75-Sólo un adjetivo viví.
Poco a poco me vi envuelto entre las olas, avanzaba hacia el oscuro horizonte sin límites y notaba como el aire se iba de mis pulmones y era sustituido por el agua salada. Las pocas fuerzas que tenía se estaban acabando y yo no hacía nada para mantenerlas. Sí, deseaba morir, quería sentir que ya no sentía nada si eso era posible.
Todo había empezado hacía ya mucho tiempo, cuando poco a poco se fue conformando mi mente de inconformista. Al principio bastaba para satisfacer mi necesidad de protesta el leer cualquier libro, no importaba quién lo hubiese escrito ni de qué tratase. La lectura colmaba entonces mi necesidad de evasión, me sumergía en las palabras nadando entre ellas y avanzando con toscas brazadas. Aquellas lecturas me mostraron otros mundos, otras ideas, otras formas de pensar. Me obligaron a reflexionar y a intentar distinguir la verdad de la mentira.
Concluí que el mundo no me gustaba, vi la avaricia reflejada en su rostro, noté el fétido olor de muchos besos, la hipocresía de las sonrisas, el silencio de muchos versos. Pensé que el mundo tenía que ser cambiado y a ese afán dediqué todos mis esfuerzos, muchas veces olvidándome de mí mismo. Me asocié a otros que yo creía que pensaban como yo. Me sorprendí de la fuerza y vigor con que me llenaba la lucha. Esa lucha vana y sin sentido por defender las que se supone son ideas propias. No, aquello dejó de funcionar con la misma rapidez con la que empezó. Aparecieron las contradicciones, primero las externas y luego las internas. Me sentí incapaz de apoyar a nadie más para que luego me volviese a defraudar. La oligarquía me defraudó, me asqueó y me irritó.
Después de todo ese proceso ya no sabía por qué luchar. Volví a retomar mis viejos libros y cada vez me pasaba más tiempo leyendo poemas. Al principio solo leía por encima, en algunos apreciaba su música e incluso los tarareaba. En otros encontraba rimas espeluznantes y preciosas, palabras ingeniosas y alegres, frases tristes y melancólicas. Entonces escribí mis
primeros poemas. Están guardados en una oscura cueva de un lugar que ya no es mío.
La poesía me enredó totalmente entre sus brazos. Dejé de apreciar su aspecto externo y su música para adentrarme en el significado, en descifrar lo que quería contarme aquel poeta muchas veces ya desaparecido, en sentir lo que él sentía cuando estaba escribiendo. Creo que fue entonces cuando empecé a vivir otras vidas, cuando mi mente era capaz de disociarse, comportarse y pensar de muy distintas maneras: Ahora era un anciano recordando sus pasiones perdidas en el tiempo. Ahora, un joven romántico enamorado de un beso o de una caricia. Ahora, el pensamiento amargo de un emigrante perdido en el tiempo y sin raíces. Ahora, una joven que quería luchar por sentirse algo más que un objeto. Ahora simplemente una flor marchita y sin pétalos.
Todas esas cosas era. Todas esas y muchas otras más se agolpaban en mi mente dormida. Me sentaba en mi piano y acariciaba las teclas en busca de la tranquilidad que no encontraba en todas aquellas azarosas vidas. La música tenía la capacidad suficiente para hacerme volar por encima de la poesía, pero no llenaba lo mismo, al menos al principio. Pero en la música también me encontraba muchas veces con el alma de los compositores que, como invisibles fantasmas, se abalanzaban sobre mi mente haciéndome sentir lo que ellos habían sentido. Mi mente se volvió a llenar de otras vidas, de otros sueños, de otros odios y de otros amores.
Yo ya no era capaz de vivir mi propia existencia, sino que deambulaba en un océano de infinitas existencias, de múltiples conocimientos y de experiencias no vividas por mí. Viajaba por el mundo rodeado de sueños ajenos que a veces me conmovían y me hacían llorar y otras veces me llenaban de alegría y de risas.
Siempre aparece el amor, y también yo me encontré con él en una cálida playa. Supongo que en eso también fui distinto a los demás. Normalmente la poesía, la música, el sentimiento llega después de los primeros amores, pero a mí no me sucedió así: primero fue el arte y después la musa. Con el primer amor empecé a vivir mis propios sueños y aquellos fantasmas silenciosos que gritaban en mi mente se fueron alejando y dejaron su sitio a nuevas sensaciones que me parecieron embriagadoras. Era la primera vez que sentía que mi mente me pertenecía. Pero todo era falso, el mundo me estaba atrayendo hacia el abismo de una forma sutil y maliciosa.
Me di cuenta de que realmente yo no amaba, sino que simplemente me dejaba llevar por lo que parecía más fácil. Mi amor era egoísta, quería poseerlo todo, anular por completo a la persona amada hasta convertirla en un muñeco en mis manos. Moldear su personalidad para que encajara en mi recipiente sin pensar que podía estar haciendo daño. Más que enamorado lo que me sentía era propietario de alguien que me quería. Y no me di cuenta, no me di cuenta hasta que ella, mucho más perspicaz que yo, se cansó de mí, de aguantar mis estupideces y mis solicitudes. Ahora, cuando ya ha transcurrido mucho tiempo, tal vez esté arrepentido e incluso recuerdo con nostalgia aquellos ojos que me miraban desconcertados cuando yo me comportaba como un ser posesivo y narcisista.
Decidí que aquello no volvería a pasarme nunca más y poco a poco fui cambiando mi apreciación del amor. Recorrí otros brazos y besé otros labios siendo cada vez más generoso en mis sentimientos hasta llegar a desprenderme de cualquier sentimiento personal y ser feliz en la felicidad ajena. Otra vez mi mente volvió a vivir otras vidas, de nuevo volvía a soñar noche y día sueños que no me pertenecían pero que estaban ahí, tras los cristales y bajo
la lluvia de un hermoso otoño. Sólo quería hacer feliz a alguien y no podía.
Tras varios fracasos me volví a encerrar en los viejos libros y en otros que se fueron incorporando a mis sueños, otra vez los poetas y los músicos llamaron a mi puerta encontrándola abierta y fácil de franquear. Fue entonces cuando empecé a notar que me estaba volviendo loco y a hacer cosas raras como caminar descalzo por la calle en pleno invierno, como beber de las gotas de lluvia, bailar bajo la luna y gritar al mar sentado en la
playa. Vagaba por las noches hablándole a las estrellas y teniendo largas conversaciones con las sombras. Realmente no hacía todo aquello por que lo necesitase, ni siquiera me apetecía, sólo lo hacía para que los demás vieran que yo era distinto a ellos.
Empecé a odiar al mundo y me quise aislar de él. Me fui sólo a un lugar apartado donde ya no tendría que dar imagen de loco, de distinto, allí encontré una cueva llena de ideas. No llevé mis libros ni mi piano, dejé mi mente en la mesilla de noche, al lado de la cama que me vio llorar de impotencia tantas veces. Quise ser un hombre nuevo y lo conseguí. Vacié mi
mente de desperdicios que yo mismo había generado.
Y volví al mundo. Me sentía superior a todos cuando en realidad era sólo como un gusano. Sobreviví, lleno de incertidumbres, pero sobreviví. No era feliz, no estaba contento, pero tampoco lloraba ni me quejaba. Supongo que en ese época habré vivido como viven las piedras, dejándose arrastrar por los ríos y por las olas sin inmutarse por nada, sin sentir aprecio por nada y sin que nada les pudiera hacer daño. Había conseguido ponerme una coraza que me hacía invulnerable ante el mundo y ante los fantasmas de mi mente.
Pero un día sentí una risa, escuché una voz agradable que acariciaba mis oídos, me di la vuelta y vi unos ojos de color verde que sonreían. Sentí que algo estaba pasando dentro de mí, volví a nacer supongo. Ella me miraba de forma distinta a cómo me habían mirado hasta entonces, al menos eso era lo que a mí me parecía. Había vuelto a encontrar el amor. El amor siempre vuelve a cruzarse en el camino aunque ese camino sea un sinuoso sendero lleno de zarzas.
Fue el momento más importante de mi vida, estoy seguro. Volví a soñar, pero esta vez los sueños eran míos y yo los compartía con aquellos hermosos ojos. Mi mente se sentía bien. Ya no odiaba al mundo por que en ese mundo estaba ella. Todo lo que había leído, todos aquellos sueños, toda la música que había tocado, todas los poemas que había escrito se volvieron alegría y me ayudaron a sentirme enamorado y a hacer feliz a mi amada.
Se fue, se fue y dejó un vacío inmenso, un tremendo agujero que nunca podré llenar. Ya no me sirve leer, ni la poesía ni la música, ya no puedo a volver a ponerme mi coraza ni aislarme. He conocido el verdadero amor y el mar se lo ha llevado.
Ahora, ya exhausto y con el agua llenando mis pulmones, aun puedo sonreír al acordarme de ella.