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RelatosSeudónimo: Semper Diem
Titulo: Almada
Mucho tiempo después de que la taimada zorritud oculta en aquELLA señorita, que almada cual la más avezada meretriz parisina, y tocada por el dedo de Marta, la prostituta jansenista, sembrara en su corazón la ignota semilla del amor, ÉL creyó volver a sentir en su alma aquELLA sensación de falsa felicidad con la que había orlado su lánguido existir, protección a los brutalmente demoledores ataques de angustia vital, y que ya había dejado olvidado en algún recodo del tiempo.
Y está allí, aquí, pues era el momento de recoger aquELLA parte de su vida, el único momento en su existir en que vio brillar una esperanza que alumbró tímida y por momentos el camino de la Soledad, tan largamente hollado por las innumerables caídas de todos los que antes que él por allí fueron, para encontrar sus últimos recuerdos y acabar.
Cerró sus húmedos ojos; trató de dejar su mente en blanco, obviando impresiones, sensaciones, y se escucha ...
... bom-tic ... bom-tic ...
Tal subjetiva y ciclotímica contemporización entre los latidos de su rendido corazón y su reloj-pulsera sólo podía significar una cosa: Su situación había devenido en fase terminal, y atrás empezaban a quedar aquellos días de oscuridad y dolor, de amor no correspondido, malhadado, nonato, y de ficticia esperanza; pues ÉL es consciente de que la Maldición de los dioses pesaba sobre sí, y que así seguirá hasta el final, y también sabe que estos dioses inmisericordes nunca le permitirían encontrar la más ínfima muestra de la Felicidad.
Nunca pudo recordar cual fue la primera percepción que tuvo de los dioses; alguna señal metateológica, que le permitiera descubrir su esencia. No ocurría así con la Maldición. Un vivo recuerdo le impedirá olvidar el latigazo que con ella le infligieron los dioses al sentirse renegados por ÉL. Desde aquel momento se rebeló contra los dioses: Sería diferente; nunca más se regiría por sus designios. Principio de su enconada lucha.
Para todos resultaba incolegible tal ensañamiento de los dioses, mas Él, a cada nuevo golpe, replicaba con más arrogante rebeldía.
-. ¿Tal vez no aprendió la lección que dimos a Prometeo? -se preguntaban entre incrédulos e iracundos los dioses, que cegados por sus ínfulas de divinidad, no eran conscientes de que el Hombre no aprende de dolores ajenos-.
Pero, ¿quién era aquél que osaba pensar que era diferente, en contra de todo designio divino?. En verdad, nunca fue más que un pobre iluso ... Llegó incluso a pensar que la gente le apreciaba. ¿Qué otro sentimiento sino compasión podía despertar aquel aprendiz de violador de leyes divinas, esperpéntica ignominia de la Raza Superior?.
-. ¡Pobres dioses tontos! -pensaba-.
Esta insumisión desencadenaba la Ira de los dioses, quienes rápidamente cavilaban una nueva treta con la que acabar con incordio en que ÉL se había convertido.
ELLA, cara de niña ELLA, alma inescrutable, ELLA ... ELLA ... ELLA no fue más que otra sucia trampa de los dioses con la que intentar acabar con sus ansias de lucha, con la que recordarle que ÉL no era nada, y que tal conseguirá revelándose en contra de sus designios.
ELLA no era portadora de una belleza subyugante. Sin embargo, los dioses al elegirla sabían que ÉL caería bajo los efectos de su embrujo antes de que pudiera darse cuenta.
Nadie pudo nunca recordar cuando la conoció, y menos aún cuando comenzó a sentir algo por ELLA, y ÉL era demasiado intraverso para confiarse a alguien. Mas, ÉL si que nunca pudo olvidar aquel día en que la vio por primera vez; el sobresalto de su alma al cruzarse con ELLA; la placidez que desprendían los dos trozos de cielo que los dioses le habían donado por ojos; y mucho más, aún, la profunda mirada al fondo de su ser, que le hizo perder toda noción del bien y del mal.
ÉL empezó a comportarse de un modo impropio, pero muy habitual. No se manifestaba en su aspecto exterior, todavía. Donde más se dejaba sentir era en su fuero interno, en su consustancial preclaridad de ideas, de la que comenzó a flaquear de una forma morbosa; mórbida como la obsesión que muy pronto llegó a sentir por aquel Ángel demoníaco.
-. Tempus Fugit!, nos envuelve, nos arrastra, nos horra y esclaviza, nos desgasta, nos insulta, nos abraza, nos besa y nos deja allí, perdidos en el intervalo entre dos segundos de cualquier hora de cualquier año de cualquier vida, restañando con su fluir, ora lento, ora desbocado, tempestuoso, airado, seguro, suturando las viejas y dolorosas heridas -divagaba-.
ÉL, pobre iluso, comenzó a creer en el Amor. Rápidamente creó y se recreó en un mundo de fantasías. La Felicidad había hecho presa en ÉL.
-. Después de todo los dioses no son tan poderosos -pensó-. O tal vez se han olvidado de mí.
Pensó en una voz melosa, en unos ojos acielados ... Pero nada de eso hubo. ELLA, metódicamente, le hizo sucumbir a sus encantos, convirtiendo una primera atracción en Locura de Amor.
Bajó guardia y comenzó a pensar que su lucha no servía para nada. Aún más, ya no sólo no era diferente, ahora ponía todo su empeño en ser normal. ¡Curiosos los efectos que puede provocar el olor a sexo húmedo!.
En aquel entonces sólo importaba una cosa: Llegar a poseerla. En esto se condujo varios meses, sin conseguir ningún resultado, cada vez más metido en la trampa, cada vez más enamorado.
Siempre pensó que era muy desafortunado, que los dioses lo habían tratado muy mal. Había sufrido mucho, pero nunca tanto como aquel día en que decidió participar su amor.
Sí, ese era su día. Repasaba por milésima vez todo lo que iba a decir, mientras caminaba hasta aquel sitio flash en que se había citado con ELLA. Lentamente se desliza por la acera recién empapada por la lluvia artificial de un camión de riego. Mientras se acerca, el optimismo se va haciendo hueco en su mar de dudas. Su anterior existencia se ve despojada y va quedando inerte sobre la acera. Se encamina al encuentro con su Destino, que lo llama con forma de neón que palpitando "Flash Back", como un corazón que sólo trabaja en turno de noche, impulsa la fuerza vital por las venas de la ciudad.
Un profundo aroma rojo le invadió al entrar. Busca una mesa vacía. Ha llegado antes de tiempo; ELLA no está. Levanta la mano y pide un 6,35. Incómodamente sentado observa la perspectiva que tiene de todo el local: Un arco iris caótico baña las distintas zonas.
Incauto ÉL, no se percató de que se había introducido en el Olimpo de los dioses: El dios Diseño, manifestado en forma de incómodas sillas, mesas sin esencia, y lámparas imposibles; el dios Moda en ropa Antonio Miró, Rodier …; los dioses Perfección y Presunción en efebos hercúleos, acompañados de unas esculturales hijas de Venus; el dios Dinero en unos precios abusivos.
De repente se detiene el humo de los cigarrillos, las burbujas de las bebidas, las manos, las ideas, la vida. Un fundido en negro, unos retoques en blanco y negro, y está viviendo de nuevo la experiencia en un continuo flash back que no le abandonará nunca.
Entra bELLA como una diosa, y avanza hacia mí con un contoneo mareante. Al sentarse, ÉL se sintió desfallecer, y todo vuelve a la vida. Una incontenible sensación de irrealidad golpeaba todos sus sentidos.
Había preparado un monólogo para ELLA, mil veces repasado, imaginando cada vez su cara, sus reacciones, intentando perfeccionarlo de tal forma que pudiera rendir su albedrío, dirigir sus mientes hacia ÉL.
-. Te habrás percatado de que me gustas -argüí prepotente- …
Un amago de sonrisa, picarona, un rápido mohín de labios, un suave aleteo de ojos corroboraban aquello que había imaginado mil veces.
-. ... no; no me gustas …
Un corto silencio, suficiente para que ELLA dejara entrever una cierta tensión en la comisura de los labios y una tenue sonrojación de sus pómulos siberianos.
-. … me encantas …
Un nuevo esbozo de sonrisa y vuelta e empezar.
.- … hay algo en ti que me resulta irresistiblemente encantador, y que no sabría concretar: Quizá el azul de tus ojos, tal vez la serenidad que desprendes, puede, que tu graciosa cara de niña, …
Una amplísima sonrisa dejaba ver una cara ortodoncia, fruto de años de sufrimiento.
-. ... y por esto te digo que necesito tenerte siempre a mi lado, -para acabar con un vulgarcísimo- estoy loco por ti, sin ti mi vida no tiene sentido.
Cielo y tierra temblaron al unísono ante la cruel y sonora risotada. Y para exacerbar la sensación de absoluto ridículo, unido al intenso dolor de su corazón asaeteado, los íncubos y súcubos allí presentes se arremolinaron en torno a ellos, formando un coro vocinglero y rijoso, que reía, reía ...
Salté como puede fuera de la jauría, a empellones, y corrí, y donde quiera que voy todo el mundo me mira y ríe.
Lejos queda ya el día de la muerte de los dioses.
-. ... beep ... beep ... beep …
Somnoliento todavía, los últimos acontecimientos de mi vida quedan fuera de alcance; mas, hay algo que se conduce como una certeza: La sensación de vivir en un estado de mierda.
Han transcurrido varios minutos, y algo de lo pasado empieza a llegar confusamente: La recuerdo a ELLA riendo …
Despertando descubro que no me encuentro en mi cama, ni en mi casa
-. Pero, ¿qué hago aquí, desnudo? –pensó-.
Miro a la izquierda y a mi lado un torso escorzado, una tez blanca, una rubia media melena ... ¡¡ELLA??
-. Esto es incomprensible, imposible, sueño de sueños, savoir faire -pensé-.
Cierto dolor de riñones y otros pequeños detalles me dan a entender la seguridad de una noche pasada digna de recuerdo, en la que debieron estallar cohetes de colores en un mundo monocromo, y en la que pequeños gnomos se hamacaron en campanillas de oro; aunque no lo recordara.
Dejo reposar mi mano en su hombro de seda, y la deslizo suavemente, cargando mis sentidos de emociones, hasta la cara ...
-. ¡Coño!, aquí hay barba.
-. ¡Buenos días, amor! -me exhorta un rubio efebo de ojos azules-.
-. ¿Qué broma es ésta?, ¿qué coño haces aquí?
-. Anoche, en la fiesta, entre raya y raya me contaste no sé qué mierda de historia de amor -alargando despectivamente la palabra-, te propuse algo distinto ...
Una andanada de vomito pugna por salir por mi garganta. Los esputos de hiel dejan en mi boca una indescriptible amargura, sólo equiparable al asco que empiezo a sentir dentro de mí.
-. ¡He tocado fondo!
La Ira se apodera de ÉL.
-. ¡Marica de mierda!, ¡te voy a matar!.
Lo aprisiono por el cuello y lo pongo en planta. Un fortísimo puñetazo en el estómago le hace agacharse con un expresivo gesto de dolor. Un brutal rodillazo en la cara le tira contra la pared, con su cara chorreante de sangre.
Se malvistió después de una copiosa ducha, con la que intentó borrar de su piel todo; a ÉL; y huyó lejos, intentando huir de sí.
Los dioses se miraron y sonrieron; su plan había sido perfecto: ÉL ahora, y para siempre, era normal.
Varios días después, una clara impronta marcaba su alma: Lo había perdido todo, y lo peor, la conciencia de normalidad ad infinitum a que se veía avocado.
Algo duro como el acero y frío como la muerte toca su paladar. Dentro de su cabeza bulle un griterío de los dioses, cegados por su conciencia de divinidad, que le exhortan:
-. ¡Cobarde, siquiera sirves para esto!
Aquéllos, ofuscados, no se habían percatado de lo más elemental: Ellos no existen, no son más que una creación por inducción cultural, mísera entelequia.
Un chasquido metálico, un estruendoso eructo, un cegador fogonazo, una mano que cae ... Y en su último hálito de vida, mientras oye los desgarrados gritos de muerte de los dioses, su último pensamiento, la última imagen ... ELLA.
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