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Relatos

Seudónimo: Genaker

Titulo: Amor mental
 

Sabe que se ha equivocado del todo, sabe que no debiera haberlo hecho nunca, que su impulsividad la ha traicionado una vez más. Querría ser ella misma, ser casi perfecta, anhela ser el centro de su atención, totalmente, sin medidas. Darse al otro y que el otro se diera a ella sin contemplaciones, sin trabas, pero al mismo tiempo, que nada a su alrededor se moviera, que todo quedara igual que antes. Ella quiere parar el tiempo y experimentar que el deseo que siente solamente les pertenece a ellos. Aspira a  lo imposible.

Lo ha hecho arriesgándose a que él la tome por estúpida, tal y como probablemente ha ocurrido. Ahora podría perderlo todo, incluso aquella esperanza que acompaña a los deseos inútiles, como es su deseo. Inútil y sin esperanzas.

Si le sentía, si deseaba con todo su corazón que él volviera, si tenía una pequeña esperanza de vivir un minúsculo, diminuto retazo de amor antes de que él se fuera de nuevo, en estos momentos se le han desvanecido todas las esperanzas, por culpa de su fuerte deseo. Lo sabía. Lo sabía y sin embargo, lo ha hecho.  ¿No será que su subconsciente está buscando desesperadamente la liberación  de ese vínculo inútil que la está haciendo sufrir tanto? ¿No será que está viendo la verdad en aquella  huída que la atormenta? Ella sabe que no es el centro de su atención, pero sospecha que él huye para no ser consciente del conflicto que se desarrolla en sí mismo. Sospecha, sí, a pesar de que no se  acaba de creer  una huída total y absoluta por parte de él y no lo quiere aceptar. Se resiste a que sea así.

¿Y ahora qué? Sencillo: volverá a sentir aquel desasosiego constante, aquel dolor físico que acompaña al otro dolor, que no puede, no sabe resolver y que la viene persiguiendo desde que le conoció. Hasta que  tenga la seguridad de  que no se ha enfadado al recibir sus cartas, o, en última instancia, hasta que sepa que la ha comprendido.

Si no la entendió, quizá es porque en realidad él  no siente lo mismo, porque solamente la ha mirado una vez, aunque muy  intensamente, en el transcurso de una conferencia, donde él era el conferenciante. ¿Puede este hecho traducirse en amor? Esta duda  le produce más desasosiego que el no saber si se ha enfadado o no con sus cartas, porque entonces sus expectativas acabarán siendo doblemente inútiles. Se sentirá así mientras exista una esperanza de respuesta, por pequeña que ésta sea, afirmativa o negativa, culpándola o  restándole importancia al hecho. No descansará hasta que no vea un paso de afecto o de rechazo.

Si encuentra indiferencia, algo que sabe perfectamente que puede encontrar, va a ser tan duro para ella que se humillará, como tantas otras veces, para saber a qué atenerse. Aunque nunca lo sabe. Nunca en su vida ha sabido a qué atenerse.  ¿Cómo puede haberse enamorado con esta furia de alguien que, probablemente, no lo merece?

Todo esto piensa al mismo tiempo que se repite interiormente que es precisamente porque lo merece que ella está sufriendo con ese fuego que le quema las entrañas. Él es famoso. Él es alguien y ella no es más que una mujer encerrada en su propio caparazón.

¿La habrá visto? ¿Se habrá dado cuenta de cómo lo miraba? ¿Habrá notado la intensidad, el fuego en sus ojos, el deseo desbordante que le traspasaba el alma?

Y es entonces cuando piensa que la vida no debería ser tan cruel, que las relaciones humanas son mucho más difíciles de lo que parecen, se pregunta qué quiere decir amar, qué es amar. ¿Realmente es eso?  O el amor son los otros sentimientos, los que siente por otras personas a quienes ama de una forma relajada y tranquila? ¿el amor del que tanto ha oído hablar tiene que ser así, apasionado, algo que duele, que hace sufrir? ¿dónde está el límite?

 Le ha escrito cosas que quizá no debería de haberle escrito. Le ha dicho cosas que quizá él no quería, ni deseaba, ni tenía por qué saber, cosas íntimas, que le pueden parecer absurdas, faltas de sentido, ideas paranoides, ideas poco claras, que no llevan a ninguna parte y que son absolutamente intemporales porque no se dan en el tiempo  ni pueden pasar nunca a la acción, por lo menos, desde el punto de vista de las perspectivas actuales.

¿Y si ni siquiera se dio cuenta de que ella estaba allí? Puede que ignore su existencia... ¡seguro! Y se va porque tiene que irse, no porque huya de ella. Su corazón atormentado late de forma descontrolada. Se asusta. Un espejo le devuelve un rostro desencajado, un rostro propio de alguien que roza la locura.

Está convencida de que él se va a cansar de sus cartas aduladoras, comprometedoras y solamente le queda la posibilidad de un amor basado en la mente , llegar a él desde la inteligencia, amarle y ser amada desde una vertiente absolutamente metafísica, donde no caben los gestos, las miradas, las palabras amorosas ni, por descontado, ningún esquema con  matiz sexual.  Es la única posibilidad que ve y ello es un campo abonado al sufrimiento, aunque es un sufrimiento suave y dulce, que tampoco se resigna a perder, porque ya forma parte de su existencia. Inspira despacio, por la nariz, procurando no hacer una hiperventilación para no marearse. Se sabe los síntomas de un ataque de ansiedad y ahora no quiere caer en ello. Intenta tranquilizarse con la última idea. Un amor mental.

 Toma la carta otra vez, relee. Sus ojos se humedecen, se seca su garganta, inspira de nuevo. Un gemido apenas perceptible al oído humano se pierde en su cabeza sin llegar a ser articulado. Cierra los ojos.

Finalmente, todo ha terminado. Él respondió a sus cartas con una atenta nota donde alababa su estilo literario. No sabía de qué le hablaba  y probablemente solamente vio en ella a una loca que le escribía cartas desesperadas. La liberación está aquí. Es evidente, está claro. Los ojos vidriosos, las manos sudorosas, tiemblan sus rodillas.

Siente una especie de mareo, como si no estuviera del todo viva, una sensación que le recuerda un antiguo poema, pero no sabe describir la situación. Es una especie de renuncia total y absoluta a aquello que la ha estado empujando  a vivir durante tantos meses, una explicación lógica a un problema que no había entendido y que todavía no entiende. Un problema sólo suyo y de nadie más, un problema a resolver sola, ahora que ya tiene la solución. Y la solución está en el olvido.

Sor María  recoge suavemente la punta de su hábito, mira una sola vez al cielo y siente vértigo mientras  se siente volar. Al estrellarse contra el suelo encuentra, efectivamente,  la  solución. El olvido total. 

 

© Genaker

 

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