4. Un beso no se pide, se roba

 

Cierra los ojos, – me dijiste. Dame la mano y cierra los ojos. Yo así lo hice. No lo dudé un solo instante. Rodeando mi mano fuerte entre la tuya, “volamos” hasta la terraza del apartamento de la costa. Ese balcón sobre el acantilado, el sonido de las olas, el viento rozando nuestros rostros… Un momento demasiado perfecto para ser real. ¿Lo sería? ¿O sería sólo un sueño?

Bajo mi ancha camisa blanca no había mucha más ropa… Un conjunto negro de encaje. Tú con un pantalón negro y tu torso desnudo. Me abrazaste por detrás y permanecimos quietos los dos de pie, con la mirada perdida en el horizonte. Cogiste mis manos mientras tenías mi cintura rodeada. Apoyaste tu cara en mi hombro derecho, dejando sentir tu respiración tan cerca de mi cuello que conseguiste erizar mi piel. De pronto acercaste tu boca a mi oreja, y me susurraste una frase, (lo recuerdo como si hubiera ocurrido hace unos minutos) esa frase tan crucial que hizo estremecer mi cuerpo en una breve agitación. Sonreíste al ver como giraba mi cara hacia ti. Tu mirada me pedía un beso, deseabas probar mis labios, pero no estaba dispuesta a dejártelo tan fácil. Volví a girar mi cara, tus manos soltaron las mías para acariciar mi cintura en busca de esa sensación tan simpática como desagradable, las cosquillas. Sabías dónde conseguir “mucho” de mí. Y ahí sí, no pude más, estallé en carcajadas involuntarias y movimientos bruscos entre tus brazos…

De repente me encontré frente a ti, ojos oscuros frente a ojos claros utilizaban su propio lenguaje para decirse algo que los labios no pronunciaban. Me abracé a ti, pidiendo clemencia, para que dejaras las cosquillas… Y tú pareciste responder ante mi gesto de cariño, con una caricia en mi espalda, bajando tu mano izquierda a mi muslo, y subiendo tu mano derecha a mi cuello, me acercaste a tu boca e irremediablemente ocurrió algo inevitable. Un beso. Ese beso que tanto has deseado pero que no has llegado a probar. Ese que sabe tan cálido, tan húmedo, tan envolvente… No había podido imaginar, el cúmulo de sensaciones que podía llegar a transmitirse por un beso, un roce de labios, de lenguas…

Cogiste mi mano y nos adentramos en la habitación casi a oscuras…

Me confesaste tus nervios, a pesar de parecer tranquilo resultó que no era yo la única emocionada en aquel momento por la situación que vivíamos. Me pediste que te aguardara sentada en la cama un momento, y así lo hice. Mientras tú desaparecías por la puerta de la habitación… No se el tiempo exacto, aunque se que para mí fue eterno a pesar de no haber transcurrido más de unos minutos.

Cuando apareciste de nuevo traías contigo una caja en tus manos. La pusiste sobre la mesa. Y cogiste un pañuelo con el cual cubriste mis ojos, me empujaste suavemente hacia atrás dejándome tendida en la cama. Y me susurraste de nuevo al oído, esta vez sólo dijiste: – espérame. Escuchaba tus pasos por la habitación, sentía tu presencia, inquieta, preparando algo… oía unos “chasquidos” y a continuación comencé a oler a cera. Estaba claro que estabas dejando la habitación a la luz de las velas. Pero y ¿después? No hacías apenas ruido. De repente sentí como te acercabas de nuevo y volvieron los nervios… te colocaste junto a la cama y te inclinaste sobre mí. Desabrochaste muy suavemente los botones de mi camisa, uno a uno, cuando ya tenía la camisa abierta, tus manos recorrieron mi cuerpo , como un explorador en la selva. Lo hacías con delicadeza pero a la vez de una forma contundente. Reconociendo el territorio. Dibujaste con tu dedo cada facción de mi rostro. Y con una de tus manos bajaste peligrosamente hacia mi pierna..Bajaste también la otra mano y despojaste mis pies de los zapatos. Acariciaste mis pies, y los besaste, subiendo tus manos por mis piernas, mi cintura, mis pechos, mis hombros, y entonces quitaste el pañuelo de mis ojos dejándome ver todo el ritual que habías organizado para mí. El suelo tenía una alfombra de pétalos de rosa, la habitación brillaba con el esplendor de las velas. Y tú me dedicabas tu mejor sonrisa. Mi sorpresa se transformó pronto en una tímida pero amable sonrisa en respuesta a la tuya. Y entonces me acerqué yo a ti, a tu oreja, a tu cuello y los acaricié con mis labios mientras te decía G-R-A-C-Í-A-S.

Te colocaste sobre mí y recorriste mi cuerpo con tu boca, podía sentir como tu respiración se agitaba por momentos, perdido en el tiempo, dedicando tu vida en ello, dejándome sentir tu excitación… Me diste un suave mordisco en mi hombro que provocó una leve agitación, nada comparable con la sensación que me causaste al desabrochar el sostén que cubría mis pechos, para olvidarte del mundo, inmerso en ellos. Un suspiro te mostró como me sentía en aquel instante, y mis manos hicieron el resto. Te pedí que pararas un momento, quería actuar yo. Y con una pícara sonrisa me obedeciste, para caer en la cama rendido a mi cuerpo, el cual coloqué sobre ti, para poder moverme libremente mientras saboreaba tu piel. Cogiste mis muslos con tus manos con fuerza y comenzaste a marcar tu propio ritmo, mientras yo me inclinaba sobre ti sintiendo tu boca entre mis pechos. Ya no había marcha atrás. Necesitábamos rozar ese instante de placer, la excitación era palpable en ambos cuerpos embriagados de deseo. Esta sensación tan desconocida en otras ocasiones, se hacía cada vez más irresistible, estábamos llegando a nuestro destino… Un destino donde nacer, vivir y morir en unos segundos. Sí! Nos estremecimos…

Yacimos juntos, cerramos los ojos, una borrasca en mi cabeza me hizo perder la orientación en un momento, lo que me provocó un despertar brusco… pero… ¿dónde estabas tú? Yo estaba en mi cama, en la ciudad. No entiendo, ¿todo había sido un sueño? Pero cuando miré mi cuerpo vi unos rasguños en mis muslos que me hicieron revivir el momento. ¿fantasía o realidad?

No soy tan mala, la frase que aun hoy sigo recordando como si me la estuvieras diciendo aun es: Voy a hacerte mía sin que te des cuenta. (Y pegaste tu cuerpo al mío).

Moraleja: No toda la importancia reside en qué se dice sino en cómo se dice. Demuestra con hechos lo que piensas con palabras.