106. Mi vida sin Angela
Me desperté con su luz, estaba tan cerca que parecía el mismo sol, tan cerca que creí tocarla.
Estaba preciosa, mucho mas que cualquier otra noche. Quizás porque la tenía justo delante de mis ojos y no había ningún obstáculo que entorpecía esa hermosa visión.
Yo, apoyada en el borde de piedra de aquella enorme terraza y ella, la LUNA, delante de mis ojos, más grande y redonda que nunca…
A mi lado, en aquella tumbona de mimbre estaba mi compañero que aún seguía soñando… y decidí tumbarme de nuevo a su lado y acariciar su piel hasta quedarme dormida.
Desperté, esta vez en mi cama, sin mas compañía que la luz del sol que se colaba sin permiso por la ventana de la habitación.
Decidí empezar el día desayunando en la terraza de algún bar cercano al hotel donde me hospedaba.
A pocos metros de allí encontré una cafetería, en el paseo de la playa. Me senté en una mesa y me acomodé en una enorme silla de mimbre, pedí mi café y comencé a observar todo lo que había alrededor. Comencé mirando al horizonte, solo distinguía una fina línea que separaba dos elementos esenciales para la vida: el mar, el agua y el cielo, el aire…
El mar estaba calmo y había un bañista madrugador. En la playa se veía una sombrilla abierta debajo la cual había una toalla extendida sobre la que estaba un sombrero. Por la orilla, una pareja paseando y conversando felizmente.
La terraza estaba prácticamente vacía, era grande, con 10 mesas de las cuales solo 3 estaban ocupadas. Una era la mía, en la segunda mesa ocupada estaban una pareja de ancianos tomando un zumo y a sus pies tenían a un perrito pequeño, no entiendo de razas pero era el típico perrito peludo y gruñón al que le ponen chichitos en la cabeza con lacitos o gomitas…
En la tercera mesa había un chico joven, de piel morena, ojos grandes y oscuros, moreno de complexión normal aunque se podían distinguir ligeramente músculos en sus brazos, parecía ser alto, lo que sí era seguro es que era atractivo o al menos me intrigaba saber más de él. Leía un periódico mientras fumaba un cigarro y desaguaba un café con leche. Me resultaba familiar, quizás se hospedaba en el mismo hotel…
Después de observarlo unos minutos seguí investigando mis alrededores…
Acabé mi café, encendí un cigarro y regresé al hotel. En cuanto llegue a la habitación sonó el teléfono
– ¿Sí?
– ¡Buenos días! ¿Estás lista ya?
– ¿Lista para qué?
– ¿¡ Para que va a ser!? Quedamos en ir al pueblo de visita cultural..
– ¡Cierto! Bajo en 5 minutos ¿sí?
– Perfecto, nos vemos ahora
Ya casi había olvidado que no viajaba sola, había venido con mi mejor amiga a desconectar de nuestra pequeña ciudad.
– ¿Qué tal has dormido?
– Bien… bueno, he tenido un sueño un poco extraño, soñé con la luna, con el mar, con fuego…
– ¿Y…? ¿Era guapo? Ja ja
– Pues… no lo recuerdo bien, al menos tenia una sensación confortable… ¿queda lejos el pueblo?
– A 5 minutos del hotel, ya casi estamos…
– Podemos comer allí, así vemos un poco más el lugar
– Me parece perfecto
Allí estábamos, mi amiga y yo, en medio de una ciudad desescombrada desenterrada, intentándola imaginar llena de gente paseando, canjeando productos, haciendo su vida cotidiana como nosotros hoy en día… pero hace siglos…
Después de hacer aquel pequeño viaje en el tiempo decidimos visitar una pequeña y hermosa ermita. Estaba cerca del puerto, tenía unos jardines preciosos a su alrededor y destacaba en medio de ellos por su color impoluto, un blanco que casi cegaba, con unas verjas negras a su entrada. Y allí, en medio del jardín, estaba el chico de la terraza…
Fue imposible que pasase desapercibido pues su vestimenta simulaba la pequeña ermita, pantalones de lino blancos, camiseta de sisas blanca y un gorro también blanco, todo ello destacaba sobre su piel bronceada… y sentí calor…
– Creo que te está dando demasiado el sol, estas muy colorada ¿quieres que vallamos a tomar algo?
– ¿Perdón? Sí, vamos…
Y ya no estaba, en un instante había desaparecido, sin embargo notaba su presencia, como una sombra que me acompañaba…
Comenzaba a sentirme incomoda ante aquella situación y comenzaba a atraerme la idea de poder encontrarme con él y conversar…
– ¿Qué planes hay para la tarde? ¿Más visitas culturales o un poquito de playita y cócteles?
– Me gusta tu última proposición
Acepté la última proposición que mi amiga me había hecho así que después de comer regresamos al hotel y del hotel nos fuimos a la playa.
Me tumbé en la toalla y comencé a soñar…
De repente di como un salto, es esa sensación que te da en medio de un sueño, como si cayeras al vacío. Abrí los ojos y allí estaba él… observándome, a mi lado, con una flor blanca en su mano, a dejó sobre mi toalla y se fue paseando por la arena hacia algún lugar, sin mirar ni un solo instante hacia atrás…
– ¡Despierta! Te estas poniendo como un cangrejo… voy a pedir un coquito de esos de las revistas ja ja ¿quieres uno?
– Estaba soñando cielo… ¿crees que me importan los cangrejos ahora?
– ¿Qué dices? Ponte a la sombra, anda… que se te están sobrecalentando las neuronas… ¿quieres un cóctel o no?
– Vale, a ver que efecto provocan esas cosas… ja ja
– ¿Me vas a contar tu sueño algún día?
– Es que no sé como explicarlo, sé que estoy yo y que hay alguien conmigo pero no recuerdo su cara, solo sus ojos marrones y su cuerpo y bueno… sus caricias, es como si fuese real…
– Eso se llama fantasía
– Pero es diferente, es una sensación como de estar ahí despierta, viviéndolo y te levantas con la sensación de que ha sido real y notas aún sus huellas en tu piel y puedes percibir su aroma…
– Pues sigue soñando, vive soñando, así vives lo más bonito y te olvidas de los problemas que hay aquí en la realidad, dónde suele vivir todo el mundo menos tú. Siempre soñando… te envidio…
– Pues solo tienes que cerrar los ojos y volar…
– ¿Otro cóctel?
– Sí por favor
El hotel estaba a un paso de la playa, solo teníamos que cruzar la calle así que tardamos en subir, se estaba muy bien allí, escuchando el suave sonido del mar, con el sol bronceando la piel y con aquel jugo tan dulce que se dejaba beber tan bien…
Subimos al hotel a cambiarnos para ir a cenar, después teníamos pensado disfrutar un poco de la noche.
Estaba a punto de salir cuando llamaron a la puerta. La abrí, n había nadie, mire por el pasillo. Sólo estaba una pareja que se dirigía a su habitación y en el suelo… una flor blanca, como la de mi sueño… pero esta vez era una realidad…
¡¡¡RIIIINGG!!! ¡Qué susto! El corazón me palpitaba cada vez con más fuerza, cogí el teléfono con voz temblorosa…
– ¿Sí?
– ¿En cinco minutos abajo? ¿Ya estás lista no?
– Vale, yo voy bajando ya, te espero
Me senté en el sofá que había en recepción a esperar a mi amiga que no tardaría en bajar.
Llevaba la flor en el pelo recogido, tenía un aroma muy suave y dulce…
– ¡Qué flor más linda! ¿Estás preparada para una sesión intensa de baile pasional?
– Imagino que sí, ¿vamos?
Bailamos toda la noche sin apenas parar un solo segundo, bebimos hasta perder la razón de ser, remos hasta llorar…
La música nos hipnotizaba, bailamos moviendo cada parte de nuestro cuerpo con movimientos suaves y rebosantes de pasión, al ritmo de los sones, éramos como dos llamas de fuego que desprendían calor…
Sentí una mano en mi cintura y unos labios en mi cuello, otra mano se me poso en mi hombro y la agarré, me giró y me encontré con dos enormes ojos marrones…
Alguien me observaba, abrí mis ojos lentamente como temiendo encontrarme con algo que pudiera decepcionarme, sin embargo lo vi a él…
– Buenos días… compañero…
– Buenos días… compañera…
– Solo una pregunta… ¿Porqué mis sueños?
– Porque también son los míos…
Allí estábamos los dos, mirándonos a los ojos, intentando descubrir que es lo que el sino nos había preparado, sin poder pronunciar una palabra, solo se cruzaba una intensa y constante mirada… y soñé…
Cuándo desperté ya no estaba… ¿otra vez un sueño? Extendí los brazos y sin quererlo encontré de nuevo otra flor de azahar, la flor blanca que lo identificaba… esta vez ha sido real…
Mis días en aquella isla habían terminado.
Me encontraba en la habitación del hotel en medio de la cama, donde tenía mi maleta abierta, y del armario, donde estaba colgada toda mi ropa. Estaba inmóvil, sin saber por donde empezar, con la mente en blanco y la mirada perdida. Me recorrían mil escalofríos recordando la noche pasada.
La bocina de un coche me sacó de mi trance y comencé a hacer mi equipaje, a guardar los recuerdos en esa caja de piel inerte.
Después de comer nos fuimos al aeropuerto, mientras nos dirigíamos allí, iba echando un último vistazo a todos los lugares donde habíamos estado y donde mis recuerdos permanecerían siempre.
Ya en el avión me recorrió de nuevo un escalofrío, fue inevitable levantarme y mirar a mí alrededor como en busca de algo, en busca de mi compañero…
– ¿Estás bien? ¿Porqué te levantas?
– Estoy bien, no es nada, creí que me había dejado algo atrás.
Había dejado una historia que quizás sería irrecuperable.
Debía volver a la realidad, debía dejar de soñar, quedaba poco para pisar tierra firme y volver a mi vida normal.
Llegue a casa, deje las maletas en la entrada y me tumbé en el sofá, allí me quede toda la noche…
A la mañana siguiente salí a comprar algo para comer, la nevera estaba vacía…
Antes de volver a casa me paré a tomar un café en el bar de siempre. Me senté y comencé a observar a la gente que había allí, como lo hice en la terraza de la isla, realmente creo que estaba buscando algo especial, lo buscaba a él… pero no estaba.
Me acerqué a la barra a pagar y me fui. Justo cuando salía yo, entraba un chico que tropezó conmigo, se dio la vuelta, levantó su sombrero y mirándome a los ojos me dijo: Buenos días… COMPAÑERA…