«A los cuarenta todavÃa uno está a tiempo de abandonar la rutina, el agobio estéril y aburrido y comenzar a vivir de cualquier otro modo. Sólo que casi nadie se atreve. Es más seguro continuar en lo mismo, hasta el final.»
Pedro Juan Gutiérrez nació en Matanzas, Cuba, en 1950. Hoy vive en La Habana. Los cuentos de TrilogÃa sucia de La Habana transcurren en el malecón, en las calles de esa Habana en torno a la hambruna de 1990. Imagino que la mayorÃa conocerá la historia de Cuba; tras la caÃda del muro de BerlÃn, Cuba se quedó huérfana, sola, y el hambre se instaló en las calles. Pedro Juan narra desde sus tripas esos años. Años de hambre, de desolación, de conseguir dinero de cualquier modo.
Cuentos descarnados, llenos de sexo, suciedad y hambre. Cualquiera pensarÃa que en semejante contexto los cubanos organizarÃan huelgas, caceroladas, irÃan a pedir a Fidel su comida. Eso lo harÃamos aquÃ. Nuestro derecho a comer y vivir se defenderÃa a golpe de grito, chillando, exigiendo el fin del bloqueo. Miles de intelectuales hablarÃan pestes de EE.UU. y pedirÃan, no, exigirÃan que acabase y que el parné lloviese del cielo. TendrÃamos derecho a ello. Nosotros tenemos que comer y poder comprarnos el último grito en IPAD. Pero ellos no, los cubanos reaccionaron diferente, ellos tiran p’alante. Se buscan las fulas donde sea: jineteando, vendiendo hÃgados humanos, trapicheando con carne o con ron.
Los cubanos sacan sus castañas del fuego. Intentan llegar a EE.UU. en pateras. Intentan vivir. TrilogÃa sucia de La Habana nos narra eso en cuentos independientes llenos de vida habanera, de sexo salvaje, de dioses cubanos que llenan sueños, de muertos que vuelven, de vida jodida pero me da la impresión de que feliz. TrilogÃa está lleno de sexo y de vida también. Es curioso como en situaciones de grave crisis económica son las mujeres las que mejor saben salir de la situación. Ellas comercian con su cuerpo fundamentalmente porque, claro, es mucho más fácil para nosotras que para ellos poder sacar las fulas que los estadounidenses babosos llevan a la Isla. Pero toda la sociedad reacciona, pollos y cerdos llenan las azoteas de La Habana, las terrazas de los bajos, y el olor a mugre y animal llena el aire.
Me ha gustado descubrir esa Cuba. Me ha gustado el autor. Y también ver cómo se enfrenta al paso del tiempo y al cambio. No tener nada fijo ni estable a los cuarenta es algo a lo que no estoy acostumbrada.
Maite Diloy (Brisne)
Colaboradora de Canal Literatura en la sección «Brisne entre libros»
Blog de la autora