Dos borrachos que entran a un bar y le dice uno a otro, Rogelio, a veces tengo meditaciones metafísicas. Rogelio se fue a buscar metafísica en el diccionario, el narrador omnisciente es consciente, como tal, de que a primera vista parecería un disparate que un bar contara con un diccionario a disposición de sus clientes, como una suerte de libro de reclamaciones, y de que sería más probable encontrarlo en un café literario, Metafísica, disciplina que trata de los principios primeros de la realidad e intenta proporcionar una visión totalizadora de la vida, puntos suspensivos, le leyó Rogelio a su acompañante, que asintió con satisfacción, mientras le pedía dos chorros a la camarera, que lucía sendos piercings en la nariz y en el ombligo. Qué os pongo, dijo blandiendo los dientes, Algo para meditar, contestó Roge1io haciendo desaparecer el diccionario en una somno1ienta estantería, que las hay, y muchas, es solo que no nos fijamos en lo que sienten los muebles, por cierto que abundan las estanterías en este bar, pero, al contrario de lo que cabría esperar, no están llenas de libros, ni siquiera de botellas de alcohol, porque están vacías.
La camarera se rió ante la respuesta de Rogelio, pero tras meditar, les sirvió sendos bloody marys, Por qué están las estanterías vacías, inquirió Rogelio, No están vacías, dijo ella, acabas de dejar el diccionario, Cierto, la estantería en la que puse el diccionario ya no lo está, pero las demás sí, por qué, Las estanterías están allí para que los clientes retiren los libros que hay en ellas, y diciendo esto se retiró, dejando a Rogelio estupefacto, mientras miraba los ojos azules de su acompañante, que hablaban por sí mismos, Realmente no están vacías, dijeron los ojos, lo que pasa es que debemos llenarlas nosotros, Qué quieres decir, Con la imaginación, Es una de tus meditaciones metafísicas, rió Rogelio, No, es cierto, dijo la camarera, esta chica sólo aparece cuando hace falta, Como las buenas camareras, faltaría más, Quién dijo eso, dijo Rogelio, El narrador omnisciente, contestaron los ojos azules, Ah, bueno, entonces, dijo Rogelio dirigiéndose a la camarera, vas a explicar de una vez qué coño pasa con las estanterías, Chico, yo no explico ni consuelo, yo sólo pongo copas, eso es todo, y nada más.
Rogelio se exasperó. Su acompañante lo calmó con el efectivo recurso de darle un puñetazo, pero como esto no hizo sino aumentar su confusión, recurrió a un arma ciertamente infalible, cerró los ojos.
Aquellos ojos eran los más hermosos que había visto Rogelio en su vida, y pensaba que no había otros ojos, porque estos le proporcionaban una inexplicable sensación de calma y serenidad siempre que le acompañaban, sí, los ojos de María, sí, María, así se llama su acompañante, y si pensabas que era un hombre, deberías preguntarte por qué, y si creías que efectivamente era una mujer, deberías asimismo preguntarte por qué, ya que hasta ahora todas sus acciones podían atribuirse tanto a un sexo como al otro, la única razón por la que tú elegiste uno reside en prejuicios sexistas, te guste o no, los ojos de María, decíamos, eran del azul del mar, y cuando se cerraban dejaban a Rogelio totalmente desarmado, como esperando una revelación, una suerte de éxtasis místico que le llevara a un estado de trance, no se cansaba de ver a María con los ojos abiertos, pero cuando ella los cerraba parecía más vulnerable, como invitándole a que hiciera no sabía qué, a que preguntara no sabía el qué, a que la tocara no sabía dónde, Como sabías lo de las estanterías, acabó por preguntar, María contestó sin abrir los ojos, Porque ya he estado aquí, Y por qué no me lo dijiste, Porque tú también has estado aquÍ. Por un momento, Rogelio tuvo la tentación de arrojarle el vaso a la cara y acabar con el circo, con el gran teatro del mundo, pero María recurrió a un arma ciertamente infalible, abrió los ojos.
Aquellos ojos eran los más hermosos que había visto Rogelio en su vida, y pensaba que no había otros ojos, porque al estar cerrados él entraba en estado de trance, preguntando no sabía qué, comportándose no sabía cómo, viajando no sabía dónde, Hablas en serio, Sí, lo que pasa es que estás borracho y no te acuerdas, Rogelio sonrió, se bebió un buen trago y llamó a la camarera, Así que si yo imagino un libro éste aparecerá en la estantería, Sí, Es maravilloso, parece como, Como qué, Como la caja de Pandora, que en un principio trae todos los regalos pero en el fondo lleva algo malo, En el fondo estaba la Esperanza, dijo María, rebosante de calma, pero de pronto comprendió.
Tras una pausa que pareció una eternidad, y que en realidad lo fue, porque cuando María abría los ojos y te miraba el tiempo se hacía eterno, en esta posteternidad fue cuando María dijo, Cómo sabías que si imaginabas un libro éste aparecería en las estanterías, como por arte de magia, preguntó María, Porque ya he estado aquí, Y por qué no me lo dijiste, Porque tú también has estado aquí, dijo Rogelio, entonces María cerró los ojos dejándolo en trance, y los abrió por y para otra eternidad rebosante de calma y de ciclos infinitos, sobre sí misma volviendo y volviendo…
Qué libros os pongo, dijo la camarera, Yo quiero uno de ajedrez, pidió Rogelio, Ajedrez a estas horas, se quejó María, Qué dios detrás de Dios la trama empieza, empezó Rogelio, De polvo y tiempo y sueño y agonías, terminó la camarera, Has leído El ocho o citas directamente a Borges, preguntó un sorprendido Rogelio, Las dos cosas, y aquí tienes tu libro, María pidió uno distinto, Me gustaría un libro que me diera alguna explicación, No puedes ser más concreta, hija mía, Sí, pero me gusta más ser ambigua, la ambigüedad es una riqueza, por citar de nuevo a Borges, Y qué quieres que explique ese libro, a ver, le interpeló Rogelio, Necesito que me cuenten la eternidad, el paso del tiempo, algo de intrincados laberintos, que me dibujen un cordero, pero sobre todo que me expliquen qué hacemos nosotros tres aquí, bebiendo en un bar de mentira, pidiendo libros que no están ahí para cogerlos, sujetos a la caprichosa pluma de un escritor al que se le va la olla por momentos, Para, para, dijo la camarera, a ver, para lo primero, aquí tienes la Vindicación de la eternidad, de Jaromir Hladík, para lo segundo, Otras inquisiciones, de Borges, luego es obvio que te referías a El principito, y para lo último tendrás que esperar, Esperar a qué, O a quién, el caso es esperar, Esperar, esperar, Y tú quién eres, quién habla, dijo María, Yo soy la voz que escuchas ensueños, Sigue, dijo María entrando en trance eterno, Yo soy el escalofrío que te recorre la espalda cuando descubres el misterio que una poesía te guarda, Rogelio, dijo María, me encanta cuando me hablas así, Qué le voy a hacer, si el veneno de su pluma llevo en mi piel, El tiempo y los hombres pasarán, pero mis palabras no pasarán, tronó el narrador omnisciente, y como quiera que se le pasaron por la imaginación los sonetos de Shakespeare, la camarera se los sirvió, que para eso estaba, y con voz templada por el cacique cola declamó en esta guisa, If I could write the beauty of your eres, and in fresh numbers number all your graces, the age to come would say, This poet lies, such heavenly touches ne’er touched earthly faces, Muy bonito, precioso, pero tú sólo citas versos famosos, mientras que mis frases me salen del corazón, del alma y, Del veneno de mi pluma también, dijo el narrador, que se retiró mientras los dos borrachos se recuperaban del trance, se miraban a las copas y se bebían los ojos, La eternidad son tus ojos, María, y tu sonrisa, y esos tirabuzones rubios, y la música que te acompaña.
María sonrió. Ahora que sé lo que es la eternidad sin necesidad de recurrir a libros ignotos o inexistentes, que para el caso es lo mismo, y que sorteamos toda suerte de caprichos de aquí este autor, me gustaría, una vez más, que me explicara qué hacemos aquí. El autor, así interpelado, dijo, Pues estáis aquí para tejer un torbellino, para hacer una cuerda de arena, o dicho de otro modo, para tender un puente entre lo visible y lo invisible, entre mi mundo y el vuestro, Pero nuestro mundo es el tuyo, nosotros somos tuyos, no puedes disociarnos así como así, se quejó Rogelio, Precisamente porque sois míos es por lo que puedo disociaros, y hacer una distinción entre el mundo ficticio, el vuestro, y el mundo empírico, el mío, Si nuestro mundo es ficticio qué haces bebiendo con nosotros, tú también eres ficticio, preguntó María, Ja, ésta sí que es buena, el autor ficticio, el escritor que va escribiendo lo que no escribe, porque es ficticio, los personajes que se imponen al autor, que va hacia delante hacia atrás y se tambalea, se bambolea, se comba, se despereza, se mece y se estremece, cual un niño que ha pasado el día en la playa, y al irse a la cama acostado siente aún que le acunan las olas del mar, acribilló Rogelio, Como ves, terminó María, tu personaje se explaya con metralla, logrando imágenes superiores a las tuyas, cómo vas a salir de aquí, en qué lío te has metido.
La trampa era ardua, pero urdida por mí, ahora soy Dédalo encerrado en su laberinto, Como demiurgo, dije, o dijo el autor, que ya no sé si soy yo, o si el autor es otro de mis personajes, más bien mis personaje son mis autores, Como demiurgo que soy, dijo quien sea, o hacedor, o creador, invento las reglas para acto seguido saltármelas, por eso distingo entre vuestro mundo y el mío para después introducirme en el vuestro, pero yo os creé para que me recrearais, mis inventos me reinventan, escribo esto con la sensación de ser ya otra persona, he aquí otro ciclo infinito, yo creo y ellos me re-crean, es por eso que ahora disocio a María, para que me recree, y se recree ella misma, y la impongo a la realidad, María, ven a mi mundo.
María leyó esto, o lee esto, ya que ahora mismo está leyendo estas mismas palabras, sorprendida, o no, que es a ella a quien compete declarar cómo se siente, y sigue leyendo, y es aquí cuando la mano, que no la pluma, se detiene y le pregunta, Qué hago, María, esto se acaba o continúa, imaginamos más libros, dibujamos corderos, cargo la pluma con veneno, o acabar es otra manera de continuar, sólo que en otro continuum, qué hago, María, esto se acaba o continúa, escribo con la pluma que dibuja mis sueños, quién sueña a quién, qué hago, María, esto se acaba o continúa, imaginamos…
Narrador omnisciente, dijo María, pero no ya como personaje ficticio, sino como realidad, y continuó, te crees que lo sabes todo, pero yo soy eterna y tú caerás en el olvido. Aquí, y ahora, el narrador omnisciente lloró amargamente, o felizmente, porque tenía que acabar su relato, y continuar en otro continuum, pero no sabía cómo hacerlo, así que pensó que si el Aleph de Borges contenía todos los puntos, quizás su texto estuviera incluido en otros textos, y estos textos incluidos en otros textos, y así hasta el infinito, y que si, de algún modo hermético y esotérico, era posible volver de ese infinito al texto germen, id est, a este texto, el texto estaría sustancialmente alterado, porque es fácil llegar al infinito, pero casi imposible regresar en las mismas condiciones. Temeroso de todo esto, y de sí mismo, el autor concluyó, preguntándose si el lector le perdonaría si dijera que, de un modo pobre y deslavazado, sólo pretendía, acaso, tejer una cuerda de arena.