La vida de Adèle: la colisión entre realidad y ficción… entre amor y deseo. Por Ángel Silvelo

La vida de Adèle

Vulnerar las reglas básicas del lenguaje fílmico para situar a la cámara delante de la piel de la protagonista, y con ello, penetrar dentro de lo que no se nos puede mostrar sino diseccionado materialmente el cuerpo humano, es la técnica que Abdellatif Kechiche ha empleado para enseñarnos las entrañas de sus obsesiones, porque quizá no haya otro camino más directo para reafirmar la colisión entre realidad y ficción… entre amor y deseo, y así, intentar que todos se vuelven uno. Como diría Marguerite Duras, la obsesión por la piel, su piel (en este caso de la protagonista Adèle Exarchopoulos) es el leitmotiv en el que el cineasta tunecino se basa para narrarnos ese tortuoso camino que nos lleva de la adolescencia a la juventud o del simple deseo al verdadero amor. Una obsesión que se materializa en la preeminencia de los primeros planos que se regodean en lo más banal de nuestra vida diaria, y que llegan a ser asfixiantes en muchas ocasiones, y que el director contrapone (para proporcionarnos algo de oxígeno) con pequeñas pinceladas naturalistas o intelectuales a lo Eric Rohmer. Contrapuntos que, sin embargo, intentan tocarse en una estructura narrativa basada en el montaje de diferentes escenas de la vida diaria de Adéle y su historia de amor con Lèa Seydoux, a través de interminables y falsos planos secuencia (con un profundo aroma a montaje teatral más que cinematográfico), pues el espacio narrativo que nos transmite Kechiche es muy distinto al predominante en el cine actual. Su universo es un mundo de largas caricias, de miradas perdidas, de ausencia de prisas y de destellos incontrolados en una aparente vida normal (si acaso hasta monótona), de una joven que se muestra tan natural como confundida ante el infinito mundo de los sentidos. En ese aparente silencio que rodea a La vida de Adèle no hay lugar, sin embargo, para la improvisación, pues a pesar de la animadversión del director a la hora de ensayar las escenas antes de rodarlas, o de su negativa total a medir la luz antes de dar al play de la cámara, los dos meses iniciales de rodaje se convirtieron en cinco meses y medio, lo que llevó al equipo de rodaje y a las actrices a un hartazgo sólo puesto al descubierto tras recibir La Palma de Oro en Cannes; una recompensa que, no obstante, habla por sí sola de las virtudes y múltiples hallazgos de esta película. En La vida de Adèle no estamos únicamente ante la batalla encarnizada de dos cuerpos desnudos en la búsqueda del placer más extremo (retratado en un plano secuencia de casi diez minutos), sino que también asistimos al gran debate del amor y la vida. De esta confrontación nace La vida de Adèle como una nueva forma, quizá la única, de ver y sentir los deseos y las contradicciones inherentes al ser humano; un debate sin tregua y para el que Kechiche ha necesitado de casi tres horas para mostrarnos una gran historia de amor.

Las dos partes en las que se divide la película, representan muy bien la formación de ese caparazón milagroso que es el amor, capaz por sí mismo de aislarnos del mundo más oscuro y real, y trasladarnos a ese edén que, como un universo paralelo, nos muestra a un deseo tan ciego como caprichoso, tan sutil como necesario… ahí es donde se muestra prodigiosa y sublime Adèle Exarchopoulos, heroína en una constante confrontación contra la proximidad de una cámara que la persigue hasta la saciedad, pero ella, lejos de mostrarse insegura o inaccesible, nos brinda una majestuosa actuación como rara vez podremos volver a ver en el cine. Su seguridad está presente en cada mirada, en cada gesto, en cada lágrima, en cada grito de placer y en cada poro de su piel; piel que se transforma en la mejor frontera del amor y el deseo, de la luz y la oscuridad… Si algo ensalza a Adéle, y por ende a esta película, es la dignidad de su protagonista, a prueba de centenares de tomas y caprichos enfermizos de su creador. Ella es la columna vertebral en la que se sustenta esta tesis sobre el amor y la vida; una tesis que nace de la colisión entre realidad y ficción… entre amor y deseo.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel

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2 comentarios:

  1. Soy lesbiana y ver esta película me ha producido un profundo asco y rechazo de ver cómo un cabrón morboso nos reduce tristemente a lo mismo de siempre: meros objetos de morbo. Aquí no hay ninguna profundidad, ningún guion brillante, ninguna trama ni problemática trascendente…. nada más que 15 minutos de sexo salvaje para dar morbo y ganarse a la crítica masculina, y vender una película que no es más que pornografía fácil y gratuita disfrazada de la historia de amor más increíble jamás contada. De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Esta peli no ofrece nada más que el morbo de la homosexualidad femenina y, sobre todo, las imágenes explícitas que lo corroboran. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo realista hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes. Qué asco y qué pena.
    Este bodrio, o, perdón, como muchos se empeñan en afirmar, la muestra suprema del amor universal jamás filmada en el séptimo arte, es una verdadera estafa.
    Las propias lesbianas somos tan críticas con esta película precisamente porque nos vemos reducidas a una fantasía absurda de un hombre heterosexual, posturas ridículas y una actitud como de “vosotras tocaos hasta la extenuación que yo filmo”. Teniendo una historia tan maravillosa como la que tenía, con un temazo a desarrollar, un punto de partida estupendo en la obra original para trabajarlo y unas actrices entregadas y convincentes para darle vida, Kechiche ha malgastado sus 180 minutos de película en tijeras y cunnilingus. A “La Vida de Adèle” le falta verdad y le sobran erecciones. En su cómic, Julie Maroh quiere dar visibilidad a las dificultades con las que se encuentra un adolescente durante el proceso de aceptación de su diversidad sexual, además de presentar una historia de amor excelente, bien cuidada, respetuosa, estética. Pero la prioridad de Abdellatif Kechiche ha sido ejercer de dictador. Él quería sostener la lupa como un voyeur dándose el lujo de exigir todas sus fantasías desde el lugar más privilegiado. No nos extrañe pues que Maroh haya denominado a esta película “pornografía para mentes masculinas”.
    Conste que en ningún momento se discute sobre no mostrar sexo en la película, de hecho es necesario y está justificado que se muestre, pero no ASÍ. El problema no es con el sexo explícito siempre que esté justificado y bien presentado, como por ejemplo sucede en el cómic. El problema es cuando se ha decidido mostrar una escena sexual larguísima con el único propósito de crear morbo gratuito y polémica. Podía haber sido una escena de sexo rodada con respeto, buen gusto, erotismo y sensibilidad y no quedarse en el puro morbo de un director tiránico que parece regodearse en las tijeras y el cunnilingus mientras filma para después querer tomar al espectador por tonto, hacerse el ingenuo y pretender venderlo como otra cosa. Eso es lo indignante. Más que una relación sincera y realista entre dos mujeres parece una fantasía pornográfica bastante tópica (e incluso ridícula por determinadas posturas) de un hombre heterosexual y obsesivo. Por ejemplo, una película como Nymphomaniac es bastante más honesta que ésta en cuanto a propósitos y objetivos, ya que no miente al presentarse a sí misma: “FORGET LOVE” es su frase de presentación y en ningún momento reniega de sus escenas pornográficas o de sexo explícito. Pero Kechiche hace todo lo contrario, muy hipócritamente: rueda escenas claramente pornográficas y de bastante mal gusto y nos las quiere hacer tragar no sólo como necesarias sino como demostración de la pasión más auténtica. Pues por eso yo no paso, lo siento mucho, no quiero que se me tome por idiota. Lo que ha rodado este hombre es porno, se ha recreado en él y en las actrices y ha querido hacerlo así para llenar más salas, crear más audiencia y alimentar más morbo (sobre todo el masculino). En el cómic las escenas de sexo no tienen nada que ver. Son explícitas, sí, pero no se recrean injustificadamente ni ofrecen morbo gratuito no resultan tópicas o insultantes. Son naturales, sugerentes y estéticas. En la película no veo más que tetas bamboleantes y posturas ridículas propias de un vídeo de Youporn.
    Así que no nos hagamos los suecos. Si Kechiche hubiera dirigido “Brokeback Mountain” (o una película protagonizada por dos chicos en lugar de dos chicas), ni de coña nos habría deleitado con 10 «súper necesarios y súper justificados» minutos de «bellísimo» sexo anal, ni los críticos la habrían considerado tan brillante. Dejémonos de querer hacer comulgar con ruedas de molino, que todos sabemos por qué ha sido tan alabada y premiada, y no precisamente por su «impresionante» fotografía ni su «profundísimo» guión. Pura hipocresía al servicio del morbo gratuito.

  2. Yo creo sinceramente que Kechiche no quiso desarrollar con la misma extensión y profundidad ningún otro tema más que el sexual, disfrazando tal cantidad exagerada de escenas pornográficas bajo tres horas de “cine” y “arte”. El director parece que sólo se dirige a un público específico para que alabe su obra. Podía haber hecho una verdadera maravilla, pero se dejó cegar por el sexo y eso probablemente es el primer punto de inflexión donde se arruina la película.

    Me acuerdo de “Fucking Amal”, de Lukas Moodyson, una película muy sencilla y honesta sobre adolescentes lesbianas que dura la mitad de tiempo, que no se recrea innecesariamente en trucos facilones (léase sexo explícito) y que logra transmitir bastante más de lo que logra Adele en tres larguísimas horas.

    En relación con esto, mi principal motivo de queja y frustración con esta película (que por muchos motivos me resulta un compendio de tópicos facilones sobre la homosexualidad con un guión naïf e inocentón en exceso que camufla sus carencias bajo toneladas de sexo explícito absolutamente injustificado y que denota una visión masculina obvia) es la escena suprimida en el montaje final de los padres de Adèle echándola de casa cuando la pillan en la cama con Emma, que en el cómic marca un punto de inflexión importantísimo en la vida de la protagonista y así debería haber sido igualmente en la película para entender mejor su desamparo y su soledad. Esta escena sí que es vital para la trama y no la de las tijeras, por ejemplo, a la que se dedica una atención que roza el ridículo. ¿Por qué se suprimió entonces? ¿Para darle más minutos al sexo? ¿Es que no eran suficientes? Resulta incomprensible. Si alguien sabe darme una explicación a esto se lo agradecería, porque yo no la encuentro y me da mucha rabia que se haya eliminado una escena tan importante.

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