3. NOCHE
‘La noche es joven’ era una frase tan típica y Antonio no paraba de repetírsela cada vez que ella le pedía que se fueran. Y ya hacía horas que ella había empezado a insistir.
No era que no se lo pasase bien o no le gustasen los amigos de Antonio, simplemente tenía una sensación extraña en el cuerpo, una sensación que le decía que tenían que irse de allí.
No es que ella creyese en premoniciones, ni tan solo era católica, pero simplemente no le gustaba esa sensación y sabía que tan pronto como estuviese en casa, tumbada en la cama, se le pasaría.
Habían quedado con los amigos de Antonio para tomar una copa en un bar, y la copa se había alargado tanto que ya eran las cinco de la madrugada.
La mayoría de bares estaban cerrados y Antonio y sus amigos habían decidido comprarle a un vendedor de calle suramericano unas cervezas para ir a tomárselas en alguna plaza de la ciudad. A Marta no le había gustado nada eso de comprar esas cervezas, no por que tuviese algo en contra del vendedor, sino por el hecho de que eso significaba quedarse aun más rato esperando para poder irse, más rato soportando esa sensación extraña recorriendo su cuerpo.
La plaza donde se sentaron no era la más acogedora de toda la ciudad y en ella se veían rastros de otros jóvenes que habían ido a tomar la cerveza allí y habían dejado las latas esparcidas por el suelo, como también botellas rotas y miles de colillas.
Lo único que la calmaba un poco era el hecho de que no se veía ningún borracho cerca y que tenían una calle detrás por donde de vez en cuando pasaba algún coche iluminándolos a todos por unos segundos antes de desaparecer.
– ¿Os hace un peta? – dijo uno de los amigos de Antonio en algún momento y todos gritaron su aprobación. Marta solo sonrió encogiéndose de hombros, le parecía ser la única sobria del grupo, aunque debía admitir que había bebido bastante, a ella parecía afectarle mucho menos que al resto.
– Antonio, ¿nos vamos? – le preguntó por enésima vez, susurrándole en el oído.
– ¡Ah! No seas pesada, ahora estamos en lo mejor – fue la respuesta que obtuvo mientras Antonio esperaba su turno para fumar y reía al ver como uno de sus amigos se caía en el suelo lleno de suciedad y cristales.
Suspiró e intentó distraerse hablando con una de las chicas que formaban el grupo. Habían empezado siendo once; cinco chicas y seis chicos. Ahora su número había disminuido y solo quedaban tres chicos, contando a Antonio, y dos chicas.
Se sorprendió al ver lo trascendental que se ponía la chica, Aurora, cuando bebía, incluso le parecía más inteligente que cuando estaba sobria, o al menos hablaba de cosas que nunca le había oído mencionar estando serena.
Entre cuchicheos Aurora le contó como iba la relación con su novio, uno de los chicos que aun quedaban, y lo difícil que era mantenerla ahora que habían decidido irse a vivir juntos.
Marta exhaló, ya había pensado a veces que quizá algún día iría a vivir con Antonio en un pequeño apartamento. Algunas veces lo imaginaba todo color de rosa y se encontraba sonriendo medio embobada en su habitación. En otras era más realista, no era lo mismo ver al novio unas horas al día que verlo cada día, por la mañana al despertar y al llegar del trabajo, luego tener que hacer las tareas del hogar… Sabía que no sería nada fácil y que lo único que tenía a favor era que Antonio sabía cocinar y planchar.
Y se encontró contándole esto a Aurora, que la escuchaba con una sonrisa y le asentía, comprendiendo a lo que se refería y dándole algunos consejos para arreglárselas si se decidían a vivir juntos.
A las cinco y media de la madrugada Aurora tuvo que irse porque le quedaban pocas horas de sueño y a la mañana siguiente tenía que trabajar, así que paró un taxi y la dejó sola con los tres chicos.
El novio de Aurora no parecía nada preocupado o triste porque se hubiese ido y Marta no pudo evitar pensar en si Antonio haría lo mismo, y le dolía saber que la respuesta era: sí, lo haría. Ella podía irse y él seguiría riendo con sus amigos, despreocupándose, mientras ella no podría dejar de preocuparse por él sabiendo que estaría en una plaza sucia, borracho y con dos amigos bastante inservibles en una pelea si se daba el caso.
El novio de Aurora era el que peor estaba, ya llevaba tres veces que se caía al suelo y sus pantalones se veían completamente manchados, lo primero que tendría que hacer el pobre al llegar a casa sería lanzarlos en la basura, eso si lograba llegar, porque realmente parecía que ni tan solo sabía donde estaba, riéndose por cualquier cosa y haciendo gestos exagerados y patosos con los brazos.
– Venga Antonio, ¡lía otro! – gritó el tercer chico mientras se reía con las tonterías que estaba haciendo el novio de Aurora.
– Antonio, que sea el último y luego nos vamos, ¿de acuerdo? – le sugirió Marta sin molestarse en susurrarlo, ya que los otros dos chicos parecían bastante distraídos con sus borracheras.
– De acuerdo – dijo Antonio con voz pastosa y haciendo un gesto de desinterés con la mano, él no estaba mucho mejor que los otros dos y eso la ponía enferma. ¿Por qué Antonio soportaba tan mal la bebida? Y, ¿por qué bebía tanto si sabía que le afectaba de ese modo? Nunca podría llegar a entenderlo.
Esta vez Marta ya no tuvo con quien hablar, los tres chicos reían de cualquier estupidez que decía alguno de ellos, así que ella simplemente se dedicó a observar la calle y a contar los coches que pasaban mientras esperaba que Antonio terminase para que pudieran irse, aún sintiendo esa sensación extraña, y ahora era peor, al no tener a nadie con quien hablar para poder distraerse.
Justo cuando vio como Antonio daba la última calada Marta se levantó y le cogió por el brazo tirando levemente de él y diciéndole que ya era hora de irse como le había prometido.
Pero lo único que consiguió fue que Antonio se levantara y la mirara con ojos desenfocados y molestos.
– Oye, deja de molestar, ¿quieres? – le dijo él con aire molesto – Estos señores y yo estamos teniendo una conversación de hombres – hizo un gesto completamente exagerado, que casi hizo que se cayera al suelo, para señalar a los dos chicos que silbaron y aullaban apoyándolo.
Marta no se dio por vencida ante eso y arrastró durante un momento a Antonio, llevándole al paso de cebra, que estaba cerca de ellos, para que pudieran empezar a irse. Pero los dos chicos se levantaron y, sin que ella entendiera como, lograron coger a Antonio por el otro brazo y tirar de él, gritando y riendo como si se tratase de un concurso de tira y afloja.
– Antonio, por favor, vayámonos de una vez, me lo has prometido – dijo ella intentando tirar de él y queriendo aprovechar que el semáforo aún estaba en verde parpadeante para ellos.
– ¡Oh! ¡Venga, Antonio! ¡Quédate un rato más! – gritó uno de los otros dos tirando también para que Antonio se quedase.
El semáforo se puso en rojo.
– ¡Antonio! ¡Me lo has prometido! – gritó Marta empezando realmente a molestarse con los insensibles y despreocupados amigos de su novio y tirando tan fuerte como podía.
– ¡Olvídame! – gritó Antonio haciendo un gesto brusco para librarse de ella, logrando soltarse y haciendo que Marta tropezara en el bordillo y que empezara a caer en la calle asfaltada.
Pudo oír el chirrido de unas ruedas girando una calle y vio el coche salir de un cruce cercano a demasiada velocidad, le pareció que el coche intentaba frenar, también le pareció oír gritar a Antonio, llamándola por su nombre desesperado.
Marta sabía que Antonio se iba a lamentar toda su vida por esto, pero en este momento no tenía ganas de concederle ningún tipo de perdón.
Lo único que pudo pensar en el último momento era en lo desagradable que era esa maldita frase: ‘la noche es joven’
La odiaba.
Sintió un golpe y su cuerpo alzándose del suelo para sentir otro golpe.
Luego… nada.
FIN