Alquilando amores. Por Ana Mª Tomás

Alquilando amores

Hace unos días me acompañó a una consulta médica una queridísima amiga del alma a quien la Naturaleza le ha privado de ser madre biológica pero le ha regalado sentir una maternidad casi universal. Estábamos las dos esperando entrar a consulta cuando una mujer magrebí se acercó con un bebé y le espetó, sin preámbulos, que se lo cuidara mientras ella entraba a otra consulta. ¿Confianza?, ¿irresponsabilidad? No sé lo que pensarán ustedes pero yo lo tengo claro. Mi amiga abrazó a la criatura y me dijo: «¿Y si ahora yo me marchara con este bebé y me lo quedara? ¿Y si yo fuera una pederasta? ¿O una traficante de seres humanos?…» Por suerte para el bebé y para su irresponsable e ingrata madre tropezó con un ángel que lo único que hizo fue cuidar del niño. Y digo ingrata porque al salir de su médico tomó de nuevo al niño y no fue  para decir gracias, o regalar una sonrisa cómplice, o una mirada de las que sabemos leer en todos los idiomas.

Mientras yo contemplaba la vulnerabilidad de esa criatura, abandonada al pairo, aunque fuera por el breve tiempo de una consulta médica, me vinieron a la mente, vaya usted a saber por qué extraña asociación de ideas, el poema de «Mi vaquerillo» de Gabriel y Galán, los rostros de algunos niños sirios cruzando fronteras en solitario huyendo de la guerra, y la web «Need a mom» (Necesito una madre) donde, por treinta y cinco euros la hora, se puede alquilar a una persona dispuesta a ejercer la mitad del rol de madre, o sea, nada de educación, nada de críticas al estilo de vida que se lleve, ningún reproche a lo que se haga… tan solo para  acompañar a comprar regalos o ropa, dar algunos consejos amorosos,  suministrar, que no administrar, el apoyo necesario en determinadas situaciones, estar ahí de paño de lágrimas, etc. Vamos, que, aunque parezca mucho, solo sería una pequeñísima parte de lo que haría una madre que, por regla general, hace todo eso y muchísimo más, o sea, la parte menos grata: decirnos no lo que queremos, sino lo que necesitamos escuchar.

«Si quieres sentirte rico solo cuenta las cosas que tienes que el dinero no puede comprar.»

Si la familia, los buenos vecinos o los amigos realizan o realizaban la impagable tarea de escuchar, apoyar o acompañar en momentos  puntuales, ahora Internet quiere desbancar o suplir esos servicios a golpe de talonario. Según J. Castillo de Mena, doctor en Investigación Social de la Universidad de Málaga, este tipo de industria no está tan mal cuando lo que hace es cumplir el objetivo, es decir, entablar una relación. Pero yo discrepo totalmente de él, porque lo que se busca es establecer una relación afectiva y no profesional, y lo que realmente ocurre es que se logra una relación profesional sin más implicaciones, porque como dice la canción: «Ni se compra ni se vende el cariño verdadero. No hay en el mundo dinero para comprar los quereres». Así que, cuando el dinerito esta por medio… «Por el interés te quiero, Andrés». Aunque también es posible –toda posibilidad hay que contemplarla– que, una vez establecida la relación, si llega a ser prolongada, como la de esas señoras putas que tienen un cliente fijo y al final lo convierten en una especie de engañosa pareja; decía que si se frecuenta a la misma persona cabe la posibilidad de que la profesional de «madre» establezca una relación emocional y no le cobre más o incluso le devuelva el dinero. Me viene a la mente alguna película al respecto pero alquilando novio para no ir sola a la boda de algún familiar. Recuerdo el argumento: el chico era un gigoló pero al final termina enamorándose de ella y le devuelve todo el dinero que le había pagado. Pero, claro, eso era una película. La realidad es bastante más cruda. Por desgracia, «hay más gente interesada que gente interesante». Aunque también sostienen más de un psicólogo que para llegar a lograr un sentimiento hay que empezar por fingirlo. Por ejemplo, a usted le repatea su jefe, su cuñado, su suegra… y sacan lo peor de usted. Pues nada, no se preocupe, en lugar de ponerse de mala leche, finja que le cae de maravilla, háblele como si así fuera y causará tal cambio de vibraciones en la relación que terminará por sentir realmente esa placidez o ese calor fingido.

De todas formas, no nos engañemos, si es una relación comercial es negocio, tan lejos del amor, a no ser a la Visa. Y frente a lo que piensa Vargas Llosa de que «el dinero es la única felicidad que se puede tocar», yo prefiero el «si quieres sentirte rico solo cuenta las cosas que tienes que el dinero no puede comprar».

 

Ana María Tomás

 

 

 

 

 

Ana M.ª Tomás

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