95. Las piedras
El catorce de Febrero, en uno de sus paseos matutinos, Don Fermín, el médico y farmacéutico, encontró la primera de las piedras; esos dados perfectos del tamaño de un erizo grande, llenos de grabados misteriosos que a veces parecen ser palabras en un leguaje desconocido y otras mapas del fondo marino.
Al principio lo puso en su consulta, pero cuando advirtió las miradas codiciosas, la guardó.
A la semana fue Fátima. La encontró entre las rocas del faro. En seguida la colocó en uno de los estantes de su «tienda para todo»; al alcance de todas las miradas, pero de ninguna mano… aunque tampoco tardó mucho en esconderla.
Luego, aparecieron más y cada vez con mayor frecuencia y aunque nadie se pregunto de donde salían, todos querían tener una.
Mascaraque, el profesor de escuela, se atrevió a llevarla al colegio y desapareció. Dice que se la robó la clase. Desde entonces está de mal humor y es cruel con los niños.
Yo encontré mi piedra buceando, como todo el mundo sabe, abajo del acantilado. La vi porque me llamaba con destellos. Hasta ese momento, no les había concedido mucha importancia, pero en cuanto la saqué del mar, tuve ese fuerte deseo de exhibirla. Luego, con la fascinación también llegó el arrepentimiento. Me quedaba horas vigilándola, admirándola, embelesado. A veces me sorprendía la madrugada aferrado al cubo y me asombraba ver luz en casas vecinas.
Luego vinieron las noches insomnes y noctámbulas, los sueños interrumpidos por sueños sin sentido, las mañanas enrarecidas, los vómitos transparentes y el café con sabor a mar.
Luego las llamadas. Vagas al principio, luego, progresivamente, más insistentes, obsesivas, y por fin, ineludibles… y tuve que acudir… Cogí la piedra y me dirigí a la playa. Era de noche, pero el pueblo estaba despierto. Como una procesión de condenados cruzamos el pueblo.
Creo que todos entendimos a la vez, cuando ya era demasiado tarde.
Y ahora estamos aquí, en la orilla, esperando devotamente, vigilando la superficie del agua, esperando que se rasgue de un momento a otro, ya casi veo sus cuerpos salir del mar… quiero ser el primero en entregarme al amo.