Dublinesca. Por Brisne


Descubre, no sin sorpresa, que comparte con él absolutamente todo. Para empezar, una idéntica tendencia a contar y a interpretar -con las deformaciones propias de un lector muy literario- aquellos sucesos cotidianos que atañen a su vida.

Hoy, día 16 de junio, Bloomsday, día del aniversario de los padres de Riba, con la luna rojiza llenando una noche de nubes he acabado Dublinesca de Enrique Vila Matas. Hoy algunos estarán vestidos de Molly, de Leopold o de Stephen leyendo el Ulises de Joyce en las calles de Dublín. Confieso que lo leí el año pasado, durante dos meses. El Ulises fue una revelación, algunos capítulos me encantaron, otros no tanto. Comparto con Vila Matas la pasión por el sexto, el segundo de mis favoritos tras el primer capítulo y el verdemoco del mar de Irlanda que también he recuperado en Dublinesca aunque no lo nombra.

Porque Dublinesca es también una odisea, el viaje de Riba al lado inglés o dublinés de su vida. Cuando uno vive también a través de lo leído no puede dejar de andar lados: el lado francés de la vida, el inglés, el dublinés o el newyorkino leyendo a Rimbaud, a Joyce, a Beckett en el lado inglés o dublinés y Auster en el Newyorkino.

Yo sólo he experimentado el lado inglés, newyorkino y centroeuropeo de la literatura. Son otros lados, por eso me he sentido tan identificada con esta novela.

Dublinesca es dos cosas, la odisea de Riba al lado irlandés partiendo de su colapso alcohólico tras dejarlo, como se deja en cierto modo la vida y el fin de una era, el funeral de la era Gutemberg y el paso a la era digital. Y en ésta última andamos en el fin de editores e incluso ¿por qué no? de los autores. Ante la nueva era sin editores los genios pueden surgir en cualquier blog, en cualquier rincón del planeta dispuestos a ser devorados por cualquiera sin el catálogo editorial, puede ser una gran ventaja y una gran desventaja también. Casi nunca surge un nuevo genio tras un link.

Pero Dublinesca es mucho más es hilar la literatura con la vida, es pensar y repensar citas adaptándolas al alma, es ser un hikikomori ante la pantalla del ordenador, es ver pasear a Malachy Moore con sus gafas redondas y su mackintosh por toda la novela sin casi llegar a descubrir quien es. Es oír la balada de Milly Bloom en labios de Vok. Es no saber quién es Vok e imaginárselo con cara de drácula contándonos la historia de Riba. Es sentirse Riba, ex-alcohólico bebiendo wisky. Entenderlo cuando nos cuenta sus neuras, sus soledades, el final de una vida que coincide con el fin de su negocio e incluso es posible con el fin de nuestra era.

He leído Dublinesca en papel, me resisto a lo digital como gato panza arriba, necesito acariciar los libros que me llegan al alma, que me traspasan, que me dan dolor de cabeza, los libros que sólo soporto leer dos horas y he dejarlos para volver a sentirme yo pero distinta, pensando en la muerte de la literatura también. Volviendo a pasear con un Joyce desconocido visto con otros ojos. La literatura es parte de mi vida, vivo con ella al lado, camino a su lado y va llenando mi vida de mil modos. Repaso las citas copiadas en la moleskine, su soledad, su dolor, el amor inmenso que pierde sabiendo que va a perderlo, las casas irlandesas, la infancia llena de espectros, el odio a sí mismo, y pienso en la cita de Biedma, “el autor es el fantasma del editor” y veo como Riba acaba siendo su propio fantasma en un funeral. Y pienso en mí, en mis fantasmas y soledades. En Biedma, en Auster incluso en Vok, y sobre todo en la balada de Milly. Me gusta Vila Matas ¿se nota?.

Brisne
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