90. Camino silencioso
“Son tiempos malos, en que la noche se prolonga del día lluvioso, el sueño no llega y peleo inútilmente con el teclado de la computadora. Y entonces descubro que parecemos condenados a ser fantasmas del 68” Paco Ignacio Taibo II, “68”.
-¿No podremos decir groserías? – preguntó Carlos. – No podrás decir ni una palabra – le contestó Oscar.
-¡Qué mal! – exclamó Carlos pensativo y después dijo con ánimo – Yo todavía traigo ganas de gritarle una que otra palabrota a los granaderos.
– No sé por qué se meten en broncas – Dijo Jorge, que por cierto era militar – No creo que vayan a conseguir nada. Un plomazo nada más; eso conseguirán; el gobierno es muy cabrón.
“Un plomazo” se repetía en el cerebro de Oscar durante el camino. No podía dejar de tener miedo a una que otra golpiza, de la que hasta ahora se había salvado, pero un plomazo era poco probable. “No pueden llegar a tanto”, pensaba.
-¡Chingue su madre! – les susurró Carlos – Ahí en la esquina se paró un camión de granaderos. Mejor nos regresamos, ¿no?
– Sí – dijo Oscar ya casi dándose la vuelta.
– Ni madres, esos granaderos me la pelan – les dijo Jorge, mientras los jalaba de la camisa y avanzaba rumbo al camión con paso decidido – ¡Sólo eso faltaba, que a un militar le diera miedo unos policías!
– Carlos y Oscar se miraban de reojo. Los dos tenían en el semblante la angustia producida por el avenimiento de una madriza descomunal. Pero aunque sabían
que era un error seguir caminando, también percibieron que ya era demasiado tarde para regresar. Los granaderos ya los habían visto y les empezaron a gritar.
-¡Pero ni uniforme traes cabrón! – le dijo Oscar a Jorge al percatarse de ese muypinchedetalle, a unos cuantos pasos del camión.
-¡Tu estate! – dijo secamente Jorge.
Los insultos seguían por parte de los granaderos que empezaban a bajar por las redilas del camión y fue cuando Jorge se adelantó unos pasos y gritó a los policías:
– ¡A dónde cabrones! Qué no reconocen a un miembro del honorable Ejército Mexicano.– les exclamó mientras con una cara de diablo zapateaba con furia sus dos botas, dejando escuchar un sonido metálico muy característico de un militar cudrándose ante un oficial de mayor rango.
– ¡Deténganse! qué no ven que es militar – gritó la persona que aparentemente comandaba la flotilla, hacia los que ya empezaban a bajar, pues había notado que las botas efectivamente eran de un militar – ¡Déjenlos pasar! – Después volteando a Jorge agregó – Pase usted señor.
-Muchas gracias sargento – Dijo Jorge con tono serio y altivo.
Tanto Carlos como Oscar decidieron pasar con rapidez. Jorge en cambio, cada dos pasos volteaba completamente su cuerpo, los incitaba con señas a ver quién de los policías se quería poner al brinco, avanzaba y repetía la operación. Los granaderos decidieron mejor bajar la vista y no presentar mayor inconveniente.
En el México de 1968 era común que un joven fuera tratado como un delincuente, sobre todo si se le probaba ser estudiante de la UNAM. Muchos de los militantes del movimiento estudiantil preferían salir de casa sin sus credenciales a repartir folletos y promover aquellos ideales tan perseguidos por el gobierno de entonces. En cambio un militar era reconocido como una persona honorable y se le brindaba todas las facilidades, así como un respeto solemne. Afortunadamente ese día para Oscar y Carlos, habían encontrado a Jorge en una calle donde años más tarde se construiría un centro comercial muy popular al sur de la Ciudad de México. Llevaban cuatro años de no verse. Los tres habían asistido a la misma primaria, pero Jorge en vez de continuar con sus estudios entró a la milicia; mientras que Carlos y Oscar estudiaban en la prepa 9 de la UNAM.
Ese día se preparaban para asistir a una de las mejor organizadas manifestaciones de todos los tiempos en México, y que después sería recordada como: “La Marcha del Silencio” o “Marcha Silenciosa”. Pero antes les habían encargado la misión de promover la protesta en camiones; invitando a la población civil a unirse a la causa. Traían mucha propaganda doblada en los bolsillos, así que de haber sido detenidos, probablemente hubieran acabado en la cárcel. Las bajas en las brigadas de activistas eran de medio centenar todos los días.
Los dos caminaban pensando en la suerte que tenían de haber encontrado a Jorge. Por haberse ya despedido de él, ahora si debían estar más alerta para no tener vicisitudes. Sin embargo ese pensamiento les duró poco; faltaban tan sólo escasas dos horas para que la manifestación empezara. La idea de la marcha, era contrarrestar los efectos que los medios de comunicación habían estado mencionando: Que los autores del movimiento estudiantil eran tan sólo unos gritones, sin peticiones precisas y que lo único que buscaban era esquivar clases y meter a la gente en problemas. Por tanto, la marcha se llevaría, ese trece de septiembre, en completo silencio, únicamente con mantas donde se expusieran las peticiones y en estricto orden. Mostrando que el poder estaba más allá de las palabras.
– Oye crees que las autoridades nos hagan caso sin que les gritemos sus verdades – Insistía Carlos que no acababa de entender la magnitud del evento que estaba apunto de presentarse y que tanto llamaría la atención de ese gobierno, que semanas después de la marcha, tomaría acciones muy drásticas en un próximo dos de octubre.
– Vas a ver que van a quedar sorprendidos – le dijo Oscar emocionado al imaginarse el momento – Además ¿Cuándo has oído hablar de una marcha de este tipo en México? No maestro, somos los primeros, vamos a mostrar al mundo que los jóvenes debemos ser parte de las decisiones.
***
Ya habían llegado al punto acordado y muchos se alistaban a ponerse cinta aislante en la boca, otros trapos o lo que se tuviera a la mano para que, a manera de hipérbole, se notara más su intención. Oscar admiraba, una vez comenzada la marcha, las caras de sus compañeros; muchos, muchos desconocidos. Se sentía en el ambiente un cambio temporal; los minutos se pararon por completo como buscando no hacer ruido para reforzar el estruendoso zapatear de miles de manifestantes. La misma gente que había salido a observar la manifestación estaba callada. Extasiada. Sólo algunos padres solidarios aplaudían la fortaleza de sus hijos; la fuerza estudiantil.
Al terminar Oscar se enteró de una kermés que se celebraría en Ciudad Universitaria el 15 de septiembre. Estaba muy emocionado porque todo había salido mucho mejor de lo que esperaba. Sabía muy bien que después de esto el gobierno habría de contestar con un duro golpe. Nunca se imaginó que la magnitud de ese golpe, no le daría oportunidad de relatar esas anécdotas a sus posibles nietos.
“A la memoria de los fallecidos a causa de un gobierno facineroso”
“También por los que sobrevivieron y nos hubieron de contar tan tristes historias”