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RelatosSeudónimo: Paso Fugaz
Titulo: Un trozo de mí
Me llamo Gonzalo Cuevas y nací hace cuarenta y siete años. Soy pintor artístico de profesión y fotógrafo aficionado... Aunque en tiempos de vacas flacas me puedo transformar en pintor de brocha gorda sin complejo alguno; estoy en forma. Por eso creo que es importante llevar una agenda de contactos, alguien puede llamarte ofreciéndote un encargo que te dará de comer o eres tú el que se inventa una llamada SOS ofreciendo una propuesta prendida con alfileres, a ver si cuela.
En estos momentos me encuentro en mi cafetería habitual de las mañanas... La escogí por sus mesas de mármol, el silencio matutino y sus amplios ventanales con vistas a una calle céntrica. Aquí es donde me tomo un desayuno compuesto por zumo de naranja natural, un café cargado y un croissant francés mientras ojeo el periódico. Para mí es muy importante no sentirme dentro de un espacio cerrado del todo y en este establecimiento me siento cómodo, a medio camino entre lo casero y la calle abierta.
Los pocos clientes de estas horas nos hemos distribuido en son de paz en nuestras mesas favoritas y formamos un cuadro variopinto de figuras de ajedrez incompletas que se empeñan en no moverse de su sitio. Pensé en eso porque el suelo tiene las típicas baldosas blancas y negras de tablero.
Mi mesa está situada frente a las cristaleras y casi en medio del establecimiento, pues no me gustan los rincones que me hacen sentir medio engullido por la pared. Paranoias de aspirante a viejo.
Como el escenario de dentro ya lo tengo memorizado, me gusta otear hacia afuera tal y como si estuviera en el cine y el escaparate fuera el celuloide. Nunca se sabe quien puede aparecer en acción al otro lado y resulta interesante fijarse si se tiene tiempo como yo.
Por si acaso, llevo siempre ya preparada, una pequeña máquina de fotografiar que encaja perfectamente con la palma de mi mano derecha. La gente, los conocidos, no entienden mi forma de tirar fotos ni falta que hace. Siempre llevo carretes de diapositivas ya que deshecho muchas y mi mano es la prolongación astuta y obediente, el cerebro no sé en que condiciones está, de mis ojos. No me hace falta ponerme la cámara a la cara para disparar, en parte porque quiero pasar desapercibido y en parte porque me lo tomo como un juego. Al principio me salían cosas horrorosas pero luego cogí práctica y la discreción de mi mano ágil me gustó, así como las sorpresas que me deparan el revelado. Como ya he dicho la mayoría de las diapositivas van a la basura, pero algunas resultan de lo más curiosas y les salvo la vida. Gracias a mis años de dedicación al dibujo y la pintura, me resulta bastante fácil este circo de tomar fotografías que yo tengo montado.
Mis fotos son trozos del mundo. No me dedico al retrato, solo quiero captar detalles, cosas que sacuden mis ojos curiosos y no me gusta centrar la imagen en un solo objeto protagonista. Mis fotos son rápidas como mis decisiones, no tengo que pensarlas, solo ando por la calle o estoy sentado como ahora y veo ese algo o no lo veo y disparo sin que nadie sé de cuenta, salvo por el flash en ocasiones.
Lo curioso es que cuando hago fotos en sitios donde hay vidrieras como aquí, espejos o en la calle apuntando a un escaparate, a veces salgo yo en la diapositiva, o un trozo de mí, como alguien que está ahí y no debería estar. En realidad, al principio, ni me di cuenta de eso, solo al fijarme más puede ver mi reflejo o parte de él. Supongo que como yo no perseguía él fotografiarme y echaba la foto por otras razones, al final fueron ellas las que me sorprendieron a mí y tuvo su gracia. Si les enseño mis fotos a mis amigos y no digo nada, ni se dan cuenta de mi sombra, pero cuando lo digo, ya siempre más forma parte del juego encontrarme en ellas.
En cuanto a mis pinturas que sé yo, me gusta pintar sobre tela, con acrílicos o óleos. Ahora estoy trabajando en una serie de hormigas abstractas. No me considero un buen pintor, solo uno más que tiene la suerte de caer en gracia y la doble suerte de que gusten mis cuadros para decorar y eso trae clientela a rachas.
Conozco a mucha gente, dentro y fuera del mundillo artístico. Toda una selva de personajes no necesariamente de los más conocidos pero también, algunos de los cuales se creen dioses del Olimpo, aunque no todos afortunadamente. Siempre hay quien nace y muere humilde. Pero también me gusta ver lo que hace la gente de la calle, los que pintan graffiti, los que ocupan por un tiempo corto un estudio pequeño donde juegan a construir arte con papel maché o cerámica y cosas varias; como esa chica japonesa que ahora está en ese taller destartalado montando lámparas de papel preciosas. Recorta el papel con esa soltura que solo pueden tener las mujeres de manos pequeñas.
Otra afición mía es la de mirar los contenedores de obras... Allí encuentro hierros, ladrillos varios, una pieza de Lego vieja, imanes, cosas tiradas por cualquiera, que yo recojo para montar algún día una estructura rara. A veces los amigos me traen algo que han encontrado por allí y que creen que me puede interesar... Recientemente, Juana me trajo un perro robot de esos de juguete, pequeño y al que le falta una oreja. Juana es así, le gusta siempre traer cosas, sorprender con la sonrisa puesta y un ¡tachan!
Yo alquilé un taller hace años, en el barrio Gótico de Barcelona. Se trata de todo un edificio de estudios, dos por piso, y el ascensor es un montacargas. Todos están ocupados por artistas varios. En realidad nadie del edificio vive ahí, solo trabajan en sus artes, salvo yo, que también moro en él. Cuando cogí el estudio era un auténtico desastre, pero hice unos cuantos apaños, instalé una cocina, arreglé el baño y compré una cama. En realidad todo es un espacio único, salvo el pudoroso baño que tiene puerta. Estoy en el último piso y muchas veces subo andando porque el montacargas solo funciona a unas horas determinadas; así hago ejercicio. Conforme se entra al taller, hay un pasillo largo donde tengo los “cachivaches-indigentes” y luego hay una pequeña despensa, una escalera que sube a la azotea y ya detrás de una cortina aparece la cocina y un espacio largo y ancho con muchas mesas grandes y taburetes. Luego otra cortina deja al descubierto una cama grande, un armario y ya el baño al fondo. Viene a ser como un Loft pero sin pijadas.
Me gusta que mi casa esté abierta a los amigos y conocidos, aunque también necesito mis ratos de soledad. Mi amigo Nicolás se instala en el estudio con su saco de dormir siempre que viene por Barcelona. Él es de Toulouse y entre nosotros hablamos en francés y así practico. Este es uno de mis amigos más asiduos a quedarse días en casa. Luego está Juana, a la que yo llamo “Juana de Arco” porque siempre está metida en batallas quijotescas defendiendo a los más débiles... Me acuerdo del día en que se la presenté a Nicolás y éste me dijo que le parecía que ella estaba enamorada de mí. Pero no, Juana solo está enamorada del Amor. Yo ni me lo planteo, sencillamente es una amiga a la que adoro y cuando se queda a pasar la noche porque se nos hacen las tantas hablando, ya es costumbre que compartamos cama. Tampoco puedo dejar de nombrar a Carlos que está como un cencerro y en parte por mi culpa creo. Lo conocí que acababa de divorciarse de la mujer y trabajaba de subdirector en una multinacional, pero estaba hundido hasta el cuello. Así que hablamos largo y tendido y él me subió a un pedestal que no merezco... Se obsesionó con un libro que yo tengo siempre en la mesita de noche: “El bote vacío” de Osho, que yo recomiendo leer muy despacio. Él me lo pidió prestado. Yo le aconsejé que primero se leyera uno más sencillo del mismo autor pero no hubo manera, dijo que le gustaba ese título y punto. Así que se lo llevó, se lo tragó en dos noches y le afectó tanto el contenido y el continente que dejó el trabajo de golpe. Luego vació el piso totalmente, dijo que iba a cambiar radicalmente de vida y llamó a su hijo adolescente para hablar encima de unos cajones de madera que había encontrado por la calle. El tío vive sin muebles y duerme sobre un colchón y se pasa el día fumando canutos con su hijo sin preocuparse que hará en un futuro. Está chiflado pero es muy buena persona; incluso comparte los ligues con su hijo Jonathan o viceversa, en fin...
A veces coincidimos los cuatro en el estudio y ya la liamos. Juana me llama nazi-ojos-azules en plan broma porque dice que soy un histérico de raza aria. En parte tiene razón, traigo a mi dermatólogo loco porque le exijo que me quite todas las pecas de mi cuerpo. Como le pago no me lleva la contraria. Carlos llega medio grogui y con esa voz de micrófono que ya se oye desde el portal, haciendo travesuras y contándonos sus pesadillas de horrores. Nicolás siempre está metiendo mano a la nevera en busca del gruyer, el parmesano o el emental que hemos comprado en la Boquería; es un glotón.
En realidad formamos un cuarteto estrambótico y no es raro que acabemos liando porros, bebiendo un buen vino, tomando delicatessen como dice Nicolás y Juana subiéndose por la tortuosa escalera que lleva a la azotea en busca de los gatos de la vecina... Les compra galletitas de colores y prefiere jugar y maullar con ellos a entrar en discusiones de hombres. O se pone a tatarear, me coge los lápices y dibuja garabatos o investiga entre mis libros de arte o mi colección de CDS varios. A mí me da de los nervios que sea tan niña, tan vulnerable incluso con armadura.
¡Dios, se me ha ido el santo al cielo! Mira que bueno..., hoy en el periódico viene una noticia diferente. Tenemos a un lobo italiano instalado en el Parque Natural del Cadí Moixeró. Es un inmigrante curioso y pasajero que me provoca una sonrisa socarrona, de envidia y ternura a tres partes, dará que hablar a los periodistas de columnas.
Doblo el periódico que dejo encima de la mesa y voilà, mis ojos detectan algo interesante: en la calle aparece un perro raro que tira de una correa. Se trata de una suerte de pastor alemán de patas muy cortas y gruesas y con una cabeza grandota que le da un aspecto torpe y entrañable de dibujo de comic (da que pensar). Mi mano derecha se mueve con agilidad apuntando a sus partes traseras, parte de la correa y una mano enfundada en un guante rojo. Solo el revelado me contará una historia digna de guardar o de cortar.
Salgo a la calle y mi silueta se convierte pronto en un bulto de colores azules y verdes que se mueve con rapidez de pájaro sin alas. Y de vuelta al taller ahora vacío de huéspedes o visitas, no puedo resistirme a la tentación de preguntarme que estará comiendo Nicolás el Gourmet, en que lío se habrá metido mi Juana de Arco y cual ha sido la última pesadilla de Carlos el Loco feliz.
Antes de seguir con mi pintura siento una punzada de envidia verde de ese perrazo italiano que irá en busca de su amada en tierra de lobos… Suspiro y cojo el pincel para dar un trazo azul con la sonrisa tonta colgando de mis labios cuarenta y siete.
© Paso Fugaz
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