Harnoncourt. Por Francisco Giménez Gracia

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Ha muerto Nikolaus Harnoncourt y los aficionados a la música antigua sabemos lo que se nos ha ido con él. El maestro Harnoncourt fue uno de los pioneros a la hora de interpretar la música antigua con criterios historicistas. Por «música antigua» entendemos, no sé muy bien por qué, la que se compuso con anterioridad a 1750, año en que falleció Johann Sebastian Bach. Digo que no sé muy bien por qué por no entrar en detalles musicológicos sobre afinación, historia de la armonía, el clave bien temperado y demás. Para entendernos: si se juntan unos zagalicos de Murcia de esos que se mean a las puertas de las tascas y les haces entonar una de las cantatas que Bach compusiera en Leipzig te da la impresión de que son almas bellas capaces de hablar la lengua de los ángeles, además de lo de la ESO bilingüe. La música de Bach es un milagro ético y estético que se renueva cada vez que suena y por eso decimos que muerto Bach ya nada es lo mismo.

     Pues bien, Nikolaus Harnoncourt, junto con su amigo Gustav Leonhart, fueron los primeros que decidieron explorar las posibilidades expresivas que tendría interpretar hoy día la música del viejo Bach con criterios historicistas. Esto tenía lugar en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, que fueron las del esplendor de las grandes formaciones sinfónicas, filarmónicas y del copón bendito. El canon del momento exigía interpretar la música de Bach y de quien fuere con grandes coros, orquestas densas y plenas, pianos de gran cola, fluctuaciones del tempo dirigidas a explotar el pathos romántico que se agazapaba escondido en las partituras del viejo maestro de Eisenach…, y la verdad es que todo aquello sonaba de maravilla. Pero Harnoncourt y Leonhart se propusieron otra cosa: devolvernos al Bach íntimo que se escuchaba en Thomaskirche, la sobria y cálida iglesia de Leipzig donde el viejo Bach oficiaba de caestro de capilla.

   Viola Gamba  Lo primero de todo era recuperar los instrumentos de la época, algo que, a todas luces, parecía una manifestación más de la melancolía intelectual que practican los enemigos del progreso, gente altanera para quienes todo lo contemporáneo les parece una ordinariez. Si el violonchelo es una viola da gamba mejorada, esto es, más fácil de tocar, con una afinación más precisa, con más potencia y densidad sonoras…, ¿a qué coño vamos a volver a la viola da gamba? ¡Sería como pensar que nuestra escritura va a mejorar si recuperamos las viejas máquinas de escribir! ¡O que vamos a dormir mejor con el orinal debajo de la cama! Harnoncourt, sin embargo, mostró que, más allá de la pose, una viola da gamba, cuando cuenta con sus cuerdas de tripa originales, posee un gran número de propiedades sonoras específicas muy sutiles (el tipo de respuesta al arco, los armónicos, la forma en que se produce la ligadura, el equilibrio entre las cuerdas graves y las agudas) que se manifiestan con toda claridad cuando suena allí donde sonaba en tiempos de Bach (pequeñas salones e iglesias), acompañada por otros instrumentos de la época (el órgano positivo, por ejemplo, en lugar de los apabullantes órganos catedralicios); con los ácidos oboes d’amore, con los coros de varones y niños para los que fueron concebidas las partituras; con los sistemas tonales de la época y la afinación y los tiempos y las articulaciones… La vuelta a los instrumentos originales era sólo una parte, y no la más importante, de todo un proyecto musicológico complejo, erudito, rigurosísimo y global encaminado a devolvernos la experiencia estética que pudieron disfrutar los contemporáneos de Johann Sebastian Bach.

     Llegados aquí, lo mejor que pueden hacer es disfrutar de la música. Bach,Osterk Leonhart y ahora Harnoncourt ya no están entre nosotros; pero aquí el final no es el olvido, pues nos quedan sus partituras y su discografía. Prueben con la integral de las cantatas, un proyecto en el que ambos directores invirtieron veinte años de su vida. Pueden empezar con las de Pascua, que están ahora en su estación. Reparen en las voces de los niños, en cómo expresan la soledad del hombre cuando se sabe lejos de Dios, o la íntima alegría agradecida del que cree que su Creador ha venido a salvarlo. Escuchen el llanto de la viola da gamba cuando Jesús se despide de ella para ascender a los cielos. Lo pueden encontrar en cualquier tienda de discos decente, en iTunes, en Spotify y, desde luego, en el seno de Dios.

Francisco Giménez Gracia

Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el día 19 de marzo de 2016

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