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RelatosSeudónimo: Plumafiel
Titulo: La abuelita carcelera
La abuelita carcelera remiró al pajarillo.
__ ¿ No es bonito Mificufi?
__ Miaaaaaaau __dijo Mificufi con unos ojos como platos.
__¡Claroooooo…!__Asintió satisfecha la abuelita carcelera, como si tuviese alguna idea clara de lo que Mificufi pensaba cuando decía miaaaaaau.
Aparte de un pelín tocada del ala, la abuelita carcelera estaba como unas castañuelas. Aún no hacía ni dos días que, tras profundas marejadas mentales, había tomado la decisión más sublime y crítica de toda su vida, al resolver el peliagudo dilema de si la imprescindible compañía de Mificufi era suficiente para paliar su tremebunda soledad; y después de romper la hucha-lechoncito y de desparramar la calderilla, llegó a dos conclusiones: una dolorosa, que Mificufi no llenaba su vida a pesar de los terribles esfuerzos que el gato hacía para darse la gran vida…( ¿cómo se lo diría sin que se ofendiera? Era tan susceptible…), y otra, ( a la vista de la mina de oro que salió de la hucha-lechoncito,) gozosa, que podría permitirse el lujo de comprarse un canario que piara como los piángeles. De ese modo introduciría en su dieta anímica el componente musical necesario para espantar a los sufridos fantasmas instalados en su cabecita, los cuales no sabían cómo salir de ella a pesar de sus desesperados intentos por hacerlo, (dicho sea de paso.)
Así que, con Mificufi en brazos y sorteando un tráfico endiablado como solo una viejecita de setenta y tres años es capaz de hacerlo, se llegó a “CANARIOS PIO”, cuyo dueño, a pesar de ejercer de carcelero de pajarillos al por menor, gozaba entre la concienciada vecindad de un inapelable prestigio como homínido amante de los animales que no se merecía en absoluto, porque no hay peor carcelero que el que te roba la libertad con beatíficas sonrisas y encima te pone en venta.
Y con esa misma beatífica sonrisa vendió a la abuelita carcelera un canario robusto, (sacaba pecho ostentosamente,) vivaz, (era un canario pero revoloteaba como una mariposa,) algo cachondo, ( adoptaba poses de dudoso buen gusto,) y caprichoso, (cantaba cuando le salía de los huevos,) el cual, al cabo de un más que complicado aprendizaje social, logró establecer con ella y con nuestro Mificufi unos parámetros de convivencia bastantes estables.
Mificufi, cada vez que contemplaba al canario,(bautizado por vía de urgencia con el originalísimo nombre de Carusso por lo maravillosamente que daba la lata a toda la vecindad cuando le salía de los huevos, (como ya dije antes,) decía: “miaaaaaaaau.”
Y lo que la abuelita carcelera interpretaba como “gracias amita por traerme un maravilloso hermanito que pía como los piángeles”, en realidad quería decir “quién pudiera echarle el guante para hincarle el diente.”
Si la abuelita carcelera no hubiese sido tan incompetente a la hora de traducir los miaaaaus de Mificufi, la tragedia posterior no hubiese tenido lugar. Al menos con tanta celeridad.
Hasta tal punto estaba la abuelita carcelera lejos de la traducción correcta de los miaaaaus de Mificufi, que cierta tarde no se le ocurrió otra cosa que pensar: “…pobrecito Mificufi…parece que se muere de ganas de jugar con su hermanito…”
Dicho y hecho. Se acerca a la jaula, abre la rejilla, trinca a Carusso y se lo planta en los morros a Mificufi, el cual en un primer momento y ante tanta felicidad, se queda petrificado; esto es interpretado por nuestra incompetente experta como un signo de reafirmación de sus osadas hipótesis.
__Jejeje…os voy a traer el ovillo de lana para que juguéis…je…
Nunca debió alejarse más de dos milímetros del lugar. Cuando la abuelita volvió, Carusso y sus futuras melodías viajaban a velocidad constante hacia el estómago de Mificufi que llevaba una temporadita segregando exceso de jugos gástricos.
Ni que decir tiene que la cabeza de Carusso fue recibida en el sacrosanto aposento con todos los honores.
__¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!!!
El grito de la abuelita carcelera, además de dejarla exhausta y con las cuerdas vocales flojas, se oyó en un radio de varios cientos de metros, desatascando por breves momentos las vidas de sus vecinos de su apoltronamiento y placidez.
Mificufi, ante grito tan descomunal, salió disparado por la primera ventana que pilló, que daba la casualidad que daba a una terraza que estaba cinco pisos en dirección al centro de la tierra, propiedad de un coleccionista de cactus, en el más gordo de los cuales quedó ensartado tripas abajo, pagando así el crimen de haberse comido a una de las gargantas más privilegiadas de la historia contemporánea.
Poco más tarde, la abuelita carcelera viajaba solícitamente atendida por dos fornidos ateeses que, por un instante fugaz, le hicieron olvidar los terribles hechos acaecidos.
Si salía de esta…compraría un perrito pequeñín…
© Plumafiel
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