequeños papeles engomados las páginas del cancionero de la iglesia y así descubrió que su fracasado pegamento permitía señalar la páginas y luego retirar los papelitos sin dejar restos de adhesivo en el cancionero). Pero no solo la ciencia o la industria se han beneficiado de errores, chapuzas y equivocaciones, también la literatura se ha enriquecido gracias a ellos. Charles Perrault, recopilador de cuentos tan archifamosos como “Pulgarcito”, “Barba Azul” o “Caperucita” cometió un error muy afortunado al recoger la historia de la Cenicienta. En el cuento original, el famoso zapatito no era de cristal, sino de piel de ardilla, algo bastante menos sexy. La palabra francesa vair, que sirve para designar este tipo de piel, se parece mucho a verre, cristal, y así, este error creativo y  afortunado, añadió un punto de fantasía muy interesante a la historia. Errar es humano y a todos nos ocurre varias veces a día. Lo importante es saber sacarle partido a nuestras equivocaciones. ¿Cómo? Recordando que un error  puede ser  una puerta abierta hacia algo que no habíamos previsto. Solo es cuestión de tener los ojos bien abiertos y, como el inventor del horno microondas, preguntarse: ¿por qué demonios se me ha derretido la esta barrita que llevo escondida en el bolsillo? ¿No será esta mancha de chocolate (y la subsecuente reprimenda que sin duda  me caerá por traer comida la laboratorio) lo mejor que me ha pasado en la vida?

 

Carmen Posadas

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