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RelatosSeudónimo: Akira_one
Titulo: Oasis
No pocas veces pensé en dar la vuelta; allí estaba ella, caminando entre una multitud de desconocidos, de personas a las que nunca más vería ni saludaría, personas que no la conocerían como yo llegué a conocerla. O a intuirla, porque los pocos días que pasamos juntos no fueron suficientes... para nada, más que para perderme en ella. Mientras el taxi me llevaba al aeropuerto, con el propósito de devolverme a aquello a lo que pensaba que ya me había acostumbrado para siempre, me di cuenta de que ya nada volvería a tener sentido.
Recordaba sus ojos, su cara, pero sobre todo su sonrisa, su capacidad para convertir lo monótono en algo extraordinario, de hacerme ver, de hacerme entender, que no hay nada que ocurra porque sí, que todo está relacionado, que todo tiene significado.Aquellos días que pasé junto a ella me acompañarían durante el resto de mi vida, nada me haría olvidarla. En la perfección que tan sólo los recuerdos son capaces de proporcionar, me di cuenta de que ella sería el refugio en el que las noches más oscuras encontrarían algo de luz.
Pero ¿qué podía hacer? no podía seguirla, lo nuestro no tenía ningún futuro. Ella, en su juventud arrebatadora, en sus años de rebeldía, de filosofía, de preguntas imposibles de responder, de sueños por alcanzar, de objetivos a marcarse, y yo... desengañado de todo, menos de ella.
¿Qué estoy haciendo? Lo vi claro. Tenía que seguirla, tenía que averiguar si realmente estaba en un sueño o estaba realmente despierto. Mandé parar al taxista, bajé del coche y corrí. Corrí entre personas cuya indiferencia hacia el resto les impedía molestarse por los empujones, gritos o necesidades de los demás. Corrí, buscándola con la mirada, y nada llegó a mi más que la nada. Di vueltas sobre mí mismo, en un intento desesperado de abarcar todos los ángulos posibles a la vez, que nada se escapara de mi visión, pero fue inútil.
La desesperación se adueñó completamente de mi y nada pude hacer más que dejarme caer en el suelo y llorar de frustración, de rabia, de amor... sí, de amor, de amor que sentía por ella, por todo lo que había estado a punto de darme, pero sobre todo por todo lo que ya me había dado y de lo que quería reclamar más, de lo que quería reclamar todo. Las lágrimas brotaban sin control de mis ojos, y los sollozos que salían de mi boca constituían los gritos de mi alma al quebrarse en mil trozos. Como si de una estrella lejana que apagose tiempo atrás y cuyo diferido brillo conseguía ocultar durante un tiempo la tragedia ya acontecida, de repente todo se me echó encima. Nunca podría amar a nadie más, nunca encontraría a nadie más, mi vida acababa de desaparecer.
No sé cuánto tiempo estuve allí, en medio de la calle, arrodillado en el suelo. Sabía que si volvía al hotel ella llegaría tarde o temprano; eso era lo que me dictaba la razón. Pero algo me decía, me hacía ver con absoluta claridad, que nada existía más que en el segundo en el que me encontraba, que el próximo minuto no llegaría nunca, que la realidad que ahora me rodeaba sería eterna. Y que sin ella no existiría el mañana, ni siquiera el hasta luego, ni siquiera el insulso hasta pronto con el que me despedí de ella, un hasta pronto que me sabía ahora a un hasta nunca.
Como pude, me levanté. Enjuagarme las lágrimas con el dorso de mi mano y dar la vuelta en dirección al vehículo fueron movimientos automáticos que casi ni recuerdo haber ordenado a mi cuerpo. Sólo sé que, una vez dentro del coche, todo desapareció. El taxi se convirtió en un agujero negro en el que me había metido por propia voluntad, un agujero del que no podría escapar ni aunque quisiera.
A través de la ventana veía pasar a la gente, pero ellos no entendían nada, cómo iban a entender. Parecían edificios en miniatura, como esos mastodontes de cemento y cristal que, desafiantes en su reflejo en la ventanilla, me hacían ver que nada puede cambiar el destino. Que la felicidad que estos días había disfrutado había sido tan sólo una alucinación. Que el oasis que había creído encontrar no era tal, sino tan sólo un espejismo, la materialización figurada de un deseo profundo, la idealización de lo terrenal. Pero cómo creer que sus ojos no eran auténticos, cuando me miraban. Que su boca era imaginada, cuando me hablaba. Que su pelo, manto de hadas, depósito de sueños, no existía más allá de mi mente. Esos pensamientos me atormentaban, me corroían, me saturaban, me llenaban y me hacían vaciarme, de sueños, de ideas, de deseos, de sentimientos. Nada tenía ya sentido, sólo ella.
¿pero qué estaba haciendo? tenía que salir de allí, tenía que volver a la realidad del sueño de estar con ella, a la felicidad de la irrealidad de su compañía, a la fortuna de ser el depósito de sus miradas, de sus pensamientos, de sus esperanzas, de todo aquello que nunca esperé encontrar y siempre me estuvo esperando... hasta aquel día en el que todo se materializó delante de mis ojos, engañados hasta que tú no los abristes, les hicistes ver, ver de verdad, como hasta entonces nunca habían visto.
Con ella todo parecía posible; la noche de mis confesados insomnios pasó de maldición a bendición, la maldición de poder compartir esas horas en las que hasta entonces tan sólo me había hecho compañía mi soledad.
Y cuando, por fin, la derrotaba el sueño y sucumbía al cansancio acumulado de tantas horas de vigilia, yo aún me demoraba unos segundos. Segundos en los que la contemplaba, con su cara relajada, soñadora, con una expresión de tranquilidad que me reconfortaba, que me hacía sentir lo que ahora no me cuesta identificar como amor, el amor más absoluto, pero que entonces no fue sino el causante de que aún me sintiera más perdido.Despertarse a su lado, por la mañana, tumbado a su vera, como nos acostamos, es algo a lo que durante unos pocos días me he acostumbrado. Y ahora sé que me pasaré toda la vida intentando aprender a estar sin ella, a respirar un aire diferente al que ella respira, a no compartir más que los recuerdos de los días en los que ella y yo estuvimos juntos.
El taxi ya ha llegado al aeropuerto. Me cuesta creer que estoy aquí, que estoy haciendo las cosas que estoy haciendo, que no estoy viendo una película en la que el actor tan sólo se limita a seguir el guión preestablecido de antemano y en la que, aunque quisiera, no podría hacer que el final fuera más dichoso de lo que ya había sido planeado.
Las maletas en mis manos, ¿cómo han llegado ahí? me vuelvo a sorprender a mi mismo entregando y acto seguido recogiendo el pasaporte y el billete a una azafata del terminal, de hacer cola para pasar el control de la policía, de sentarme a esperar a que el monitor de la puerta que da acceso a mi vuelo me indique que ya puedo acceder al avión y, finalmente, de levantarme para entregar mi pasaje. Todo tan automático, todo tan insensible, todo tan irreal...
Saco de mi bolsillo el billete y algo cae al suelo. Una foto suya, inocente presente de cuando tan sólo éramos dos desconocidos que empezaban a conocerse, quién sabe si entonces creíamos que lo nuestro podría llegar a ser algo, a convertirse en algo más, nada de cómo realmente acabó, pero quizá como un escarceo, como una tormenta de verano... Miro la foto y me despierto del sueño en el que me había sumido. Su imagen, incrustada en mi memoria, reaparece de imprevisto, golpeándome, haciéndome tambalear. Parpadeo, en un intento infantil e inocente de expulsar lo que me está carcomiendo el interior, como si una tenia hambrienta alojada en mis intestinos hubiera empezado a morder mis entrañas.Entonces empiezo a correr. Creo oír como la azafata me grita llamándome, primero extrañada, luego inquisidoramente, pero nada importa ya. La distancia que nos separa es la cuerda que me aprisiona, que me estrangula, que me asfixia. Busco el número del hotel, llamo, no ha llegado aún, pero me confirman que sigue en su registro, que aún le quedan días de estancia.
Los recuerdos pierden todo su significado mientras salgo a la calle y corro. No cojo un taxi, corro, y mientras el sol me ilumina la cara y el viento me hace sentir libre, una sonrisa ilumina mi cara. La irrealidad se ve reemplazada por la paz más absoluta, y entonces veo claro que la felicidad está a mi alcance, que ya empieza a hacerse cargo de mí, que vuelve a abrazarme, a acogerme en su seno, del que nunca tenía que haber salido.
Corro, y la calle se transforma en un camino, y el camino en una calle, la calle en una carretera y la calle en un sueño... Un sueño diferente, del que despierto por un claxon, luego el chirriar de neumáticos y por último me sorprendo a mi mismo en el suelo. Intento moverme, pero no puedo. Una claridad embriagadora se adueña de mi vista y la gente que me rodea empieza a desaparecer. Todo se vuelve oscuro, poco a poco, y aunque intento gritar mis gritos se ahogan en la garganta que una vez pronunció su nombre. Quiero volver a llamarla, hacer que venga, conseguir que me abrace como una vez me abrazó.
Todo desaparece, y sólo queda mi conciencia. Aunque tengo miedo, pienso en ella, y eso me tranquiliza. De repente, escucho su voz, que me llama. Dónde está? imposible decirlo. Sólo sé que, casi involuntariamente, como un rastrero reflejo, reclamar su presencia, pero la respuesta no llega... Me empieza a faltar el aire, me cuesta respirar, pero sigo llamándola, primero casi con súplicas, luego mi voz misma se transforma en un grito. Todo da vueltas, todo gira, me mareo, me siento flotar...Despierto en la esencia misma de la oscuridad, en el silencio de los sueños, en la quietud de un susurro y nada hay más que ella. Ella y su sonrisa. Y todo vuelve a cobrar sentido.
© Akira_one
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