II Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura
Concurso Caravaca
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Bases del concurso, premios y jurado


3/3/2005

115. Instantánea
114. El olor de las guayabas
116. Nervios
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Acaricio, rasgando suavemente el cobertor de la mesa, me llama la cama. Me alegro tanto de que me hayáis traído de vuelta a casa. La luz entre estas encinas pesa vieja sobre cada trozo de mi piel y puedo incluso respirarla, no puedo sentir de nuevo lo que la fría luz del hospital significaba. Siento el fuego del hogar crepitando en mi cara, acaricio este mantel, de nuevo, que lleva en esta casa desde que yo había nacido. Silvia, si prestases más atención a estos detalles y trajeses algún día a las niñas a disfrutar de esto, quizá encontrarías algo que tu contrato laboral no pueda ofrecerte y ellas disfrutarían, y yo disfrutaría viéndolas. Recuerdo cuando eras niña y te hundías detrás de todas las ecuaciones matemáticas que, como desafíos, venían incluidas con tus deberes diarios y aún.. aún no tocabas con los pies el suelo. Me gustaría tanto encontrar las palabras para describirte esta sensación y dejases de preocuparte menos por mi salud y más por mi bienestar (dejarte de medicaciones y de tonterías, aquí nunca hemos creído en esas cosas). Sé que lloras fuera en el cobertizo, rodeada de leña que no sabes si quemarás conmigo.. sé que sientes algo de impotencia cuando te encuentras con mi expresión fija, sé que mi ausencia te rompe el corazón como si fuese un clavo, pero también sé que no sabes que sigo detrás de ella y puedo entender cada uno de tus sonidos y de tus gestos. Intento decírtelo mientras levanto débilmente la mano para acariciar tu cara, tu mirada aún sigue con pies que no tocan el suelo y tu piel joven.. cómo me gustaría poder compartir contigo cada cosa que está por rozarla, y seguir salvándote de las lágrimas y seguir bañándome en tu sonrisa, pero hace mucho tiempo que abandonaste el nido (mucho, mucho tiempo para ti, y poco para mí) y nunca te gustó este instinto mío, ni mis besos de madre a la salida del colegio cuando iba a buscarte, esos besos criminales detrás de los abetos de la entrada, y el nunca olvidado bocadillo de la merienda y la inquisitiva necesidad de examinar cada parte de tu día. Sigo sintiéndola dentro como una bola en mi esternón que no deja la fácil entrada del aire cuando respiro, y es curioso que ahora haya olvidado cada palabra necesaria para reconstruir la morfología de la expresión, pero conozco nuevas formas, diferencio tus pasos y tu manera de cerrar la puerta y ahora, cuando la dejas caer siento que nada de esto te gusta, siento que piensas que tienes una hija más que cuidar olvidándote de que, con o sin mis perfectas habilidades, sigo siendo esa mirada que cuida de ti a tu espalda, esa mano que te baja los caramelos que no puedes alcanzar. Si sólo tuvieras un momento para mirar dentro de mí, si tan sólo yo supiese cómo dejarte hacerlo…Oigo tu coche abandonando la finca, conozco cada uno de sus sonidos, como grita cuando arranca, el clamor oxidado de la verja (que lleva ahí desde que eras niña) y el ruido seco del freno de mano bajo mi ventana. Recuerdo esos momentos en los que, recién habías comprado el coche, salías por ahí en esas noches palpitantes, para ti con un sabor de pseudo libertad y de adulta madurez, cuando te vestías con la falda más corta que encontrabas y conquistabas el mundo mientras yo buscaba un poco de tranquilidad con la cuchara en el fondo de mis tazas de café con radio con el volumen más bajo y con debates inaudibles (seguía yo escuchando tu falda, y tu coche, y tu noche…). Intentaba no hacer más ruido del exigido, sólo en apariencia, antes que a ti esperaba en mi hombro la mano de tu padre y sus maldiciones a tu edad y a tus dedicaciones nocturnas. Intentaba no hacer excesivo ruido como para despertarlo, pero hacer el necesario para acabar haciéndolo. Él tenía la llave para sacarme de esos momentos de cárcel de angustia en los que yo no hacía más que revolver y revolver, y siempre acababa el café frío, sin haber encontrado la calma. Yo nunca fui muy ansiosa del arte de conducir, así lo llamaba tu padre, así que se lo dejaba al artista y nunca saboreaba demasiado esa responsabilidad si no era para tener esa sensación de libertad de movimiento peninsular. Recuerdo esa brisa en mi mano que me salvaba de hundirme en el mapa para intentar comunicarle cuál sería nuestro camino, recuerdo esa sensación de estar siempre viviendo una aventura excitante cuando éramos casi unos críos (y cuando no lo éramos tanto), cuando salíamos de excursión o volvíamos al anochecer de tal cosa, con los bolsos vacíos y llenos de silencio, el burbujear nervioso en carreteras difíciles y sobre todo, con el sentimiento de mantenernos ajenos de nuestra realidad diaria en lo que era nuestra rutina de día no laborable aunque nunca se nos aparecía como tal. Sentíamos que descubríamos más mundo a cada kilómetro que realizábamos juntos, probablemente sentíamos lo que vosotros en vuestras rondas de bares. Nunca conocí un coche por su nombre, ni por su origen, aunque tu padre siempre intento educarme de alguna manera en el reconocimiento automovilístico. Supongo que nunca le presté la suficiente atención como para recordarlo, o nunca pude cuando veía esa chispa en sus ojos y yo “entonces…¿es cochazo?” y él “es cochazo, es cochazo… con eso por la autopista puedes ir a…” Y siempre pensaba que para qué razón querría él ir a tanta velocidad si yo nunca se lo permitía “vigila, vigila”. Siempre pensé que si hubiéramos sabido como iríamos a morir me hubiera ahorrado muchas de esas cárceles, pero no habríamos vivido nada como lo hicimos realmente. Son cosas que van cayendo “con la edad” como vosotros lo llamáis, porque no queréis decir que soy vieja y lo de la tercera edad.. sabéis que siempre me he reído de aquello y yo podría encontrarme ya en una cuarta o quinta o… Yo imaginaba que me pasaría mis años de “con la edad” haciendo crucigramas, con esa caligrafía admirada de todos aquellos “con la edad” que yo veía en el pueblo. Esas letras que se curvan, sacadas de algún manuscrito medieval para escribir la lista de la compra y siempre con alguna falta brutal de ortografía.. “Me boy un rrato, buelvo en cinco minutos”, rezaban los crímenes ortográficos de una mano impía en el cristal de la carnicería, y todos nos reíamos del bueno de Pedro, todos los que nos permitíamos ir a la escuela entonces, pero nunca contemplamos ninguna letra más bonita que aquella, y más ahora que conozco de cerca a los médicos. Ellos siempre tienen mucha prisa de un lugar a otro como para tomarse el tiempo que el bueno de Pedro exigía. Siempre pensé que algún día escribiría como aquel bueno de Pedro, siempre manchado de sangre, y ahora, curiosidades de la vida, ni el temblar ni mi cabeza me dejan ponerme ni siquiera a perder el tiempo haciendo un crucigrama. Decía la que era mi abuela que “Cuando eres viejo siempre se te quita lo que más necesitas”, lo decía ella, que dejó de ver bien y no podía cocinar, una de sus pasiones en la vida. Sólo tengo necesidad de cualquier palabra ahora, de cualquier estilo, de cualquier manera y balbuceo, yo, la que estuve escolarizada, la que estudió en la ciudad, ahora sólo balbuceante de años, “con la edad”. Por eso ves, “con la edad”, la importancia que cobran algunas cosas y como se te olvidaron aquellas importantes. La abuela Asunción gozaba de cocinar y yo empecé a hacerlo cuando os tuve a vosotros, cuando cocinaba para vuestro padre. Ruth toma el relevo, qué..moderna vienes Ruth. Recuerdo algunas recriminaciones que se me hacían, cómo puedes casarte, cómo puedes cocinar, cómo puedes perder el tiempo quedándote embarazada… una tal llamada “liberación sexual” me tenía a mí ciertamente esclavizada de algún modo. Ahora algunas de las mujeres liberadas querían encadenarme a su forma de vida, no podían comprender que ni en mi carrera, ni en mi futuro profesional, iba a encontrar algo como lo que yo tenía y por y para lo que yo cocinaba : Amor, puramente, eso me movía. Pero querían cambiarme Amor por pasiones de esas que sí he olvidado ahora, de esas que os intento decir que “con la edad” no quedan, ni dejan huella en ningún sitio. De lo que yo amé, sois vosotros las huellas; las que dejamos entonces en nieves de Diciembre, esas se borraron, pero vosotros.. Cuando perdí a tu padre, Ruth (no me mires así), podía sentir todo ese Amor del que me llené a través de vosotros, detrás de vuestros ojos, pocas cosas más me quedaron, menos aún ahora me quedan y pocas cosas más os dejo, porque nosotros elegimos vivir entonces, y sigue siendo algo ciertamente prohibido. Me alegraría decir que os enseñamos a vivir, cada uno a vuestra manera, y os regalamos aquello, porque siento que no os dejo mucho más mientras me voy, sólo esta casa y aquello. Acaricio el cobertor, hora del baño. No me prepares el baño, Ruth, ni la silla de plástico, ni la toalla para evitar resbalones, déjalo ahora, mi cama está aletargada y me llama y es hora de cosas más tristes, se acabó mi vergüenza estando desnuda frente a la desnudez que parí, lavada con las manos y el esfuerzo que lavé. El murmullo del grifo, el agua..
Podría ser un fin de tragedia griega, una clásica epopeya, pero no fui ni reina, ni amante de dioses, ni esposa de un Andrés. No he sido más que madre y no he sido nada más que Amor. Somos los personajes secundarios, los que sólo estamos detrás atentos, vigilando, la mirada a vuestra espalda. Me muero antes que la vajilla espantosa que mi madre considero necesario comprar para las visitas cuando nos mudamos a esta casa. Tranquilos, también aquella morirá algún día. Todo lo que existe tiene que morir, tan sólo este sentimiento nunca morirá. Tu hermano ya ha llamado hoy, no prepares el baño, ni escuches a ningún médico: no me voy por culpa de la edad, ni por alguna demencia ( “con la edad” o sin la edad), no me voy por una enfermedad degenerativa alemana. Me voy por este sentimiento que no puedo contener sin expresar, me ahogo por deciros, me ahogo por una palabra, por sólo un momento sin temblores ni balbuceos. Por un momento, me voy, no hay ninguna fibra que pueda soportar todo esto en mí, lo entenderás. Me voy, Ruth, lo entenderás “con la edad” y te acordarás de lo que nunca te dije.

 

114. El olor de las guayabas
116. Nervios